Se suele enseñar ortografía como un conjunto de reglas que deben aprenderse memorísticamente y ser aplicadas a dictados y escritura después de unos pocos ejercicios. Sin embargo, hoy en día, mi experiencia en el aula y mi fracaso inicial en esta área me han llamado a reflexión, por un lado; y, por otro, una pregunta que surgió durante mis clases de Gramática Histórica I, mientras cursaba como estudiante del profesorado: ¿Qué hacemos con todo este conocimiento si no podemos enseñarlo en la escuela? La historia de nuestra lengua es riquísima y muy dinámica y, bien pensado, podríamos tener un cierto grado de divertimento mientras aprendemos. Estas tres cuestiones me animaron a empezar lentamente y apostar por un incremento en el conocimiento.