Entrevista periodística
Introducción
Dentro de los géneros que implican la conversación se halla la entrevista periodística que, a diferencia del texto teatral (considerado como un hecho artístico) es un discurso social más bien expositivo. Es un género periodístico informativo propio tanto de los medios gráficos como de los radiales y televisivos.
Puede reconocerse fácilmente por la presencia de por lo menos un entrevistado y un entrevistador. Si bien la concurrencia de personas que dialogan, puede parecerse a una conversación cotidiana, se distingue de esta porque tiene otras reglas. Mientras que en la conversación cotidiana cada participante es libre de preguntar y responder, en la entrevista periodística los roles están distribuidos de otra manera:
1) Hay una persona que pregunta
2) Hay una persona que contesta
3) Salvo rarísimas excepciones, los roles no son intercambiables.
En este sentido, la entrevista periodística participa de las características de otros géneros discursivos, como por ejemplo, el interrogatorio policial o la entrevista médica.
Las tipologías de las entrevistas
Dentro del género discursivo ENTREVISTA pueden reconocerse diversas tipologías. La clasificación tipológica tiene sentido en la medida que cada tipo de entrevista plantea el desarrollo, por parte del entrevistador de estrategias diferentes. La clasificación tipológica ´puede hacerse sobre la base de dos ejes:
1) LA IMPORTANCIA QUE TIENE EL PERSONAJE: Así pueden efectuarse entrevistas a grandes personalidades, cuya sola presencia justifica la inclusión en un medio periodístico determinado y, también, a personas de escaso reconocimiento público, o, incluso totalmente anónimas. Por ejemplo: una entrevista puede estar dirigida a una figura de renombre mundial (Diego Maradona cuyas opiniones y declaraciones tienen interés mundial); pero también puede entrevistarse a Juan Pérez que casualmente pasaba por un lugar de la ciudad y se convirtió en el testigo de un asalto.
2) EL PROPÓSITO DEL ENTREVISTADOR: Por ejemplo, que un personaje famoso manifieste lo que nunca dijo, mostrar el perfil del entrevistado que nunca reveló, que el entrevistado diga algo polémico capaz de encontrar eco en la opinión pública, que confiarme una primicia, etc.
De acuerdo con la importancia que tiene el personaje y con los objetivos del entrevistador las entrevistas suelen esquematizarse se la siguiente forma:
Pautas para hacer una entrevista
La entrevista es un hecho comunicativo. Que este hecho resulte exitoso, es decir, que responda a las expectativas del entrevistador y logre interesar al público depende, en gran medida, de que se cumplan ciertas pautas en su presentación y desarrollo.
1) La actitud ante el entrevistado. Es fundamental plantearse de antemano qué se quiere lograr. Solo cuando se sabe cuál es el objetivo que se persigue, se puede preparar un cuestionario tendiente a obtener precisamente esos resultados y no otros. Alguien definió la entrevista periodística como el arte de preguntar lo que ya se sabe. Y, en efecto, el entrevistador debe saber lo máximo posible acerca de su entrevistado antes de sentarse a conversar con él. Esto supone poder prever las respuestas posibles ante una pregunta determinada. Conocer al entrevistado implica un trabajo previo de archivo e, incluso, chequeo con personas que conocen las características del entrevistado. La tensión que se establece en una entrevista periodística depende, en gran parte, de la tipología de esta. En la entrevista de personaje o declaraciones, la tensión suele ser mucho mayor que en la informativa o testimonial, ya que, para descubrir un costado nuevo del entrevistado o para obtener de él una declaración comprometedora, es necesario ejercer una presión considerable. El entrevistador no debe perder de vista que el centro de atención es el entrevistado y, en ningún momento, debe entrar en competencia con él ni pretender opacarlo.
2) Las preguntas. Las preguntas básicas de una entrevista deben respetar los cinco interrogantes clásicos de la labor periodística (qué, quién, por qué, cuándo y dónde); este tipo de preguntas logra una inmediata información y puede alternarse con otras más elaboradas. Las preguntas no deben dejarse libradas al azar de la conversación. Sobre todo si se trata de una entrevista de personaje o declaraciones; lo ideal es contar con un mínimo de diez o doce preguntas referidas a tres o cuatro temas diferentes y, reducir al mínimo posible el lugar para la improvisación. Es preciso que el entrevistador esté atento y pueda repreguntar o reformular la pregunta cuando una respuesta lo merece. Si no está atento, puede perder buenas oportunidades de lograr un material interesante. Las preguntas deben formularse de tal manera que permitan al entrevistado desarrollar el tema, por eso, deben evitarse cuidadosamente aquellas que puedan contestarse por “sí” o por “no”. Hay que elegir siempre la forma más corta y clara de formular la pregunta. Si es preciso hacer un rodeo que permita su comprensión, debe efectuarse de la manera más breve posible y a continuación formular la pregunta con claridad y precisión. Cada intervención del periodista debe contener una sola pregunta por vez. Las intervenciones que tienen más de una suelen generar respuestas confusas y desordenadas. Si el entrevistado tiene que ordenar todos los datos para responder ordenadamente puede que olvide al final de la primera respuesta la segunda pregunta. No hay que interrumpir innecesariamente al entrevistado, excepto que la intervención del entrevistador sea estrictamente necesaria para que la entrevista no se aleje totalmente de los objetivos que se han fijado para su realización.
La edición de la entrevista
Se llama edición al proceso al que es sometido el material de una entrevista o una nota periodística a fin de dejarlo listo para la publicación. Esta tarea comprende la selección del material fotográfico (si se desea incluirlo), la selección del material que será incluido y del que será excluido según el interés de la entrevista para el lector y del espacio que dispone la publicación; la incorporación de otros materiales necesarios.
Muchas veces, cuando se efectúa una entrevista para un medio gráfico, es necesario agregar preguntas o reformular las hechas. Esto no significa que se falte a la verdad. Lo que se pretende con este recurso es hacerla más ágil y más entendible, restituyendo de alguna manera todo lo que quedó implícito en la conversación frente a frente, pero que no se reflejará en la transcripción literal de la entrevista. En la radio y, sobre todo, en la televisión, cuando la entrevista se hace en vivo, este tipo de agregado no es necesario, porque las inflexiones de voz del entrevistado, su risa y sus gestos completan el sentido de las palabras. En los medios gráficos, en cambio, hay que resti tuir el sentido perdido en la transcripción.
La forma más común de restituir el sentido es reformular las palabras del entrevistado de modo tal que lo expresado quede claro. Esto supone completar lo que dio por sobreentendido, redactar de manera legible lo que pueda haber dicho confusamente, eliminar las repeticiones propias del lenguaje oral y las vueltas atrás innecesarias a los balbuceos. A veces, es preciso agregar una pregunta que no se formuló originalmente en el momento de la entrevista. Por lo general, se lo hace por dos motivos fundamentales.
a. Porque es necesario agregar una suerte de “puente” o “bisagra” que suavice el paso demasiado abrupto de un tema a otro. De esta manera, se busca facilitar la lectura evitando que la entrevista parezca incongruente desordenada.
b. Porque es importante agilizar una declaración demasiado larga por parte del entrevistado.
Cuando se quiere transmitir al lector el clima en el que se desarrollo la entrevista, una introducción en la que pueden incluirse impresiones subjetivas sobre el entrevistado y su ambiente ayuda a acercarlo al personaje. Los agregados que se deben evitar son aquellos tendientes al lucimiento del periodista, como, por ejemplo, reformular una pregunta de modo de hacerla más brillante o inteligente y, por lo tanto, capaz de generar una respuesta diferente de la que, en realidad, suscitó
La entrevista según el medio
Cada medio periodístico tiene características particulares. En consecuencia, la entrevista periodística adquiere modalidades diferentes según el medio de que se trate. Estas se relacionan tanto con el público como con el entrevistador y con el entrevistado
En efecto, no es lo mismo ver por televisión o escuchar por radio a un personaje determinado, que leer una entrevista en un medio gráfico en que la imaginación del lector debe suplir la información extra que supone ver o escuchar al entrevistado
El entrevistador, por su parte, tiene máxima libertad en cuanto al tiempo cuando se trata de una entrevista para un medio gráfico, y no cuando debe adaptarse a los acotados tiempos de la radio o de la televisión. En cuanto al entrevistado, sin duda, este tiene más posibilidades de ponerse en clima para confesión con el periodista cuando no está rodeado de cámaras, o micrófono, sin embargo, para todos los medios, pueden lograrse buenas entrevistas.
Caracteristicas específicas
La presencia del tercero.
En toda entrevista periodística, la espontaneidad del entrevistado está acotada por el carácter publico que tienen sus respuestas. Estas serán evaluadas por el público, por sus pares, por instituciones. Sin embargo, en el caso de la entrevista periodística para un medio gráfico, las condiciones en que se realiza pueden lograr que todos estos elementos pasen a un segundo plano. La intimidad de la propia casa del entrevistado o del lugar en que se lleve a cabo, la disponibilidad absoluta del entrevistador, y la posibilidad de “entrar” y “salir de la entrevista” y de reformular conceptos debido a la ausencia de testigos hacen que el entrevistado se sienta menos presionado y, en consecuencia, más dispuesto a hablar sin restricciones. Sobre todo, el entrevistado con cierta experiencia en enfrentarse con los medios sabe que la edición corregirá sus dudas, titubeos o falta de claridad en la expresión. En la radio o en la televisión, en cambio, los micrófonos o las cámaras atentarán contra su espontaneidad oral y harán que sienta más la presencia del entorno, del tercero que juzgará sus declaraciones.
La multiplicación de la narración.
De lo mencionado anteriormente, se deduce que, en un medio radial o televisivo, la autocensura del entrevistado es mayor: pero la expresión de tensión, los gestos y los impulsos quedarán reflejados a través de la voz o de la imagen, y esta será para el público, una información complementaria de sus palabras. De esta manera, se dará una atracción superpuesta a las palabras del entrevistado, que estará constituida por lo que narran y dicen de él su propia voz o su imagen. Muchas veces, su gesto o su actitud corporal, o su entonación pueden desmentir de manera evidente lo que dicen sus palabras. En un medio gráfico, en cambio, para transmitir un clima o para dar una pauta clara de la personalidad del entrevistado, hay que hacer, además de preguntas bien formuladas en el momento de la entrevista, un trabajo de edición posterior. Si bien este también puede existir -y de hecho existe-, en el medio tele visivo, la presencia del entrevistado se impone por si sola
Los tiempos.
Cada medio tiene un timing que le es propio. Tanto en radio como en televisión, el tiempo de que dispone el entrevistador es mucho más acotado y carece de segunda oportunidad, ya que no podrá “reescribir lo que pregunte ni lo que obtenga por respuesta. La pregunta, por lo tanto debe ser más breve, directa y punzante que en un medio gráfico. Cuando se trata de diálogos que saldrán al aire manera directa, sin edición, deberá intervenir oportuna mente para interrumpir, supliendo en la entrevista misma la tarea que, en otro caso, podría cumplir la edición posterior. Es decir que la pregunta debe tener una permanente “conciencia de edición”.
Entrevistas periodísticas ficcionales
Una entrevista periodística ficcional, a diferencia de una entrevista real editada, se caracteriza por no haber ocurrido nunca y resulta una invención de un escritor, o bien, se basa en una entrevista real, pero tiene agregados estéticos y de invención literaria que transforman la entrevista original en ficcional.
El primer cuento que ofrecemos a continuación toma una leyenda que circulaba en el imaginario del pueblo argentino. En este cuento, un periodista realiza una entrevsita en la casa del entrevistado.
Esa mujer, de Rodolfo Walsh
El coronel elogia mi puntualidad:
-Es puntual como los alemanes -dice.
-O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán. Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
-He leído sus cosas -propone-. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
-Esos papeles -dice.
Lo miro.
-Esa mujer, coronel.
Sonríe.
-Todo se encadena -filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
-La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
-¿Mucho daño? -pregunto. Me importa un carajo.
-Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años -dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento. Entra su mujer, con dos pocillos de café.
-Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
-La pobre quedó muy afectada -explica el coronel-. Pero a usted no le importa esto.
-¡Cómo no me va a importar!… Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
-La fantasía popular -dice-. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
-Cuénteme cualquier chiste -dice. Pienso. No se me ocurre.
-Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
-¿Y esto?
-La tumba de Tutankamón -dice el coronel-. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
-Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
-¿Qué más? -dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
-Le pegó un tiro una madrugada.
-La confundió con un ladrón -sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
-Pero el capitán N…
-Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
-¿Y usted, coronel?
-Lo mío es distinto -dice-. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
-Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
-Me gustaría.
-Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
-Ojalá dependa de mí, coronel.
-Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
-Mire.
A la pastora le falta un bracito.
-Derby -dice-. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
-¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
-Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
-Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
-¿Qué querían hacer?
-Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
-Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
-Y orinarle encima.
-Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! -digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
-Esa mujer -le oigo murmurar-. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
-Desnuda -dice-. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd -el coronel se pasa la mano por la frente-, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso…
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
-Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
-…se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire -el coronel se mira los nudillos-, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
-No.
-Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
-Pero esa mujer estaba desnuda -dice, argumenta contra un invisible contradictor-. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
-Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces “Eso le demuestra”, como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
-Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
-¿Pobre gente?
-Sí, pobre gente -el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior-. Yo también soy argentino.
-Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
-Ah, bueno -dice.
-¿La vieron así?
-Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
-Para mí no es nada -dice el coronel-. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
-A mí no me podía sorprender. Pero ellos…
-¿Se impresionaron?
-Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.” Después me agradeció.
Miró la calle. “Coca” dice el letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. “Beba”.
-Beba -dice el coronel.
Bebo.
-¿Me escucha?
-Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
-¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
-Tantito así. Para identificarla.
-¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. “Beba”.
-Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
-Comprendo.
-La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
-¿Y?
-Era ella. Esa mujer era ella.
-¿Muy cambiada?
-No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
-¿El profesor R.?
-Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
-¿Enciendo?
-No.
-Teléfono.
-Deciles que no estoy.
Desaparece.
-Es para putearme -explica el coronel-. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
-Ganas de joder -digo alegremente.
-Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
-¿Qué le dicen?
-Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
-Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
-La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
-Llueve -dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
-Llueve día por medio -dice el coronel-. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
-¡Está parada! -grita el coronel-. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
-No me haga caso -dice, se sienta-. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria. Me paro, le toco el hombro.
-¿Eh? -dice- ¿Eh? -dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
-¿La sacaron del país?
-Sí.
-¿La sacó usted?
-Sí.
-¿Cuántas personas saben?
-DOS.
-¿El Viejo sabe?
Se ríe.
-Cree que sabe.
-¿Dónde?
No contesta.
-Hay que escribirlo, publicarlo.
-Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
-¡Ahora! -me exaspero-. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
-Cuando llegue el momento… usted será el primero…
-No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
-¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.
Entrevista a Rodolfo Walsh
Durante la cursada del ciclo lectivo 2015, pedí a mis estudiantes que realizaran una obra teatral o entrevista basada en ciertos relatos que se leyeron en clase en relación con la dictadura militar de 1976 – 1983. Una de las obras, producida por las alumnas de Jesica Alvarenga, Daiana Burgos y Cynthia Da Rosa, consistió en crear una entrevista periodística a Rodolfo Walsh, el escritor desaparecido de la famosa “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”.
Les presentamos el texto resultante:
Escena 1
Periodista Martínez: Hoy estamos aquí, transmitiendo desde los estudios de TELEFÉ con nuestro invitado Rodolfo Walsh, quien nos viene a contar sobre lo que pasó hace casi 30 años atrás. Buenas tardes, Rodolfo. Te invitamos hoy aquí para que nos cuentes con los mejores detalles posibles sobre la carta que usted escribió, su famosa Carta abierta a la Junta Militar.
Rodolfo: (hace una risita nerviosa) Buenas tardes, Martínez. Bueno, todo comenzó con un allanamiento de mi casa en el Tigre, con el asesinato de amigos queridos y la pérdida de mi hija que falleció combatiendo a los militares.
Martínez: (Lo mira con tristeza) Lamento tu pérdida. (se escucha una música de fondo. Y ¿cómo has podido sobrellevar esta situación?
Rodolfo: (suspira) Con el tiempo he salido adelante aunque ella estará siempre presente en mis pensamientos.
Martínez: (se queda en silencio unos segundos) Muy bien, ahora vamos a continuar con la entrevista.
Rodolfo: (Sonríe) Para eso estoy aquí.
Martínez: Muy bien, entonces, continuemos. Cuéntanos un poco más sobre lo que sucedió en las elecciones de 1973.
Rodolfo: El ochenta por ciento de los argentinos siguieron en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado de ese “ser nacional” que ellos invocaban a menudo. Quince mil desparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados fueron la cifra desnuda de ese terror. El secreto militar de los procedimientos que fueron invocados como la necesidad de la investigación convertía a la mayoría de las detenciones en secuestros que permitieron la tortura sin límites y el fusilamiento sin juicio. Después de que los cincuenta o sesenta abogados que presentaron los hábeas corpus fueran a su turno secuestrados, de ese modo lamentable, han despojado ellos a la tortura de su límite en el tiempo.
Martínez: ¿Dónde piensa usted que estaban esas personas que fueron llevados por los militares?
Rodolfo: ¿Usted me habla de los rehenes? Si es así, los rehenes estaban en lugares descampados, y algunos pensamos que estaban detenidos, pero la gente del barrio sabía que los “desaparecidos” en realidad estaban muertos.
Martínez: Me han comentado que entre marzo y octubre de 1976 se encontraron cuerpos mutilados. ¿Es cierto todo esto?
Rodolfo: Sí, es cierto, me acuerdo que estábamos reunidos en la playa cuando todos estaban encontrando cadáveres, era como si brotaran de la tierra, a cada golpe de pala rodaba una cabeza o quedaba a descubierto un torso mutilado. Por donde se mirara, muertos y más muertos; cabezas y más cabezas.
Escena 2 (Martínez mira a la cámara. Anuncia que en el próximo bloque van a llamar a Lopez Thiago, un economista muy popular en ese tiempo e indica la pausa. Suena la cortina musical. Entra López al estudio. Alza la mano saludando al público y luego saluda al conductor Martínez y a Rodolfo Walsh.)
López: (mira a la cámara y sonríe) Muy buenas tardes a todos. Les contaré como era la economía en ese entonces, en la política económica de ese gobierno debía buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. Los resultados de esa política fueron fulminantes. En ese primer año de gobierno, el consumo de alimentos había disminuido un cuarenta por ciento, el de ropa, más del cincuenta por ciento, el de medicinas había desaparecido, prácticamente en las capas populares. Hubo también, zonas del Gran buenos Aires donde la mortalidad infantil superó el treinta por ciento…
Martínez: (interrumpe al economista y se toca el oído con el dedo. Martínez ve la cámara y con actitud asombrada) ¿Cómo puede se esto? ¿Es correcta la información que me están pasando? La producción me avisa por la cucaracha… (Mira a Rodolfo Walsh) Me dicen que tú no eres el verdadero Rodolfo Walsh, que en realidad él está muerto.
Rodolfo: La información que te pasaron es correcta, yo no soy Rodolfo. En realidad soy Agustín Smith, era uno de sus amigos más cercanos. Yo soy quien sabe más de su vida. Me hice pasar por Rodolfo mor miedo a que alguien más lo haga y resulte ser un impostor. (Martínez queda asombrado y sin palabras).
Agustín: Sé que puede ser un poco raro todo esto pero es algo que una persona haría por el buen recuerdo de su amigo.
Martínez: Lo que usted hizo estuvo mal. Cuando la producción llamó a su casa, usted tendría que haber dicho que Rodolfo estaba muerto.
Agustín: Usted tiene razón. Yo tendría que haber hecho eso y le pido disculpas a todos.
Martínez: (como si nada hubiera pasado)entonces usted sabrá más sobre Rodolfo.
Agustín: Sí. Yo sé sobre su historia, pero no tan detalladamente.
Martínez: Entonces cuénteme lo que usted sepa.
Agustín: Antes de que Rodolfo muriera me dio una libreta que contiene las siguientes notas. Una de esas notas, la que más me impactó fue la de enero de 1977, cuando la Junta empezó a publicar nominas incompletas de nuevos detenidos y e “liberados” que en su mayoría no son tales sino procesados que dejan de estar a su disposición pero siguen presos. Los nombres de los millares de prisioneros son aún secreto militar y las condiciones para su tortura y posterior fusilamiento permanece intacto.
Martínez: Me resulta bastante interesante esa nota. ¿Tendrás alguna otra?
Agustín: Por supuesto. La siguiente nota se trata de que el dirigente peronista Jorge Lizaso fue despellejado en vida, el ex diputado radical Mario Amaya, muerto a palos, el ex diputado Muñoz Barreto, desnucado de un golpe, también tiene testimonio de una sobreviviente: “picana en los brazos, las manos, los muslos cerca de la boca, cada vez que lloraba o rezaba… cada veinte minutos abrían la puerta y me decían que me iban a hacer fiambre con la máquina de sierra que se escuchaba.
Martínez: ¡qué interesantes tus notas! ¿Te parece bien si con esas notas hacemos un libro junto con o que sabés de la historia de Rodolfo?
Agustín: Me parece muy buena idea.
Martínez: Muchas gracias Thiago y a Agustín por haber venido y contar sobre esa historia, también agradezco al público (mirando a cámara). Nos vemos en el próximo programa. Hasta pronto.
Fin. Cae telón.