Aula Universaletras

Ofrecemos una serie de lecturas con sus actividades que fueron dictadas en algunas escuelas de la Zona Sur de CABA.

Primera lectura: Historias de los Valar

La actividad narrativa

      Narrar es administrar un tiempo, elegir una óptica, optar por una modalidad (diálogo, narración pura, descripción); realizar, en suma, un argumento entendido como la composición o construcción artística e intencionada de un discurso sobre las cosas. Ese discurso es la acción de decir, que en el relato es narrar. La narración y el narrador han sido por ello revelados como el principal problema del relato.

      El aspecto

      La pregunta que el aspecto fija es: ¿quién ve los hechos?, ¿desde qué perspectiva los enfoca? La aspectualidad recoge, por tanto, un viejo problema de la estructura narrativa también denominado foco de la narración o «punto de vista». La «perspectiva», «foco» o «aspecto» es posiblemente el pilar fundamental de la estructura narrativa. La focalización tiene muy diferentes desarrollos posibles. Cada relato puede adoptar un ángulo de visión diferente; es más, cada narrador en una misma novela puede ofrecer la realidad desde una posición. Por ello el análisis narratológico ha prestado su mayor atención a las tipologías donde recoger las más comunes y desarrolladas posibilidades aspectuales.
      Se han establecido a lo largo de la historia algunos nombres para los diferentes puntos de vista que adopta un narrador al contar su historia:

1) Narrador omnisciente o «visión por detrás», que Todorov simboliza con la fórmula Narrador > Personaje (en ella el narrador dice más de lo que pueda saber ninguno de los personajes);
2) Narrador omnisciente parcial o «visión con», en el que el narrador no ve más que lo que sabe tal personaje
3) Narrador Personaje en que el narrador ve menos de lo que sabe cualquiera de los personajes. Solo asiste a sus actos, pero no tiene acceso a ninguna consciencia. 

      G. Genette rebautiza la trilogía añadiendo algunas precisiones. Para el primer tipo, el relato clásico omnisciente, G. Genette habla de relato no-focalizado o focalización-cero. El segundo tipo es denominado por Genette focalización interna (dentro de la cual distingue una focalización fija, de una variable, y otra múltiple, según sea uno, varios, o muchos personajes los que aporten la visualización de la historia). Por último, el tercer tipo es llamado focalización externa, en que el focalizador ve a los personajes desde fuera, sin entrar en su conciencia; es el relato llamado «objetivo», popularizado por la novela negra.

       La voz en la narración

      La problemática en torno a la voz, esto es, ¿quién dice?, se ha identificado tradicionalmente con las llamadas personas narrativas: relato en primera persona, en segunda persona y en tercera persona. Pero, de hecho, hemos de establecer una primera constatación para evitar equívocos: el narrador en tanto tal es siempre sujeto de la enunciación y como tal no puede identificarse más que con la primera persona. Hay siempre un Yo narrativo (emisor), una persona que enuncia. Pero el problema de la voz reenvía de inmediato a la oposición entre el aspecto subjetivo y el objetivo del lenguaje. Toda palabra —y toda narración— es a la vez un enunciado y una enunciación. La acción del novelista es la emisión de una primera persona. Pero el novelista cede su voz al admitir también enunciaciones, lo que Austin llamaba actos performativos, esto es, la narración es un discurso con actos de enunciación en su interior. Es aquí donde se introduce la problemática de la voz narrativa.
      G. Genette llamara oposición entre relato homodiegético (el narrador forma parte de la historia que cuenta) y el relato heterodiegético (el narrador no forma parte de la historia). Encontramos, pues, que el análisis de la voz narrativa ha de hacerse desde la oposición fuera/dentro, que revelan las dos actitudes posibles en cuanto a la responsabilidad elocutiva: hablo de mí (yo = homodiégesis) hablo de él, de ti (heterodiégesis). La ausencia no tiene grados, pero la presencia (homodiégesis) sí. G. Genette propuso el término de autodiégesis para aquellos relatos en que la homodiégesis lo es del héroe protagonista que narra su propia historia.   

El Silmarilion, una introducción brevísima

     El Silmarillion es una recopilación de obras de J. R. R. Tolkien, editada y publicada póstumamente por su hijo Christopher Tolkien, en 1977. En ella, se narra, entre otras cosas, la creación de Eä y el nacimiento de las razas más importantes (Valar, Maiar, elfos, hombres y enanos) de la Tierra Media.

          La mayor porción de El Silmarillion, titulada «Quenta Silmarillion» trata sobre los Silmaril, joyas hechas por Fëanor en Aman y alrededor de las cuales se entreteje la historia de la Primera Edad del Sol en la Tierra Media, principalmente en la región conocida como Beleriand. También se incluyen otras historias más breves: «Ainulindalë», «Valaquenta» y «Akallabêth». Una última historia («De los Anillos de Poder y la Tercera Edad») sirve como marco de referencia histórico para El hobbit y El Señor de los Anillos, las más conocidas novelas de Tolkien.

          El Silmarillion se divide en cinco partes:

«Ainulindalë» («La música de los Ainur» en quenya), que trata sobre la creación de Eä y, dentro de ella, la creación de Arda.
«Valaquenta» («La historia de los Valar» en quenya), una breve relación de los Valar y los Maiar, las fuerzas sobrenaturales de Eä, llamados los Poderes de la Tierra. También hace referencia a Melkor y Sauron, un dios oscuro y su más leal sirviente.
«Quenta Silmarillion» («La historia de los Silmarilli» en quenya), los eventos que ocurren desde el inicio de los tiempos hasta el final de la Primera Edad del Sol.                                                                                                                                                «Akallabêth» («La sepultada» en adûnaico), historia de la caída de Númenor, que tiene lugar en la Segunda Edad del Sol.      «De los Anillos de Poder y la Tercera Edad», un resumen que narra cómo es la Tierra Media y de los acontecimientos que llevan a la historia de El Señor de los Anillos.

         Los capítulos que componen esta lectura son Del principio de los días, De Aulë y Yavanna, De la llegada de los Elfos y el cautiverio de Melkor, De Thingol y Melian, De Eldamar y los príncipes de los Eldalië, De Fëanor y el desencadenamiento de Melkor, De los Silmarils y la inquietud de los Noldor, Del oscurecimiento de Valinor. 

Historia de los Valar: el principio de los días

        Se dice entre los sabios que la Primera Guerra estalló antes de que Arda estuviera del todo acabada, y antes de que nada creciera o anduviera sobre la Tierra; y durante mucho tiempo Melkor tuvo la mejor parte. Pero en medio de la guerra, un espíritu de gran fuerza y osadía acudió en ayuda de los Valar habiendo oído en el cielo lejano que se libraba una batalla en el Pequeño Reino; y el sonido de su risa llenó toda Arda. Así llegó Tulkas el Fuerte, cuya furia pasa como un viento poderoso, esparciendo nubes y oscuridad por delante; y la risa y la cólera de Tulkas ahuyentaron a Melkor, que abandonó Arda, y durante mucho tiempo hubo paz. Y Tulkas se quedó y se convirtió en uno de los Valar del Reino de Arda; pero Melkor meditaba en las tinieblas exteriores y desde entonces odió para siempre a Tulkas.
        En ese entonces los Valar trajeron orden a los mares y las tierras y las montañas, y Yavanna plantó por fin las semillas que tenía preparadas tiempo atrás.
        Y desde entonces, cuando los fuegos fueron sometidos o sepultados bajo las colinas primigenias, hubo necesidad de luz, y Aulë, por ruego de Yavanna, construyó dos lámparas poderosas para iluminar la Tierra Media que él había puesto entre los mares circundantes. Entonces Varda llenó las lámparas y Manwë las consagró, y los Valar las colocaron sobre altos pilares, más altos que cualquiera de las montañas de días posteriores. Levantaron una de las lámparas cerca del norte de la Tierra Media y le dieron el nombre de Illuin; y la otra la levantaron en el sur, y le dieron el nombre de Ormal; y la luz de las Lámparas de los Valar fluyó sobre la Tierra, de manera que todo quedó iluminado como si estuviera en un día inmutable.
       Entonces las semillas que Yavanna había sembrado empezaron a brotar y a germinar con prontitud, y apareció una multitud de cosas que crecían, grandes y pequeñas, musgos y hierbas y grandes helechos, y árboles con copas coronadas de nubes, como montañas vivientes, pero con los pies envueltos en un crepúsculo verde. Y acudieron bestias y moraron en las llanuras herbosas, o en los ríos y los lagos, o se internaron en las sombras de los bosques. Y sin embargo aún no había florecido ninguna flor, no había cantado ningún pájaro porque estas cosas aguardaban aún en el seno de Yavanna a que les llegara el momento; pero había gran riqueza en lo que ella concibiera, y en ningún sitio más abundante que en las partes centrales del mundo, donde las luces de ambas lámparas se encontraban y se mezclaban. Y allí, en la Isla de Almaren, en el Gran Lago, tuvieron su primera morada los Valar, cuando todas las cosas eran jóvenes y el verde reciente maravillaba aún a los hacedores; y durante mucho tiempo se sintieron complacidos.
      Sucedió entonces que mientras los Valar descansaban de sus trabajos y contemplaban el crecimiento y el desarrollo de las cosas que habían concebido e iniciado, Manwë ordenó que hubiese una gran fiesta; y los Valar y todas sus huestes acudieron a la llamada. Pero Aulë y Tulkas se sentían cansados, pues la habilidad de uno y la fuerza del otro habían estado sin cesar al servicio de todos mientras trabajaban. Y Melkor conocía todo lo que se había hecho, ya que aún entonces tenía amigos y espías secretos entre los Maiar a quienes había convertido a su propia causa; y lejos, en la oscuridad, lo consumía el odio, pues tenía celos de la obra de sus pares, a quienes deseaba someter. Por tanto, convocó a los espíritus de los palacios de que él había pervertido para que le sirvieran, y se creyó fuerte. Y viendo que le llegaba la hora, volvió a acercarse a Arda, y la contempló, y ante la belleza de la Tierra en Primavera sintió todavía más odio.
       Pues bien, los Valar estaban reunidos en Almaren sin sospechar mal alguno, y por causa de la luz de Illuin no percibieron la sombra en el norte que desde lejos arrojaba Melkor; porque se había vuelto oscuro como la Noche del Vacío. Y se canta que en la fiesta de la Primavera de Arda, Tulkas desposó a Nessa, la hermana de Oromë, y ella bailó ante los Valar sobre la hierba verde de Almaren.
       Luego Tulkas se echó a dormir, pues estaba cansado y satisfecho, y Melkor creyó que la ocasión le era propicia. Y pasó con su ejército por sobre los Muros de la Noche y llegó a la Tierra Media, lejos, al norte; y los Valar no lo advirtieron.
     Entonces, Melkor empezó a cavar, y construyó una vasta fortaleza muy hondo bajo la Tierra, por debajo de las montañas oscuras donde los rayos de Illuin eran fríos y débiles. Esa ciudadela recibió el nombre de Utumno. Y aunque los Valar aún no sabían nada de ella, la maldad de Melkor y el daño de su odio brotaron desde allí alrededor y marchitaron la Primavera de Arda. Las criaturas verdes enfermaron y se corrompieron, las malezas y el cieno estrangularon los ríos; los helechos, rancios y ponzoñosos, se convirtieron en sitios donde pululaban las moscas; y los bosques se hicieron peligrosos y oscuros, moradas del miedo, y las bestias se transformaron en monstruos de cuerno y marfil, y tiñeron la tierra con sangre. Entonces supieron los Valar, sin ninguna duda, que Melkor estaba actuando otra vez, y buscaron su escondrijo. Pero Melkor, confiado en la fuerza de Utumno y en el poderío de sus sirvientes, acudió de repente a la lucha, y asestó el primer golpe, antes de que los Valar estuvieran preparados; y atacó las luces de Illuin y Ormal, derribó los pilares y quebró las lámparas. En el derrumbe de los poderosos pilares, las tierras se abrieron y los mares se levantaron en tumulto; y cuando las lámparas se derramaron unas llamas destructoras avanzaron por la Tierra. Y la forma de Arda y la simetría de las aguas y tierras quedaron entonces dañadas, de modo que los primeros proyectos de los Valar nunca fueron restaurados.
      En la confusión y la oscuridad Melkor huyó, aunque tuvo miedo, pues por encima del bramido de los mares oyó la voz de Manwë como un viento huracanado; y la tierra temblaba bajo los pies de Tulkas. Pero llegó a Utumno antes de que Tulkas pudiera alcanzarlo; y allí se quedó escondido. Y los Valar no pudieron someterlo en aquella ocasión, porque necesitaban de casi todas sus fuerzas para apaciguar los tumultos de la Tierra y salvar de la ruina todo lo que pudiera ser salvado de lo que habían hecho; y después temieron desgarrar otra vez la Tierra en tanto no supieran dónde moraban los Hijos de Ilúvatar, que aún habrían de venir en un tiempo que a los Valar les estaba oculto.
      Así llegó a su fin la Primavera de Arda. La morada de los Valar en Almaren quedó por completo destruida, y no tuvieron sitio donde vivir sobre la faz de la Tierra. Por tanto, abandonaron la Tierra Media y fueron a la Tierra de Aman, el más occidental de todos los territorios sobre el filo del mundo; pues las costas occidentales miraban al Mar Exterior, que los Elfos llamaban Ekkaia, y que circunda el Reino de Arda. Cuan ancho es ese mar, sólo los Valar lo saben; y más allá de él se encuentran los Muros de la Noche. Pero las costas orientales de Aman eran el extremo de Belegaer, el Gran Mar del Occidente; y como Melkor había vuelto a la Tierra Media y aún no podían someterlo, los Valar fortificaron sus propias moradas, y en las costas del mar levantaron las Pelóri, las Montañas de Aman, las más altas de la Tierra. Y sobre todas las montañas de Pelóri, se alzaba la altura en cuya cima puso Manwë su trono. Taniquetil llaman los Elfos a esa montaña sagrada, y Oiolossë de Blancura Sempiterna, y Elerrína Coronada de Estrellas, y con muchos otros nombres; pero en la lengua tardía de los Sindar se la llamaba Amon Uiíos.
      Desde los palacios de Taniquetil, Manwë y Varda podían ver a través de la Tierra hasta los confines más extremos del Este.
     Detrás de los muros de las Pelóri, los Valar se establecieron en esa región que llamaban Valinor; y allí tenían casas, jardines y torres. En aquella tierra protegida acumularon grandes caudales de luz y las cosas más bellas que se salvaron de la ruina; y muchas otras aún más bellas las hicieron de nuevo, y Valinor fue todavía más hermosa que la Tierra Media en la Primavera de Arda; y fue bendecida, porque los Inmortales vivían allí, y allí nada se deterioraba ni marchitaba, ni había mácula en las flores o en las hojas de esa tierra, ni corrupción o enfermedad en nada de lo que allí vivía; porque aún las mismas piedras y las aguas estaban consagradas.
       Y cuando Valinor estuvo acabada y establecidas las mansiones de los Valar, en medio de la llanura de más allá de los montes edificaron su ciudad, Valmar, la de muchas campanas. Ante el portal occidental había un montículo verde, Ezellohar, llamado también Corollairë; y Yavanna lo consagró, y se sentó allí largo tiempo sobre la hierba verde y entonó un canto de poder en el que puso todo lo que pensaba de las cosas que crecen en la tierra. Pero Nienna reflexionó en silencio y regó el montículo con lágrimas. En esa ocasión los Valar estaban todos reunidos para escuchar el canto de Yavanna, sentados en los tronos del consejo en el Máhanaxar, en el Anillo del Juicio, cerca de los portones dorados de Valmar; y Yavanna Kementári cantó delante de ellos, que la observaban.
       Y mientras observaban, en el montículo nacieron dos esbeltos brotes; y el silencio cubría el mundo entero a esa hora y no se oía ningún otro sonido que la voz de Yavanna. Bajo su canto los brotes crecieron y se hicieron hermosos y altos, y florecieron; y de este modo despertaron en el mundo los Dos Árboles de Valinor, la más renombrada de todas las creaciones de Yavanna. En torno al destino de estos árboles se entretejen todos los relatos de los Días Antiguos.
       Uno de ellos tenía hojas de color verde oscuro que por debajo eran como plata resplandeciente, y de cada una de las innumerables flores caía un rocío continuo de luz plateada, y la tierra de abajo se moteaba con la sombra de las hojas temblorosas. El otro tenía hojas de color verde tierno, como el haya recién brotada, con bordes de oro refulgente. Las flores se mecían en las ramas en racimos de ruegos amarillos, y cada una era como un cuerno encendido que derramaba una lluvia dorada sobre el suelo; y de los capullos de este árbol brotaba calor, y una gran luz. Telperion se llamó el uno en Valinor, y Silpion, y Ninquelótë y tuvo muchos otros nombres; pero Laurelin fue el otro, y también Malinalda, y Culúrien, y le dieron además muchos nombres en los cantos.
      En siete horas la gloria de cada árbol alcanzaba su plenitud y menguaba otra vez en nada; y cada cual despertaba una vez más a la vida una hora antes de que el otro dejara de brillar. Así en Valinor dos veces al día había una hora dulce de luz más suave, cuando los dos árboles eran más débiles y los rayos de oro y de plata se mezclaban. Telperion era el mayor de los árboles y el primero en desarrollarse y florecer; y esa primera hora en que resplandecía —el fulgor blanco de un amanecer de plata— los Valar no la incluyeron en el compuesto de las horas, pero le dieron el nombre de Hora de Apertura, y a partir de ella contaron las edades del reino de Valinor. Por tanto, a la sexta hora en ese Primer Día, y en todos los días gozosos que siguieron, hasta el Oscurecimiento de Valinor, concluía el tiempo de floración de Telperion; y a la hora duodécima dejaba de florecer Laurelin. Y cada día de los Valar en Aman tenía doce horas, y terminaba con la segunda mezcla de las luces, en la que Laurelin menguaba, pero Telperion crecía. Sin embargo, la luz que los árboles esparcían duraba un tiempo antes de que fuera arrebatada en el aire o se hundiera en la tierra; y Varda atesoraba los rocíos de Telperion y la lluvia que caía de Laurelin en grandes tinas como lagos resplandecientes, que eran para toda la tierra de los Valar como fuentes de agua y de luz. Así empezaron los Días de la Bendición de Valinor; y así empezó también la Cuenta del Tiempo.
      Pero mientras las edades avanzaban hacia la hora señalada por Ilúvatar para la venida de los Primeros Nacidos, la Tierra Media yacía en una luz crepuscular bajo las estrellas que Varda había forjado en edades olvidadas cuando trabajaba en Eä. Y en las tinieblas vivía Melkor y aún andaba con frecuencia por el mundo, en múltiples formas poderosas y aterradoras, y esgrimía el frío y el fuego, desde las cumbres de las montañas a los profundos hornos que están debajo; y cualquier cosa que fuese cruel o violenta o mortal era en esos días obra de Melkor.
      Pocas veces venían los Valar por encima de las montañas a la Tierra Media, dejando atrás la belleza y la beatitud de Valinor, pero cuidaban y amaban los territorios de más allá de las Pelóri. Y en medio del Reino Bendecido se levantaban las mansiones de Aulë, y allí trabajó él largo tiempo. Porque en la hechura de todas las cosas de esa tierra Aulë tuvo parte principal e hizo allí muchas obras hermosas y esbeltas, tanto abiertamente como en secreto. De él provienen la ciencia y el conocimiento de todas las cosas terrestres: sea la ciencia de los que no hacen, pero intentan comprender lo que es, o la ciencia de los artesanos: el tejedor, el que da forma a la madera y el que trabaja los metales; y también el labrador y el granjero, aunque éstos y todos los que tratan con cosas que crecen y dan fruto se deben también a la esposa de Aulë, Yavanna Kementári. Es a Aulë a quien se da el nombre de Amigo de los Noldor, porque de él aprendieron mucho en días posteriores, y son ellos los más hábiles de entre los Elfos; y a su Propio modo, de acuerdo con los dones que Ilúvatar les concedió, añadieron mucho a sus enseñanzas, deleitándose en las lenguas y en los escritos, y en las figuras del bordado, el dibujo y el tallado. Los Noldor fueron también los primeros que consiguieron hacer gemas; y las más bellas de todas las gemas fueron los Silmarils, que se han perdido.
     Pero Manwë Súlimo, el más alto y sagrado de los Valar, instalado en los lindes de Aman, no dejaba de pensar en las Tierras Exteriores. Porque el trono de Manwë se levantaba majestuoso sobre el pináculo de Taniquetil, la más alta montaña del mundo, a orillas del mar. Espíritus que tenían forma de halcones y águilas revoloteaban por las estancias del palacio; y los ojos de Manwë podían ver hasta las profundidades del mar y horadar las cavernas ocultas bajo la tierra. De este modo le traían noticias de casi todo cuanto ocurría en Arda; no obstante, había cosas ocultas aun para Manwë y los servidores de Manwë, porque donde Melkor se ensimismaba en negros pensamientos, las sombras eran impenetrables. Manwë no concibe ningún pensamiento que sirva a su propio honor y no tiene celos del poder de Melkor, sino que lo gobierna todo en paz. De entre todos los Elfos, amaba más a los Vanyar, y de él recibieron la poesía y el canto; pues la poesía es el deleite de Manwë, y el canto con palabras es la música que prefiere. El vestido de Manwë es azul, y azul el fuego de sus ojos, y su cetro es de zafiro, que los Noldor labraron para él; y fue designado para ser el vice—regente de Ilúvatar, Rey del mundo de los Valar y los Elfos y los Hombres, y principal defensa contra el mal de Melkor. Con Manwë moraba Varda, quien en lengua Sindarin es llamada Elbereth, Reina de los Valar, hacedora de las estrellas; y con ellos había una vasta hueste de espíritus bienaventurados.
       Pero Ulmo se encontraba solo, y no moraba en Valinor, y ni siquiera iba allí excepto cuando se celebraba un gran consejo; vivió desde el principio de Arda en el Océano Exterior, y allí vive todavía. Desde allí gobierna el flujo de todas las aguas, y las mareas, el curso de los ríos y la renovación de las fuentes, y la destilación de todos los rocíos y lluvias en las tierras que se extienden bajo el cielo. En los sitios profundos concibe una música grande y terrible, y el eco de esa música corre por todas las venas del mundo en dolor y alegría; porque si alegre es la fuente que se alza al sol, el agua nace en pozos de dolor insondable en los cimientos de la Tierra.
       Los Teleri aprendieron mucho de Ulmo, y por esta razón su música tiene a la vez tristeza y encantamiento. Junto con él llegó Salmar a Arda, el que hizo los cuernos de Ulmo, aquellos que nadie puede olvidar si los ha oído una vez; también Ossë y Uinen, a los que dio el gobierno de las olas y los movimientos de los Mares Interiores, y además muchos otros espíritus. Y así fue por el poder de Ulmo que aun bajo las tinieblas de Melkor fluyó la vida por muchas vías secretas, y la Tierra no murió; y para aquellos que andaban perdidos en esas tinieblas o lejos de la luz de los Valar, estaban siempre abiertos los oídos de Ulmo; y tampoco ha olvidado la Tierra Media; y no ha dejado de pensar en cualquier ruina o cambio que haya sobrevenido desde entonces, y así lo hará hasta el fin de los días.
       Y en ese tiempo de oscuridad tampoco Yavanna estaba dispuesta a abandonar por completo las Tierras Exteriores; pues todas las cosas que crecen le son caras, y se lamentaba por las obras que había iniciado en la Tierra Media, y que Melkor había dañado. Por tanto, abandonando la casa de Aulë y los prados floridos de Valinor, iba a veces a curar las heridas abiertas por Melkor; y al volver instaba siempre a los Valar a enfrentar el maligno dominio de Melkor, en una guerra que tendrían que librar sin duda antes del advenimiento de los Primeros Nacidos. Y Oromë, domador de bestias, también cabalgaba de vez en cuando por la oscuridad de los bosques; llegaba como poderoso cazador, con el arco y las Hechas, persiguiendo a muerte a los monstruos y criaturas salvajes del reino de Melkor, y su caballo blanco Nahar, brillaba como plata en las sombras.
      Entonces la tierra adormecida temblaba con el repiqueteo de los cascos dorados, y en el crepúsculo matinal del mundo Oromë hacía sonar el gran cuerno, el Valaróma, sobre los llanos de Arda; las montañas le respondían con ecos prolongados, y las sombras del mal huían, y el mismo Melkor se encogía en Utumno anticipando la cólera por venir. Pero Oromë no había acabado de pasar y ya los sirvientes de Melkor se reagrupaban; y las tierras se cubrían de sombras y engaños.
Ahora bien, todo se ha dicho de cómo fueron la Tierra y sus gobernantes en el comienzo de los días, antes de que el mundo apareciese como los Hijos de Ilúvatar lo conocieron. Porque los Elfos y los Hombres son Hijos de Ilúvatar; y como no habían entendido enteramente ese tema por el que los Hijos entraron en la Música, ninguno de los Ainur se atrevió a agregarle nada. Por esa razón los Valar son los mayores y los cabecillas de ese linaje antes que sus amos; y si en el trato con los Elfos y los Hombres, los Ainur han intentado forzarlos en alguna ocasión, cuando ellos no tenían guía, rara vez ha resultado nada bueno, por buena que fuera la intención. En verdad los Ainur tuvieron trato sobre todo con los Elfos, porque Ilúvatar los hizo más semejantes en naturaleza a los Ainur, aunque menores en fuerza y estatura; mientras que a los Hombres les dio extraños dones.
      Pues se dice que después de la partida de los Valar, hubo silencio, y durante toda una edad Ilúvatar estuvo solo, pensando. Luego habló y dijo:

      —¡He aquí que amo a la Tierra, que será la mansión de los Quendi y los Atani! Pero los Quendi serán los más hermosos de todas las criaturas terrenas y tendrán y concebirán y producirán más belleza que todos mis Hijos; y de ellos será la mayor buenaventura en este mundo. Pero a los Atani les daré un nuevo don.

      Por tanto, quiso que los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus propias vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música de los Ainur, que es como el destino para toda otra criatura; y por obra de los Hombres todo habría de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño. Pero Ilúvatar sabía que los Hombres, arrojados al torbellino de los poderes del mundo, se extraviarían a menudo y no utilizarían sus dones en armonía; y dijo:

      —También ellos sabrán, llegado el momento, que todo cuanto hagan contribuirá al fin sólo a la gloria de mi obra.

      Creen los Elfos, sin embargo, que los Hombres son a menudo motivo de dolor para Manwë, que conoce mejor que otros la mente de Ilúvatar; pues les parece a los Elfos que los Hombres se asemejan a Melkor más que a ningún otro Ainu, aunque él los ha temido y los ha odiado siempre, aun a aquellos que le servían.
      Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los Hombres: que sólo estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que partan pronto; a donde, los Elfos no lo saben. Mientras que los Elfos permanecerán en el mundo hasta el fin de los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los Elfos no mueren hasta que no muere el mundo, a no ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes aparentes están sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en Valinor, de donde pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los Hombres mueren en verdad, y abandonan el mundo; por lo que se los llama los Huéspedes o los Forasteros. La Muerte es su destino, el don de Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo. Pero Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza. No obstante, ya desde hace mucho los Valar declararon a los Elfos que los Hombres se unirán a la Segunda Música de los Ainur; mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los Elfos después de que el Mundo acabe, y Melkor no lo ha descubierto.

DE AULË Y YAVANNA

      Se dice que al principio los Enanos fueron hechos por Aulë en la oscuridad de la Tierra Media; porque tanto deseaba Aulë la llegada de los Hijos, tener discípulos a quienes enseñarles su ciencia y artesanía, que no estuvo dispuesto a aguardar el cumplimiento de los designios de Ilúvatar. Y Aulë hizo a los Enanos como son todavía, porque aún no tenía clara en la mente la forma de los Hijos que estaban por venir y porque el poder de Melkor aún obraba en la Tierra; y por tanto deseó que fueran fuertes e inquebrantables. Pero temiendo que los otros Valar lo culparan, trabajó en secreto; e hizo primero a los Siete Padres de los Enanos en un palacio bajo las montañas de la Tierra Media.
Ahora bien, Ilúvatar sabía lo que se estaba haciendo, y a la hora misma en que Aulë completó su obra, y sintiéndose complacido, empezó a instruir a los Enanos en la lengua que había inventado para ellos, Ilúvatar le hablo:

      —¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué intentas algo que está más allá de tu poder y tu autoridad, como bien lo sabes? Pues has recibido de mí como don sólo tu propio ser, y ninguna otra cosa, y por tanto las criaturas de tu mano y tu mente sólo pueden vivir. de ese ser, moviéndose cuando tú lo piensas, y si tu pensamiento está en otro sitio, quedándose quietos. ¿Es ése tu deseo?

      Entonces Aulë contestó:

      —Yo no deseé semejante dominio. Deseé criaturas que no fueran como yo, para amarlas y enseñarles, de modo que ellas también pudieran percibir la belleza de Eä, que tú mismo hiciste. Porque me pareció que había grandes espacios en Arda como para que muchas criaturas pudieran regocijarse en ella, y sin embargo aún se encuentra casi toda muda y vacía. Y en mi impaciencia he dado en la locura. No obstante, llevo en el corazón la hechura de cosas nuevas a causa de la hechura que tú mismo me diste; y el niño de escaso entendimiento que convierte en juego los trabajos del pudre puede no hacerlo por burla, sino porque es el hijo del padre. Pero ¿qué haré ahora para que no estés siempre enfadado conmigo? Como un niño a su padre te ofrezco yo estas criaturas, obra de las manos que tú mismo has hecho. Dispón de ellas como más te plazca. Pero ¿no tendría que destruir yo mismo la obra de mi presunción?

      Alzó entonces Aulë un gran martillo para golpear a los Enanos; y lloró. Pero Ilúvatar vio la humildad de Aulë, y tuvo compasión de él y de su deseo; y los Enanos se sobrecogieron ante el martillo y se asustaron, e inclinaron la cabeza y suplicaron clemencia. Y la voz de Ilúvatar le dijo a Aulë:

      —Acepto tu ofrenda tal como era al principio. ¿No ves que estas criaturas tienen ahora una vida propia y hablan con sus propias voces? De otro modo no habrían esquivado tu golpe, ni orden alguna de tu voluntad.

      Entonces Aulë soltó el martillo y se sintió complacido, y dio las gracias a Ilúvatar diciendo:

      —Quiera Eru bendecir mi obra y enderezarla.

       Pero Ilúvatar habló otra vez y dijo:

       —En el principio del Mundo di ser a los pensamientos de los Ainur y del mismo modo he tomado ahora tu deseo y le he dado sitio en el Mundo; pero no enderezaré de ningún otro modo la obra de tus manos, y tal como la hiciste, así será. Pero esto no toleraré: que estas criaturas lleguen antes que los Primeros Nacidos de mi hechura, ni que tu impaciencia sea recompensada. Dormirán bajo la piedra en la oscuridad y no saldrán de ella hasta que los Primeros Nacidos no hayan despertado sobre la Tierra; y hasta ese momento tú y ellos esperaréis, aunque la espera os parezca larga. Pero cuando llegue la hora, yo mismo los despertaré y serán para ti como hijos; y a menudo habrá disputas entre los tuyos y los míos, los hijos de mi adopción y los hijos de mi elección.

       Entonces Aulë tomó a los Siete Padres de los Enanos y los puso a descansar en sitios distintos y apartados; y regresó a Valinor, y esperó mientras los largos años se prolongaban.
       Como habrían de aparecer en los días del poder de Melkor, Aulë hizo a los Enanos fuertes y resistentes. Por tanto, son duros como la piedra, empeñosos, rápidos en la amistad y en la enemistad, y soportan el trabajo y el hambre y los dolores del cuerpo más que ninguna otra criatura que tenga el don de la palabra; viven largo tiempo, mucho más que los días de los Hombres, pero no para siempre.
       Se sostuvo en otro tiempo entre los Elfos de la Tierra Media que al morir los Enanos volvían a la tierra y a la piedra de que estaban hechos; sin embargo, no es eso lo que ellos mismos creen. Porque dicen que Aulë el Hacedor, a quien llaman Mahal, cuida de ellos y los reúne en Mandos, en estancias apartadas; y que Aulë declaró a los primeros Padres que Ilúvatar los consagrará y que les dará un lugar entre los Hijos cuando llegue el fin. Tendrán entonces la misión de servir a Aulë y ayudarlo a rehacer a Arda después de la Ultima Batalla. Dicen también que los Siete Padres de los Enanos retornan para vivir entre los suyos y para ponerse una vez más los nombres antiguos de los que Durin fue el más notable en tiempos posteriores, padre del pueblo que más amistad tuvo con los Elfos, y cuyas mansiones se encontraban en Khazad—düm.
Ahora bien, mientras Aulë trabajaba en la hechura de los Enanos, ocultó su obra a los demás Valar; pero al fin confió en Yavanna y le contó todo lo que había sucedido. Entonces Yavanna le dijo:

       —Eru es Piadoso. Veo ahora que tu corazón se regocija, como bien cabe; porque no sólo has recibido perdón, sino también munificencia. No obstante, y porque me ocultaste este pensamiento hasta que estuvo consumado, tus hijos no sentirán mucho amor por los objetos de mi amor. Amarán primero las cosas que sean obra de sus propias manos, al igual que su padre. Cavarán en la tierra y no estimarán las cosas que crecen y viven sobre la tierra. Muchos árboles sentirán la mordedura del hierro despiadado.

      Pero Aulë respondió:

     —También será eso cierto de los Hijos de Ilúvatar; porque ellos comerán y construirán. Y aunque las cosas de tu reino tienen valor en sí mismas, y seguirían teniéndolo aun si los Hijos no llegaran, no obstante, Eru les concederá poder, y utilizarán todo cuanto encuentren en Arda; pero no, según es propósito de Eru, sin respeto o sin gratitud.

      —No, a no ser que Melkor les ennegrezca el corazón —dijo Yavanna. Y no se sintió apaciguada, pues el temor de lo que pudiera hacerse en la Tierra Media en los días por venir le afligía el ánimo. Por tanto, fue al encuentro de Manwë y no traicionó el secreto de Aulë, pero preguntó:

      —Rey de Arda ¿es cierto, como me dijo Aulë, que los Hijos, cuando lleguen, tendrán dominio sobre mis obras y harán de ellas lo que les plazca?

      —Es cierto —dijo Manwë—. Pero ¿por qué preguntas? No necesitas de las enseñanzas de Aulë.

       Entonces Yavanna calló y contempló sus propios pensamientos. Y al fin respondió:

      —Porque hay ansiedad en mi corazón al pensar en los días por venir. Todas mis obras me son caras. ¿No basta que Melkor haya dañado tanto? ¿Nada que yo haya hecho estará libre del dominio de otros?

        —Si tu voluntad se cumpliera ¿qué preservarías? —dijo Manwë— De todo tu reino ¿qué te es más caro?

       —Todo tiene su valor —le respondió Yavanna— y cada cosa contribuye al valor de las otras. Pero los kelvar pueden volar o defenderse, lo que no es posible entre las cosas que crecen como las olvar. Y de todas éstas, me son caros los árboles. Lentos en crecer, rápidos en la caída, y a menos que paguen el tributo del fruto en las ramas, apenas llorados en su tránsito. Esto veo en mi pensamiento. ¡Quisiera que los árboles pudieran hablar en nombre de todas las cosas que tienen raíz y castigar a quien les hiciese daño!

       —Es ése un raro pensamiento —dijo Manwë.

      —Sin embargo, estaba— en la Canción —dijo Yavanna—. Porque mientras tú andabas por los cielos y con Ulmo hacíais las nubes y derramabais las lluvias, levanté yo las ramas de los grandes árboles para recibirlas, y algunas cantaron a Ilúvatar entre el viento y la lluvia.

      Entonces Manwë guardó silencio y el pensamiento de Yavanna, que ella le había puesto en el corazón, creció y se desarrolló, e Ilúvatar llegó a verlo. Entonces le pareció a Manwë que la Canción se levantaba una vez más alrededor, y descubrió ahora muchas cosas que había oído antes, pero que no había advertido. Y por último se renovó la Visión, pero era ahora remota, porque él mismo estaba en ella, y vio sin embargo que la mano de Ilúvatar sostenía todo; y la mano entró en la Visión, y de ella extrajo muchas maravillas que hasta entonces habían estado escondidas en el corazón de los Ainur.
Y entonces Manwë despertó y fue al encuentro de Yavanna en Ezellohar, y se sentó junto a ella bajo los Dos Árboles. Y Manwë dijo:

      —Oh, Kementári, Eru ha hablado diciendo: “¿Supone, pues, alguno de los Valar que no escuché toda la Canción, aun el mínimo sonido de la mínima voz? ¡Oíd! Cuando los Hijos despierten, el pensamiento de Yavanna despertará también, y convocará espíritus venidos de lejos, e irán entre los kelvar y las olvar, y algunos se albergarán en ellos, y serán tenidos en reverencia, y su justa cólera será temida. Por un tiempo: mientras los Primeros Nacidos tengan dominio y los Segundos sean jóvenes.” Pero ¿no recuerdas, Kementári, que tu canto no siempre estuvo solo? ¿No se encontraron tu pensamiento y el mío y remontamos vuelo juntos corno los grandes pájaros que se elevan sobre las nubes? Eso también advendrá por obra de la atenta mirada de Ilúvatar, y antes que los Hijos despierten, aparecerán las Águilas de los Señores del Occidente, con alas parecidas al viento.

       Se complació entonces Yavanna y se puso de pie tendiendo los brazos a los cielos, y dijo:

      —Altos crecerán los árboles de Kementári: ¡que las Águilas del Rey moren en ellos! Pero también Manwë se puso de pie y pareció que se erguía, tan alto que su voz descendió a Yavanna como desde los caminos de los vientos.

      —No —dijo—, sólo los árboles de Aulë serán lo bastante altos. Las águilas morarán en las montañas, y desde allí oirán las voces de los que nos reclamen. Pero los Pastores de Árboles andarán por los bosques.
Luego Manwë y Yavanna se separaron, y Yavanna volvió a Aulë, y él estaba en la herrería vertiendo metal fundido en un molde. —Eru es generoso —dijo ella—. ¡Que se cuiden tus hijos ahora! Porque despertarán la cólera de un poder que habrá en los bosques y correrán peligro. —No obstante, necesitarán madera —dijo Aulë, y prosiguió con el trabajo de herrero.

       DE LA LLEGADA DE LOS ELFOS Y EL CAUTIVERIO DE MELKOR

      Durante largos años los Valar vivieron en beatitud a la luz de los Árboles más allá de las Montañas de Aman, pero un crepúsculo estelar cubría toda la Tierra Media. Mientras las Lámparas habían brillado, surgió allí una vegetación que luego fue estorbada, porque todo se hizo otra vez oscuro. Pero las más antiguas criaturas vivientes habían aparecido ya: en los mares las grandes algas, y en la tierra la sombra de grandes árboles; y en los valles que la noche vestía había oscuras criaturas, antiguas y vigorosas. A esas tierras y bosques, los Valar iban rara vez, salvo Yavanna y Oromë; y Yavanna andaba allí por las sombras, lamentando que el nacimiento y la promesa de la Primavera de Arda se hubiesen diferido. Y puso a dormir a muchas criaturas nacidas en la Primavera, para que no envejecieran, y aguardaran el momento de despertar, que no había llegado aún.
       Pero en el norte Melkor cobraba fuerzas, y no dormía, pero vigilaba, y trabajaba; y las criaturas malignas que él había pervertido andaban por las tierras vecinas, y los bosques oscuros y adormilados eran frecuentados por monstruos y formas espantosas. Y en Utumno reunió a sus demonios, los espíritus que se le unieron desde un principio en los días de esplendor y que más se le asemejaban en corrupción: sus corazones eran de fuego; pero un manto de tinieblas los cubría, y el terror iba delante de ellos; tenían látigos de llamas. Balrogs se los llamó en la Tierra Media en días posteriores. Y en ese tiempo oscuro Melkor creó muchos otros monstruos de distintas formas y especies que durante mucho tiempo Perturbaron el mundo; y el reino fue extendiéndose hacia el sur por sobre la Tierra Media.
        Y Melkor levantó también una fortaleza y armería no lejos de las costas noroccidentales del mar para resistir a cualquier ataque que viniera de Aman. La fortaleza era mandada por Sauron, teniente de Melkor; y se le daba el nombre de Angband.
       Sucedió que los Valar se reunieron en consejo, turbados por las nuevas que Yavanna y Oromë traían de las Tierras Exteriores; y Yavanna habló ante los Valar diciendo:

      —Oh, vosotros, poderosos de Arda, la Visión de Ilúvatar fue breve y nos la quitaron pronto, de modo que quizá no podamos sospechar, dentro de un estrecho margen de días, la hora señalada. Esto, sin embargo, tened por seguro: se aproxima la hora, nuestra esperanza tendrá respuesta antes que esta edad termine, y los hijos despertarán. ¿Dejaremos, pues, las tierras que serán su morada, desoladas e invadidas por poderes malignos? ¿Darán a Melkor el nombre de «señor» mientras Manwë está sentado en Taniquetil?

      Y Tulkas grito:

     —¡No! ¡Hagamos la guerra sin demora! ¿Acaso no hace mucho que descansamos de la lucha y no se ha renovado ya nuestra fuerza? ¿Se nos opondrá uno solo para siempre?

       Pero por mandato de Manwë habló Mandos, y dijo:

     —Los Hijos de Ilúvatar vendrán en esta edad por cierto, pero no todavía. Se ha proclamado además que los Primeros Nacidos llegarán en la oscuridad y primero contemplarán las estrellas. Verán la gran luz cuando empiecen a menguar, y acudirán a Varda cada vez que lo necesiten.

       Entonces Varda abandonó el consejo y desde las alturas de Taniquetil contempló la oscuridad de la Tierra Media bajo las estrellas innumerables, débiles y distantes, e inició entonces un gran trabajo, la mayor de las labores de los Valar desde que llegaran a Arda. Recogió el rocío plateado de las tinas de Telperion, y con él hizo estrellas nuevas y más brillantes preparando la llegada de los Primeros Nacidos; por eso, a quien desde la profundidad de los tiempos y los trabajos de Eä se llamó Tintallë, la Iluminadora, los Elfos le dieron más tarde el nombre de Elentári, Reina de las Estrellas. También entonces hizo ella Carnil y Luinil, Nénar y Lumbar, Alcarinquë y Elemmirë, y reunió muchas otras de las antiguas estrellas y las puso como signos en los cielos de Arda: Wilwarin, Telumendil, Soronúmë y Anarríma; y Menelmacar, con un cinturón resplandeciente que presagia que la Ultima Batalla se librará al final de los días. Y alta en el norte, como reto a Melkor, echó a girar la corona de siete poderosas estrellas: Valacirca, la Hoz de los Valar y signo de los hados.
     Se dice que al poner fin Varda a estos trabajos, y muy largos que fueron, cuando Menelmacar entró en el cielo por primera vez y el fuego azul de Helluin flameó en las nieblas por sobre los confines del mundo, a esa misma hora despertaron los Hijos de la Tierra, los Primeros Nacidos de Ilúvatar. Junto a la laguna de Cuiviénen, el Agua del Despertar, iluminada de estrellas, se levantaron del sueño de Ilúvatar; y mientras permanecían aún en silencio junto a Cuiviénen, miraron y contemplaron antes que ninguna otra cosa las estrellas del cielo. Por tanto, han amado siempre la luz de las estrellas, y veneran a Varda Elentári por sobre todos los Valar.
      En los cambios del mundo, las formas de las tierras y de los mares se han destruido y reconstruido; los nos no han conservado su curso, ni las montañas se han mantenido firmes; y no hay retorno a Cuiviénen. Pero se dice entre los Elfos que Cuiviénen estaba muy lejos al este de la Tierra Media y hacia el norte, y que era una bahía del Mar Interior de Helcar; y ese mar se encontraba donde habían estado las raíces de la montaña de Illuin antes de que Melkor la derribara. Muchas aguas fluían hacia allí desde las alturas del este, y lo primero que oyeron los Elfos fue el sonido de una corriente de agua, y el sonido del agua al caer sobre las piedras.
      Mucho tiempo habitaron en esta primera morada junto al agua bajo las estrellas, y recorrían la tierra maravillados; y empezaron a hablar y a dar nombre a todas las cosas que percibían. A sí mismos se llamaron los Quendi, que significa «los que hablan con voces»; porque hasta entonces no habían descubierto criatura alguna que hablara o cantara.
Y una vez sucedió que Oromë cabalgó hacia el este en el curso de una cacería, y se volvió al norte junto a las costas del Helcar y pasó bajo las sombras de las Orocarni, las Montañas del Este. Entonces, de pronto, Nahar lanzó un gran relincho y se mantuvo inmóvil. Y Oromë, intrigado, permaneció en silencio, y le pareció que en la quietud de la tierra bajo las estrellas oía a lo lejos el sonido de muchas voces que cantaban.
      Así fue que los Valar encontraron al fin, casi por azar, a aquellos que durante tanto tiempo habían esperado. Y Oromë se asombró al contemplar a los Elfos, como si fueran seres repentinos, maravillosos e imprevistos; porque así les sucederá siempre a los Valar. Desde fuera del Mundo, aunque todas las cosas puedan preconcebirse en la Música o preverse en una visión lejana, a los que en verdad penetran en Eä las criaturas siempre los sorprenderán, como algo novedoso que nunca fue anunciado.
      En el principio los Hijos Menores de Ilúvatar eran más fuertes y más grandes de lo que fueron luego; pero no más hermosos, porque, aunque la belleza de los jóvenes Quendi sobrepasaba a todo lo creado por Ilúvatar, no se ha desvanecido, sino que vive en el Occidente, y el dolor y la sabiduría la han acrecentado. Y Oromë amó a los Quendi, y los llamó en la lengua de ellos Eldar, el Pueblo de las Estrellas; pero ese nombre sólo lo llevaron después los que siguieron a Oromë por el camino del oeste.
     Pero muchos Quendi se aterraron con la llegada de Oromë, y la causa era Melkor. Porque de acuerdo con las conclusiones de los sabios, Melkor, siempre vigilante, fue el primero en conocer el despertar de los Quendi, y envió sombras y espíritus malignos para que los espiaran y los acecharan. De modo que algunos años antes de la llegada de Oromë, no era infrecuente que si alguno de los Elfos se aventuraba lejos, solo o con escasa compañía, desapareciese y no volviese nunca; y los Quendi dijeron que el Cazador los había atrapado, y tuvieron miedo. Y, por cierto, los más antiguos cantos de los Elfos, cuyos ecos se recuerdan todavía en el Occidente, hablan de formas sombrías que recorrían las colinas por sobre Cuiviénen y ocultaban súbitamente las estrellas; y del Jinete Oscuro que montaba un caballo salvaje y perseguía a los extraviados para atraparlos y comérselos. Ahora bien, Melkor sentía gran odio y temor por las cabalgatas de Oromë, y no se sabe si mandó en efecto a sus oscuros servidores a guisa de jinetes, o si envió a lo lejos engañosos rumores, con el fin de que los Quendi se apartaran de Oromë si alguna vez lo encontraban.
      Así fue que cuando Nahar relinchó y Oromë estuvo realmente entre los Quendi, algunos de ellos se escondieron, y otros huyeron y se extraviaron. Pero los que tenían más coraje y se quedaron, comprendieron en seguida que el Gran Jinete no era una forma llegada de la oscuridad; porque en el rostro de Oromë estaba la luz de Aman, y los más nobles de entre los Elfos se sintieron atraídos por esa luz.
      Pero de los desdichados que cayeron en la trampa de Melkor, poco se sabe con certidumbre. Porque ¿quién de entre los vivos ha descendido a los abismos de Utumno o ha explorado las tinieblas de los consejos de Melkor? Dicen los sabios de Eressëa que todos los Quendi que cayeron en manos de Melkor, antes de la caída de Utumno, fueron puestos en prisión, y por las lentas artes de la crueldad, corrompidos y esclavizados; y así crió Melkor la raza de los Orcos, por envidia y en mofa de los Elfos, de los que fueron después los más fieros enemigos. Porque los Orcos tenían vida y se multiplicaban de igual manera que los Hijos de Ilúvatar; y Melkor, desde que se rebelara en la Ainulindalë antes del Principio, nada podía hacer que tuviera vida propia ni apariencia de vida, así dicen los sabios. Y en lo profundo del oscuro corazón, los Orcos abominaban del Amo a quien servían con miedo, el hacedor que sólo les había dado desdicha. Quizá sea ésta la más vil de las acciones de Melkor, y la más detestada por Ilúvatar.
      Oromë se demoró un tanto entre los Quendi, y luego volvió cabalgando de prisa por tierra y mar a Valinor y le llevó la nueva a Valmar; y habló de las sombras que perturbaban a Cuiviénen. Entonces los Valar se regocijaron, aunque todavía tenían alguna duda, y durante un tiempo discutieron qué consejo adoptar para proteger a los Quendi de la sombra de Melkor. Pero Oromë volvió en seguida a la Tierra Media y habitó con los Elfos.
      Manwë estuvo pensando largo tiempo en Taniquetil, y buscó el consejo de Ilúvatar. Y descendiendo luego a Valmar, convocó a los Valar al Anillo del Juicio y aun Ulmo acudió desde el Mar Exterior.
      Entonces Manwë dijo a los Valar: —Este es el consejo de Ilúvatar en mi corazón: que recobremos otra vez el dominio de Arda a cualquier precio y libremos a los Quendi de la sombra de Melkor—. Tulkas se alegró entonces; pero Aulë se sintió dolido pensando en las heridas que esa lucha abriría en el mundo. Pero los Valar se prepararon y partieron de Aman en pie de guerra, resueltos a atacar la fortaleza de Melkor y ponerle fin. Nunca olvidó Melkor que esta guerra se libró para salvación de los Elfos y que ellos fueron la causa de que él cayera. No obstante, los Elfos no tuvieron parte en esos hechos, y poco saben de la cabalgata del poder del Oeste contra el Norte al principio de los días élficos.
      Melkor salió al encuentro de la arremetida de los Valar en el noroeste de la Tierra Media, y toda esa región quedó muy destruida. Pero la primera victoria de los ejércitos del Occidente fue rápida, y los servidores de Melkor huyeron ante ellos a Utumno. Entonces los Valar cruzaron la Tierra Media y montaron guardia en Cuiviénen; y desde entonces los Quendi nada supieron de la gran Batalla de los Poderes, salvo que la Tierra se sacudía y rugía por debajo de ellos y que las aguas se levantaban y que en el norte brillaban luces como de fuegos poderosos. Largo y penoso fue el sitio, y muchas batallas se libraron delante de las puertas de Utumno, que los Elfos sólo conocieron de oídas. En ese tiempo cambió la forma de la Tierra Media, y el Gran Mar que la separaba de Aman se volvió más ancho y profundo; e irrumpió en las costas y abrió un golfo en el sur. Muchas bahías menores aparecieron entonces entre el Gran Golfo y Helcaraxë, lejos, al norte, donde la Tierra Media y Aman casi se unían. De éstas la Bahía de Balar era la principal; y en ella desembocaba el poderoso Río Sirion que descendía de las altas tierras recién levantadas en el norte: Dorthonion y las montañas en torno a Hithlum. La desolación se extendió por las tierras del norte lejano en esos días; pues allí fue excavada la profunda Utumno y en esos abismos ardían muchos fuegos y se ocultaban las huestes que servían a Melkor.
      Pero al fin las puertas de Utumno fueron derribadas y los techos se hundieron, y Melkor se refugió en el más profundo de los abismos. Entonces Tulkas se adelantó como campeón de los Valar y luchó con él y lo tendió de bruces; y lo sujetó con la cadena Angainor que Aulë había forjado, y lo llevó cautivo; y de este modo hubo paz en el mundo durante un largo tiempo.
      Pero los Valar no descubrieron todas las poderosas bóvedas y cavernas ocultas con malicioso artificio bajo las fortalezas de Angband y Utumno. Muchas cosas malignas había aún allí, y otras se dispersaron V volaron en la oscuridad, y erraron por los sitios baldíos del mundo, a la espera de una hora más maligna; y a Sauron no lo encontraron.
      Pero cuando la Batalla hubo terminado, y de las ruinas del norte se levantaban grandes nubes que ocultaban las estrellas, los Valar condujeron a Melkor de regreso a Valinor amarrado de pies y manos y con los ojos vendados; y fue llevado al Anillo del Juicio. Allí yació boca abajo ante los pies de Manwë y pidió perdón; pero esta súplica fue denegada, y lo encerraron en la fortaleza de Mandos, de donde nadie puede huir, ni Vala, ni Elfo, ni Hombre mortal. Vastas y poderosas son esas estancias, y fueron construidas en el oeste de la tierra de Aman. Allí fue condenado Melkor a permanecer por tres edades, antes de que fuera juzgado de nuevo o pidiera otra vez perdón.
      Entonces una vez más los Valar se reunieron en consejo y quedaron divididos en el debate. Porque algunos, y de ellos era Ulmo el principal, sostenían que los Quendi tendrían que tener la libertad de andar como quisiesen por la Tierra Media, y con la capacidad de que estaban dotados ordenar todas las tierras y curar sus propias heridas. Pero la mayor parte temía por los Quendi abandonados a los peligros del mundo en el engañoso crepúsculo estelar; y se sentían además enamorados de la belleza de los Elfos y deseaban su compañía. Por último, los Valar convocaron a los Quendi a Valinor, para reunirse allí a las rodillas de los Poderes bajo la luz de los Árboles sempiternos; y Mandos quebró el silencio y dijo:

      —Y así ha sido juzgado—. Esta decisión fue causa de muchos daños que vinieron después.

      Pero los Elfos en un principio no estuvieron dispuestos a escuchar este llamamiento, porque hasta entonces sólo habían visto a los Valar encolerizados, cuando marchaban a la guerra, excepto a Oromë, y tenían miedo. Por tanto, una vez más les fue enviado Oromë, y éste escogió entre ellos a los embajadores que irían a Valinor y hablarían en nombre de los Quendi, y éstos fueron Ingwë, Finwë y Elwë, que más tarde llegaron a reyes. Y cuando estuvieron allí y vieron la gloria y la majestad de los Valar, se sintieron sobrecogidos y tuvieron grandes deseos de la luz y el esplendor de los Árboles. Luego Oromë los llevó de vuelta a Cuiviénen, y ellos hablaron al pueblo y aconsejaron escuchar el llamamiento de los Valar y trasladarse al oeste.
      Sucedió entonces la primera división de los Elfos. Porque la gente de Ingwë y la mayor parte de la gente de Finwë y Elwë escucharon las palabras de los señores y de buen grado estaban dispuestos a partir y a seguir a Oromë, y a éstos se les conoció luego como los Eldar, el nombre élfico que les dio Oromë en un principio. Pero muchos rechazaron el llamamiento, prefiriendo la luz de las estrellas y los amplios espacios de la Tierra Media al rumor de los Árboles; y éstos son los Avari, los Renuentes, y en esa ocasión se separaron de los Eldar, y nunca más volvieron a encontrarlos hasta pasadas muchas edades.
Los Eldar se aprontaron a emprender una gran marcha desde el primitivo hogar oriental y se dispusieron en tres huestes. La más reducida y la primera en ponerse en marcha era conducida por Ingwë, el más grande de los señores de la raza élfica. Entró en Valinor y se sienta a los pies de los Poderes; y todos los Elfos reverencian el nombre de Ingwë; pero nunca volvió a la Tierra Media, ni siquiera a mirarla. Los Vanyar fueron su gente; son los Hermosos Elfos, los bienamados de Manwë y Varda, y pocos de entre los Hombres han hablado con ellos alguna vez.
       Luego llegaron los Noldor, un nombre de sabiduría, el pueblo de Finwë. Son los Elfos Profundos, los amigos de Aulë; y alcanzaron un gran renombre en las canciones, pues mucho lucharon y se afanaron en las tierras septentrionales de antaño.
      La hueste más crecida fue la última en llegar, y éstos recibieron el nombre de los Teleri, porque se demoraron en el camino y no fueron unánimes en la decisión de abandonar la penumbra y dirigirse a la luz de Valinor. Encontraban gran deleite en el agua, y los que llegaron por fin a las costas occidentales se enamoraron del mar. Por tanto, se les conoció en la tierra de Aman con el nombre de Elfos del Mar, los Falmari, porque hacían música junto a la rompiente de las olas. Tenían dos señores, pues eran muy numerosos: Elwë Singollo (que significa Mantogrís) y Olwë, su hermano.
       Estos eran los tres clanes de los Eldalië, que llegaron por fin al extremo occidental en los días de los Árboles y reciben el nombre de Calaquendi, Elfos de la Luz. Pero hubo otros Eldar que emprendieron también la marcha hacia el oeste, pero que se perdieron en el largo camino, o se desviaron o se demoraron en las costas de la Tierra Media; y éstos pertenecían en su mayoría a la gente de los Teleri, como se indica más adelante. Vivieron junto al mar o erraron por los bosques y las montañas del mundo, aunque en lo más íntimo del corazón añoraban el Occidente. A estos Elfos los Calaquendi llaman los Umanyar, pues nunca llegaron a la tierra de Aman y al Reino Bendecido; pero a los Umanyar y a los Avari los llaman por igual los Moriquendi, los Elfos de la Oscuridad, pues nunca contemplaron la Luz que había antes del Sol y de la Luna.
       Se dice que cuando las huestes de los Eldalië partieron de Cuiviénen, Oromë cabalgó al frente en Nahar, el caballo blanco con herraduras de oro; y al dirigirse al norte bordeando el Mar de Helcar, se volvieron hacia el oeste. Unas grandes nubes negras flotaban todavía en el norte por sobre las ruinas de la guerra, y las estrellas estacan ocultas en esa región. Entonces no pocos se asustaron y se arrepintieron, y se volvieron atrás, y han sido olvidados.
       Larga y lenta fue la marcha de los Eldar hacia el oeste, porque las leguas de la Tierra Media no estaban contadas, y eran fatigosas y sin sendas. Tampoco tenían prisa los Eldar, pues todo lo que veían los maravillaba, y deseaban morar junto a tierras y ríos; y aunque todos estaban dispuestos a seguir adelante, el final del viaje era para muchos más temido que esperado. Por tanto, toda vez que Oromë se alejaba, por tener que cuidar de otros asuntos, se detenían y ya no avanzaban más hasta que él regresaba para guiarlos. Y sucedió al cabo de muchos años de viajar de este modo, que los Eldar se internaron en un bosque y llegaron a un gran río, más ancho que ninguno que hubieran visto antes; y más allá había montañas de cuernos afilados que parecían horadar el reino de las estrellas. Este río, se dice, era el que más tarde se llamó Anduin el Grande, y sirvió siempre de frontera occidental de la Tierra Media. Pero las montañas eran las Hithaeglir, las Torres de la Niebla en los límites de Eriador, más altas y más terribles en aquellos días, y que habían sido levantadas por Melkor para entorpecer las cabalgatas de Oromë. Ahora bien, los Teleri habitaron a lo largo de la orilla oriental del río y quisieron quedarse allí, pero los Vanyar y los Noldor lo cruzaron y Oromë los condujo por los desfiladeros de las montañas.  Y cuando Oromë hubo partido, los Teleri miraron las sombrías alturas y tuvieron miedo.
      Entonces uno se adelantó de entre el grupo de Olwë, que era siempre el último en el camino; y se llamaba Lenwë. Abandonó la marcha hacia el oeste y arrastró consigo a muchos que avanzaron hacia el sur junto al gran río, y los otros no supieron nada de ellos hasta después de muchos años. Ellos fueron los Nandor; y se convirtieron en un pueblo aparte, que no se parecía a la gente de Olwë, excepto en el amor que sentían por el agua, y vivieron casi siempre junto a las cascadas y las corrientes. Mayor conocimiento tenían de las criaturas vivientes, de árboles y hierbas, aves y bestias, que todos los otros Elfos. En años posteriores Denethor hijo de Lenwë se volvió nuevamente hacia el oeste, y condujo parte de ese pueblo por sobre las montañas hacia Beleriand, antes de levantarse la Luna. Por fin los Vanyar y los Noldor llegaron a Ered Luin, las Montañas Azules, entre Eriador y el extremo oeste de la Tierra Media, que los Elfos llamaron más tarde Beleriand; y los primeros grupos pasaron por el Valle del Sirion y llegaron a las costas del Gran Mar, entre Drengist y la Bahía de Balar. Pero cuando lo contemplaron, tuvieron un gran temor, y muchos retrocedieron a los bosques y a las tierras altas de Beleriand. Entonces Oromë partió y volvió a Valinor en busca del consejo de Manwë.
      Y el grupo de los Teleri pasó por las Montañas Nubladas, y cruzó las extensas tierras de Eriador, conducido por Elwë Singollo, que sólo quería volver a Valinor y a la Luz que había contemplado; y deseaba no separarse de los Noldor, porque sentía gran amistad por Finwë, su señor. Así, al cabo de muchos años, los Teleri llegaron por fin a Ered Luin, en las regiones orientales de Beleriand. Allí se detuvieron y habitaron un tiempo más allá del Río Gelion.

       DE THINGOL Y MELIAN

      Melian era una Maia, de la raza de los Valar. Moraba en los jardines de Lorien, y no había allí nadie más hermosa que Melian, ni más sabia, ni que conociese mejor las canciones de encantamiento. Se dice que los Valar abandonaban el trabajo y que el bullicio de los pájaros de Valinor se interrumpía, que las campanas de Valmar callaban y que las fuentes dejaban de fluir, cuando al mezclarse las luces Melian cantaba en Lorien. Los ruiseñores iban siempre con ella y ella era quien les enseñaba a cantar; y amaba las sombras profundas de los grandes árboles. Antes de que el Mundo fuera hecho, Melian se parecía a la mismísima Yavanna; y en el tiempo en que los Quendi despertaron junto a las aguas de Cuiviénen, partió de Valinor y llegó a las Tierras de Aquende, y allí poco antes del alba la voz de Melian y las voces de los pájaros llenaron el silencio de la Tierra Media. Pues bien, cuando el viaje estaba por concluir, como ya se dijo, el pueblo de los Teleri descansó largo tiempo en Beleriand Oriental, más allá del Río Gelion; y en ese entonces muchos de los Noldor estaban todavía al oeste, en esos bosques que luego se llamaron Neldoreth y Región. Elwë, señor de los Teleri, atravesó a menudo los grandes bosques en busca de Finwë, su amigo, en las moradas de los Noldor; y sucedió una vez que llegó solo al bosque de Nan Elmoth, iluminado por las estrellas, y allí escuchó de pronto el canto de los ruiseñores.
        Entonces cayó sobre él un encantamiento y se quedó inmóvil; V a lo lejos, más allá de las voces de los lómelindi, oyó la voz de Melian, y el corazón se le colmó de maravilla y de deseo. Olvidó entonces por completo a su gente y los propósitos que lo guiaban, y siguiendo a los pájaros bajo la sombra de los árboles, penetró profundamente en Nan Elmoth y se extravió. Pero llegó por fin a un claro abierto a las estrellas, y allí se encontraba Melian; y desde la oscuridad él la contempló, y vio en el rostro de ella la luz de Aman.
       No dijo Melian ni una palabra; pero anegado de amor, Elwë se le acercó y le tomó la mano, y en seguida un hechizo operó en él, de modo que así permanecieron los dos mientras las estrellas que giraban por encima de ellos medían los largos años, y los árboles de Nan Elmoth se volvieron altos y oscuros antes de que ninguno pronunciara una palabra.
       Así, pues, el pueblo de Elwë, que lo buscó, no pudo encontrarlo, y Olwë fue rey de los Teleri y se pusieron en marcha, como se cuenta más adelante. Elwë Singollo no volvió nunca a través del mar a Valinor, y Melian no volvió allí mientras los dos reinaron juntos; pero de ella tuvieron, tanto los Elfos como los Hombres, un aire de los Ainur que estaban con Ilúvatar antes de Eä. En años posteriores él se convirtió en un rey renombrado, que mandaba a todos los Eldar de Beleriand; se llamaron los Sindar, los Elfos Grises, los Elfos del Crepúsculo; y él era el Rey Mantogrís, como se lo llamó, Elu Thingol en la lengua de esa tierra. Y Melian fue la Reina, más sabia que hijo alguno de la Tierra Media; y habitaban en las estancias ocultas de Menegroth, las Mil Cavernas, en Doriath. Gran poder le dio Melian a Thingol, que fue grande entre los Eldar; porque sólo él entre todos los Sindar había visto con sus propios ojos a los Árboles en el día del florecimiento, y aunque era rey de los Umanyar, no se lo contó entre los Moriquendi, sino entre los Elfos de la Luz, poderoso en la Tierra Media. Y del amor de Thingol y Melian, vinieron al mundo los más hermosos de todos los Hijos de Ilúvatar que fueron o serán.

        DE ELDAMAR Y LOS PRÍNCIPES DE LOS ELDALIÉ

       En su momento los grupos de los Vanyar y los Noldor llegaron a las últimas costas occidentales de las Tierras de Aquende. En el norte estas costas, en los antiguos días que siguieron a la Batalla de los Poderes, se curvaban hacia el oeste, hasta que, en el extremo norte de Arda, sólo un mar estrecho dividía Aman, donde se levantaba Valinor, de las Tierras de Aquende; pero este mar estrecho estaba lleno de hielos crujientes por causa de la violencia de las heladas de Melkor. Por tanto, Oromë no condujo a las huestes de los Eldalië hacia el norte lejano, sino que las llevó a las dulces tierras en torno al Río Sirion, que se llamaron más tarde Beleriand; y a partir de estas costas, desde las que al principio los Eldar contemplaron el Mar, con temor y maravilla, se extendía un océano ancho y oscuro y profundo, entre ellos y las Montañas de Aman.
        Pues bien, Ulmo, por consejo de los Valar, acudió a las costas de la Tierra Media y habló con los Eldar que aguardaban allí, contemplando las olas oscuras; y por causa de sus palabras y de la música que hizo para ellos con cuernos de madreperla, el temor que les despertaba el mar se convirtió de algún modo en deseo. Por tanto, Ulmo arrancó una isla que durante mucho tiempo se había levantado solitaria en medio del mar, lejos de ambas costas, desde los tumultos de la caída de Illuin; y con ayuda de sus servidores la arrastró como si fuera un poderoso navío, y la ancló en la Bahía de Balar, en la que se volcaban las aguas del Sirion. Entonces los Vanyar y los Noldor embarcaron en la isla y fueron llevados por el mar, y llegaron por fin a las largas costas bajo las Montañas de Aman; y entraron en la dichosa Valinor y allí fueron bienvenidos. Pero el cuerno oriental de la isla, que estaba profundamente encallado en los bajos de las Desembocaduras del Sirion, se quebró y quedó atrás; y ésa, se dice, fue la Isla de Balar, que más adelante visitó Ossë con frecuencia.
       Pero los Teleri permanecían todavía en la Tierra Media, porque habitaban en Beleriand Oriental, lejos del mar, y no oyeron la convocatoria de Ulmo hasta que fue demasiado tarde; y muchos buscaban todavía a Elwë, su señor, y no estaban dispuestos a partir sin él. Pero cuando supieron que Ingwë y Finwë y sus pueblos habían partido, muchos de los Teleri se precipitaron a las costas de Beleriand y habitaron en adelante cerca de las Desembocaduras del Sirion, añorando a los amigos que habían partido; y escogieron a Olwë, hermano de Elwë, como rey.
       Largo tiempo se quedaron en las costas del Mar Occidental, y Ossë y Uinen fueron a visitarlos y los ayudaron; y Ossë los instruyó sentado sobre una roca cerca de la orilla de la tierra, y de él aprendieron todas las ciencias del mar y de la música del mar. Así fue que los Teleri, que desde un principio amaron el agua, y los mejores cantantes de entre todos los Elfos, se enamoraron luego de los mares, y en sus cantos se oyó con frecuencia y desde entonces el sonido de las olas en la costa.
       Transcurrieron muchos años y Ulmo escuchó las plegarias de los Noldor y de Finwë, el rey, quienes lamentaban la larga separación de los Teleri, y le rogaban que los llevara a Aman, si ellos venían a buscarlos. Y la mayor parte de ellos estaban ahora por cierto dispuestos a partir; pero grande fue el dolor de Ossë cuando Ulmo volvió a las costas de Beleriand para llevárselos a Valinor; pues él cuidaba de los mares de la Tierra Media y de las costas de las Tierras de Aquende, y le entristecía que las voces de los Teleri ya no se escucharan en ese dominio. A algunos los persuadió de que se quedaran; y fueron ellos los Falathrim, los Elfos de las Falas, quienes en días posteriores moraron en los puertos de Brithombar y Eelarest, los primeros marineros de la Tierra Media y los primeros constructores de navíos. Círdan, el Carpintero de Barcos, fue señor de todos ellos.
      Los parientes y amigos de Elwë Singollo también se quedaron en las Tierras de Aquende, pues lo buscaban todavía, aunque de buena gana hubieran partido a Valinor y a la luz de los Árboles, si Ulmo y Olwë hubieran estado dispuestos a demorarse un tanto. Pero Olwë quería irse; y por fin el grupo principal de los Teleri se embarcó en la isla y Ulmo se los llevó lejos. Entonces los amigos de Elwë quedaron atrás; y se dieron a sí mismos el nombre de Eglath, el Pueblo Abandonado. Vivieron en los bosques y las colinas de Beleriand en lugar de hacerlo junto al mar, que los ponía nostálgicos; pero llevaban siempre en los corazones el deseo de Aman.
      Pero cuando Elwë despertó de aquel prolongado trance, acudió desde Nan Elmoth en compañía de Melian, y desde entonces vivieron en los bosques interiores.
       Aunque mucho había deseado volver a ver la luz de los Árboles, en la cara de Melian contemplaba la luz de Aman como en un espejo sin nubes, y en esa luz encontraba contento. Las gentes se reunieron alrededor de él, regocijadas, y asombradas; porque, aunque había sido hermoso y noble, parecía ahora un señor de los Maiar: los cabellos de plata gris, y de talla más elevada que ninguno de los Hijos de Ilúvatar; y un muy alto destino tenía por delante.
      Ossë siguió a la hueste de Olwë, y cuando hubieron llegado a la Bahía de Eldamar (que es el Hogar de los Elfos), los convocó a todos; y ellos reconocieron la voz y rogaron a Ulmo que detuviera el viaje. Y Ulmo accedió, y llamó a Ossë, que amarró la isla y la arraigo en los cimientos marinos. Lo hizo Ulmo de buen grado, pues comprendía el corazón de los Teleri, y en el consejo de los Valar había hablado en contra del llamamiento, pues creía mejor para los Quendi que se quedaran en la Tierra Media. Los Valar se alegraron muy poco al enterarse de lo que había hecho; y Finwë se lamentó ante la ausencia de los Teleri y más todavía cuando supo que habían abandonado a Elwë, y que ya no volvería a verlo excepto en los salones de Mandos. Pero la isla no volvió a ser trasladada y quedó allí sola en la Bahía de Eldamar; y recibió el nombre de Tol Eressëa, la Isla Solitaria. Allí habitaron los Teleri como lo desearon bajo las estrellas del cielo, y sin embargo a la vista de Aman f de las costas inmortales; y por esa larga estadía en a Isla Solitaria la lengua de ellos fue separándose de la de los Vanyar y los Noldor.
       A éstos les habían dado los Valdar una tierra y una morada. Aun entre las flores radiantes de los jardines, iluminados por los Árboles de Valinor, deseaban a veces contemplar las estrellas; y por tanto se abrió un hueco en los grandes muros de las Pelóri, y allí, en un valle profundo que descendía hasta el mar, los Eldar levantaron una elevada colina verde: Tuna se la llamó. La luz de los Árboles se derramaba sobre ella desde el oeste, y la sombra apuntaba siempre al este, a la Bahía del Hogar de los Elfos y la Isla Solitaria y los Mares Sombríos. Entonces a través del Calacirya, el Paso de la Luz, el resplandor del Reino Bendecido fluía encendiendo las ondas oscuras de plata y de oro, y rozaba la Isla Solitaria, y la costa occidental se extendía verde y hermosa. Allí se abrieron las primeras flores que hubo al este de las Montañas de Aman.
       En lo alto de Tuna se levantó la ciudad de los Elfos, los blancos muros y terrazas de Tirion; y la más alta torre de esa ciudad fue la Torre de Ingwë, Mindon Eldaliéva, cuya lámpara de plata brillaba a lo lejos entre las nieblas del mar. Pocos son los barcos de os Hombres mortales que hayan visto ese esbelto rayo de luz. En Tirion, sobre Tuna, los Vanyar y los Noldor vivieron largo tiempo como amigos. Y de cuanto había en Valinor amaban sobre todo al Árbol Blanco, de modo que Yavanna hizo para ellos un árbol a imagen del Telperion, aunque no daba luz propia; Galathilion se llamó en lengua Sindarin. Este árbol se plantó en el patio bajo la Mindon, y allí floreció, y los hijos de sus semillas fueron muchos en Eldamar. De entre éstos se plantó uno más tarde en Tol Eressëa, y prosperó allí y recibió el nombre de Celeborn; de él nació en la plenitud del tiempo, como se cuenta en otra parte, Nimloth, el Árbol Blanco de Númenor.
       Manwë y Varda amaban sobre todo a los Vanyar, los Hermosos Elfos; pero los Noldor eran los amados de Aulë, y él y los suyos los visitaban con frecuencia.
       Grandes fueron los conocimientos y habilidades que mostraron, pero más grande aún era la necesidad que tenían de más conocimientos, y en muchas cosas pronto sobrepasaron a los maestros. Hablaban un lenguaje que no dejaba de cambiar, porque sentían un gran amor por las palabras y siempre querían encontrar nombres más precisos para las cosas que conocían o imaginaban. Y sucedió que los albañiles de la casa de Finwë, que excavaban en las colinas en busca de piedra (pues se deleitaban en la construcción de altas torres), descubrieron por primera vez las gemas de la tierra, y las extrajeron en incontables miríadas; e inventaron herramientas para cortar las gemas y darles forma y las tallaron de múltiples maneras. No las atesoraron, sino que las repartieron libremente, y con este trabajo enriquecieron a toda Valinor.
Los Noldor volvieron más adelante a la Tierra Media, y esta historia cuenta principalmente lo que hicieron, por tanto, los nombres y parentescos de los príncipes pueden señalarse aquí en la forma que esos nombres tuvieron más tarde en la lengua élfica de Beleriand.
       Finwë era Rey de los Noldor. Los hijos de Finwë frieron Fëanor y Fingolfin y Finarfin; pero la madre de Fëanor fue Míriel Serindë, mientras que Indis, de los Vanyar, fue la madre de Fingolfin y Finarfin.
Fëanor era el más poderoso en habilidades de manos y de palabra, y más instruido que sus hermanos; su espíritu ardía como una llama. Fingolfin era el más fuerte, el más firme y el más valiente. Finar —fin era el más hermoso y el más sabio de corazón; y más tarde fue amigo de los hijos de Olwë, Señor de los Teleri, y tuvo por esposa a Eärwen, la doncella—cisne de Alqualondë, hija de Olwë.
      Los siete hijos de Fëanor fueron Maedhros el Alto; Maglor el poderoso cantor, cuya voz se escuchaba desde lejos por sobre las tierras y el mar; Celegorm el Hermoso, y Caranthir el Oscuro; Curufin el Hábil, que del padre heredó sobre todo la habilidad manual; y los más jóvenes, Amrod y Amras, que eran gemelos, iguales de temple y rostro. En días posteriores fueron grandes cazadores en los bosques de la Tierra Media; y también fue cazador Celegorm, quien en Valinor fue amigo de Oromë y siguió a menudo, el cuerno del Vala.
     Los hijos de Fingolfin fueron Fingon, que fue luego Rey de los Noldor en el norte del mundo, y Turgon señor de Gondolin; su hermana era Areahel la Blanca, más joven en los años de los Eldar que sus hermanos; y cuando alcanzó la plenitud en estatura y belleza, fue alta y fuerte, y amaba cabalgar y cazar en los bosques.
Allí estaba con frecuencia en compañía de los hijos de Fëanor, sus parientes; pero a ninguno de ellos dio el amor de su corazón. Ar-Feiniel se llamaba, la Blanca Señora de los Noldor, porque era pálida, aunque de cabellos oscuros, y nunca vestía sino de plata y blanco.
      Los hijos de Finarfin fueron Finrod el Fiel (que recibió más adelante el nombre de Felagund, Señor de las Cavernas), Orodreth, Angrod y Aegnor; los cuatro tan amigos de los hijos de Fingolfin como si todos hubieran sido hermanos.
La hermana de ellos, Galadriel, era la más hermosa de la casa de Finwë; tenía los cabellos iluminados de oro, como si hubiera atrapado en una red el resplandor de Laurelin.
      Ha de referirse aquí cómo los Teleri llegaron por fin a la tierra de Aman. Durante toda una larga edad habitaron en Tol Eressëa; pero poco a poco hubo un cambio en ellos y fueron atraídos por la luz que fluía sobre el mar hacia la Isla Solitaria. Se sentían desgarrados entre el amor a la música de las olas sobre las costas y el deseo de ver otra vez a las gentes de su linaje, y contemplar el esplendor de Valinor; pero al final el deseo de la luz fue el más poderoso. Por tanto, Ulmo, sometido a la voluntad de los Valar, les envió a Ossë, amigo de ellos, y éste, aunque entristecido, les enseñó ciarte de construir naves, y cuando las naves estuvieron construidas, les llevó como regalo de despedida muchos cisnes de alas vigorosas. Entonces los cisnes arrastraron las blancas naves de los Teleri por sobre el mar sin vientos; y así, por último y los últimos, llegaron a Aman y a las costas de Eldamar.
       Allí vivieron, y si lo deseaban podían ver la luz de los Árboles, e ir por las calles doradas de Valmar y las escaleras de cristal de Tirion, en Tuna, la colina verde; pero sobre todo navegaban en las rápidas naves por las aguas de la Bahía del Hogar de los Elfos o andaban por entre las olas en la costa con los cabellos resplandecientes a la luz de más allá de la colina. Muchas joyas les dieron los Noldor, ópalos y diamantes y cristales pálidos, que ellos esparcieron sobre las costas y arrojaron a los estanques; maravillosas eran las playas de Elendë en aquellos días. Y extrajeron muchas perlas del mar, y sus estancias eran de perlas y de perlas las mansiones de Olwë en Alqualondë, el Puerto de los Cisnes, iluminado por muchas lámparas. Porque ésa era la ciudad de los Teleri, y el puerto de sus navíos; y éstos tenían forma de cisnes, con picos de oro y ojos de oro y azabache.
      El portal del puerto era un arco abierto en la roca viva tallada por las aguas; y se alzaba en los confines de Eldamar, al norte del Calacirya, donde la luz de las estrellas era clara y brillante.
       Con el paso de las edades los Vanyar llegaron a amar la tierra de los Valar y la plena luz de los Árboles, y abandonaron la ciudad de Tirion, sobre Tuna, y habitaron en adelante en la montaña de Manwë o en los alrededores de las llanuras y los bosques de Valinor, y se separaron de los Noldor. Pero el recuerdo de la Tierra Media bajo las estrellas no se borró en el corazón de los Noldor, y moraron en el Calacirya, y en las colinas y los valles a donde llegaba el sonido del mar occidental; y aunque muchos de entre ellos iban a menudo a la tierra de los Valar, emprendiendo viajes distantes y explorando los secretos de la tierra y del agua y de todos los seres vivientes, sin embargo, los pueblos de Tuna y de Alqualondë estaban unidos en aquellos días. Finwë remaba en Tirion y Olwë en Alqualondë; pero Ingwë fue siempre tenido por el Rey Supremo de todos los Elfos. Moró en adelante a los pies de Manwë, en Taniquetil. Fëanor y sus hijos rara vez vivían enun mismo lugar mucho tiempo, y viajaban muy lejos por los confines de Valinor, llegando aun hasta los bordes de la Oscuridad y las frías costas del Mar Exterior en busca de lo desconocido. Con frecuencia eran huéspedes en los salones de Aulë; pero Celegorm iba sobre todo a la morada de Oromë, y allí adquirió un gran conocimiento de los pájaros y las bestias, y entendía todas sus lenguas. Porque todos los seres vivientes que están o han estado en el Reino de Arda, salvo sólo las criaturas salvajes y malignas de Melkor, vivían entonces en la tierra de Aman; y había también muchas criaturas nunca vistas en la Tierra Media y que quizá tampoco se verán ahora, pues la hechura del mundo había cambiado.

      DE FËANOR Y EL DESENCADENAMIENTO DE MELKOR

      Ahora los Tres Pueblos de los Eldar estaban reunidos por fin en Valinor, y Melkor había sido encadenado. Era éste el Mediodía del Reino Bendecido, en la plenitud de su gloria y bienaventuranza, larga en cómputo de años, pero demasiado breve en el recuerdo. En esos días los Eldar alcanzaron la plena madurez de cuerpo y mente, y los Noldor continuaron progresando en habilidades y conocimientos; y pasaban los largos años entretenidos en gozosos trabajos de los que nacieron muchas cosas nuevas, hermosas y maravillosas. Ocurrió en ese entonces que los Noldor concibieron por vez primera las letras, y el maestro Rúmil de Tirion fue el primero en idear unos signos adecuados para el registro del discurso y las canciones; algunos para ser grabados en metal o en piedra, otros para ser dibujados con pluma o pincel.
En ese tiempo nació en Eldamar, en la morada del Rey de Tirion, en la cima de Tuna, el mayor de los hijos de Finwë, y el más amado. Curufinwë fue su nombre, pero su madre lo llamó Fëanor, Espíritu de Fuego; y así se lo recuerda en todos los cuentos de los Noldor.
     Míriel fue el nombre de su madre, a quien llamaban Serindë, por su suprema habilidad en el tejido y el bordado; pues no había manos más diestras que las de ella entre todos los Noldor. El amor entre Finwë y Míriel era grande y dichoso, porque empezó en el Reino Bendecido en los Días de Bienaventuranza. Pero el alumbramiento del hijo consumió el espíritu Y el cuerpo de Míriel; que deseó entonces librarse de los cuidados de la vida. Y después de darle nombre, le dijo a Finwë:

      —Nunca volveré a concebir un hijo; porque la fuerza que habría nutrido a muchos se ha agotado toda en Fëanor.

     Se apenó entonces Finwë, porque los Noldor estaban en la juventud de sus días y él deseaba traer muchos hijos a la beatitud de Aman; y dijo:

       —Sin duda hay cura en Aman. Aquí toda fatiga encuentra reposo—.

       Pero como Míriel continuaba languideciendo, Finwë buscó el consejo de Manwë, y Manwë la entregó a los cuidados de Irmo, en Lorien. Cuando se despidieron (por corto tiempo, creyó él), Finwë estaba triste, porque le parecía una desdicha que la madre tuviera que partir y no acompañara a su hijo al menos en los primeros días de infancia.

      —Es por cierto una desdicha —dijo Míriel—, y lloraría si no estuviera tan cansada. Pero considérame inocente en esto y en todo lo que pueda acaecer en adelante.

       Fue entonces a los jardines de Lorien y se tendió a dormir; pero aunque parecía dormida, en verdad el espíritu se le separó del cuerpo, y se trasladó en silencio a las estancias de Mandos. Las doncellas de Esté cuidaron del cuerpo de Míriel, que permaneció incorrupto; pero ella ya no volvió. Entonces Finwë vivió atormentado; y fue a menudo a los jardines de Lorien, y sentado bajo los sauces de plata junto al cuerpo de Míriel, la llamaba por todos los nombres que ella tenía, pero siempre en vano; y en todo el Reino Bendecido sólo Finwë no tenía alegría alguna. Al cabo de un tiempo, ya no volvió a Lorien.
       Y desde entonces se dedicó por entero a su hijo; y Fëanor creció de prisa, como si un fuego secreto lo animara desde dentro. Era alto, y hermoso de rostro, y de gran destreza, de ojos de brillo penetrante y cabellos negros como plumas de cuervo; decidido e inquebrantable en la persecución de todos sus propósitos. Pocos lo desviaron de su camino por persuasión, ninguno por la fuerza. Fue entre todos los Noldor, entonces o después, el más sutil de mente y el de manos más hábiles.
      En su juventud, superando la obra de Rúmil, inventó las letras que llevan su nombre y que luego los Eldar utilizaron siempre; y fue él el primero entre los Noldor en descubrir que con habilidad podían hacerse gemas más grandes y brillantes que las de la Tierra. Las primeras gemas que hizo Fëanor eran blancas e incoloras, pero expuestas a la luz de las estrellas resplandecían con fuegos azules y plateados más brillantes que Helluin; y otros cristales hizo además en los que las cosas distantes podían verse pequeñas pero claras, como con los ojos de las Águilas de Manwë. Rara vez estaban ociosas las manos y la mente de Fëanor.
      Cuando estaba todavía en su primera juventud, desposó a Nerdanel, la hija de un gran herrero llamado Mahtan, entre los Noldor el más amado de Aulë; y de Mahtan aprendió mucho sobre la hechura de las cosas de metal y piedra. Nerdanel era también de firme voluntad, pero más paciente que Fëanor, deseando antes comprender las mentes que dominarlas, y al principio ella lo retenía cuando el fuego del corazón de Fëanor ardía demasiado; pero las cosas que él hizo luego la entristecieron, y dejaron de sentirse unidos. Siete hijos le dio a Fëanor; y el temple de ella fue transmitido a algunos de ellos, pero no a todos.
       Sucedió entonces que Finwë tomó como segunda esposa a Indis la Bella. Era una Vanya, pariente próxima de Ingwë el Rey Supremo; alta y de cabellos dorados, en nada parecida a Míriel. Finwë la amó mucho y fue otra vez dichoso. Pero la sombra de Míriel no abandonó la casa de Finwë, ni tampoco su corazón; y de todos los que él amaba, Fëanor siempre ocupó la mayor parte de sus pensamientos.
       El casamiento de su padre no fue del agrado de Fëanor; y no tuvo gran estima por Indis, ni tampoco por Fingolfin ni por Finarfin, los hijos de ella. Vivió apartado explorando la tierra de Aman y ocupándose del conocimiento y las artes en que se deleitaba. En las cosas desdichadas que luego sucedieron y que Fëanor acaudilló, muchos vieron el resultado de esta ruptura habida en la casa de Finwë, juzgando que si Finwë hubiera soportado la pérdida de Míriel, y se hubiera contentado con tener un único y poderoso hijo, otros habrían sido los caminos de Fëanor y muchos males podrían haberse evitado; porque el dolor y la disputa en la casa de Finwë han quedado grabados en la memoria de los Elfos Noldorin. Pero los hijos de Indis fueron grandes y gloriosos, y también los hijos de los hijos; y si no hubieran vivido, la historia de los Eldar no habría tenido nunca la misma grandeza.
      Ahora bien, aun mientras Fëanor y los artesanos de los Noldor trabajaban con deleite, sin pensar que esas labores pudieran tener fin, y los hijos de Indis crecían y alcanzaban la plenitud, el Mediodía de Valinor estaba ya concluyendo.
Porque sucedió que Melkor, como lo habían decretado los Valar, completó el término de su confinamiento, después de haber pasado tres edades en la prisión de Mandos. Por fin, como Manwë lo había prometido, fue llevado nuevamente ante los tronos de los Valar. Los vio entonces en toda su gloria y beatitud, y la envidia le ganó el corazón; miró a los Hijos de Ilúvatar que estaban sentados a los pies de los Poderosos, y el odio lo dominó; miró la riqueza de brillantes gemas y sintió codicia; pero ocultó sus pensamientos y postergó su venganza.
      Ante las puertas de Valmar, Melkor se rebajó a los pies de Manwë y pidió perdón, prometiendo que si lo convertían sólo en el menor de los habitantes libres de Valinor, ayudaría a los Valar en todas sus tareas, principalmente en la curación de las muchas heridas que él mismo había abierto en el mundo. Y Nienna apoyó este alegato; pero Mandos no dijo una palabra.
       Entonces Manwë le concedió el perdón; pero los Valar no permitieron que se apartara en seguida de la vista y la vigilancia de ellos, y tuvo que habitar dentro de los confines de Valmar. Pero de hermosa apariencia eran todas las palabras y los hechos de Melkor en este tiempo, y tanto los Valar como los Eldar sacaban provecho de la ayuda y los consejos de él, si los buscaban; y por tanto al cabo de un tiempo se le permitió circular libremente por la tierra, y le pareció a Manwë que Melkor estaba curado de todo mal. Porque no había mal en Manwë y no podía comprenderlo, y sabía que en el principio, en el pensamiento de Ilúvatar, Melkor había sido como él; y no veía las profundidades del corazón de Melkor y no advertía que el amor lo había abandonado para siempre. Pero Ulmo no se engañó, y Tulkas cerraba los puños cada vez que veía pasar a Melkor, el enemigo; porque si Tulkas es lento para la cólera, lo es también para olvidar. Pero obedecían el juicio de Manwë; pues quienes defienden la autoridad contra la rebelión, no nan de rebelarse ellos mismos.
      Ahora bien, en su corazón era a los Eldar a quienes más odiaba Melkor, tanto porque eran hermosos y felices, como porque en ellos veía la causa de la elevación de los Valar y la de su propia caída. Por ese motivo, tanto más fingía amarlos y buscaba la amistad de los Eldar, y les ofrecía el servicio de su ciencia y de su trabajo en toda gran empresa que ellos emprendiesen. Los Vanyar, por cierto, sospechaban de él, pues habitaban a la luz de los Árboles y eran dichosos; y Melkor ponía poca atención en los Teleri, pues los consideraba de escaso valor, instrumentos en exceso débiles para sus designios. Pero los Noldor se complacían en el conocimiento oculto que podía revelarles; y algunos escuchaban palabras que mejor les hubiera valido no haber oído nunca. Melkor en verdad declaró después que Fëanor había aprendido mucho de él en secreto, y que él lo había instruido en la más grande de todas sus obras; Pero mentía por envidia y codicia, pues ninguno de los Eldalië odió nunca tanto a Melkor como Fëanor hijo de Finwë, quien por primera vez le dio el nombre de Morgoth; y aunque atrapado en las redes de la malicia de Melkor contra los Valar, no habló con él, ni buscó su consejo. Porque sólo el fuego de su propio corazón impulsaba a Fëanor, que trabajaba siempre de prisa y solo; y nunca nidio la ayuda ni buscó el consejo de nadie que habitara en Aman, fuera grande o pequeño, excepto sólo y por un corto tiempo los de su esposa, Nerdanel la Sabia.

      DE LOS SILMARILS Y LA INQUIETUD DE LOS NOLDOR

      En ese tiempo se hizo la que luego tuvo más renombre entre las obras de los Elfos. Porque Fëanor, llegado a la plenitud de su capacidad, había concebido un nuevo pensamiento, o quizás ocurrió que una sombra de presciencia le había llegado del destino que se acercaba; y se preguntaba cómo la luz de los Árboles, la gloria del Reino Bendecido, podría preservarse de un modo imperecedero. Entonces inició una faena larga y secreta, recurriendo a toda la ciencia y el poder que poseía y sus sutiles habilidades; y al cabo hizo los Silmarils.
       Los Silmarils tenían la forma de tres grandes joyas. Pero no hasta el Fin, cuando regrese Fëanor, que pereció antes de que el Sol apareciese, y que se sienta ahora en las Estancias de Espera y no vuelve entre los suyos; no hasta que el Sol transcurra y caiga la Luna, se conocerá la sustancia de que fueron hechos. Tenía la apariencia del cristal de diamante, y sin embargo era más inquebrantable todavía, de modo que ninguna violencia podía dañarla o romperla en el Reino de Arda. No obstante, ese cristal era a los Silmarils lo que es el cuerpo a los Hijos de Ilúvatar: la casa del fuego interior, que está dentro de él y sin embargo también en todas sus partes, y que le da vida. Y el fuego interior de los Silmarils lo hizo Fëanor con la luz mezclada de los Árboles de Valinor, que vive todavía en ellos, aunque los Árboles hace ya mucho que se han marchitado y ya no brillan. Por tanto, aun en la oscuridad de las más profundas arcas los Silmarils resplandecían con luz propia, como las estrellas de Varda; y sin embargo, como si fueran en verdad criaturas vivientes, se regocijaban en la luz y la recibían y la devolvían con matices aún más maravillosos.
       Todos los que vivían en Aman sintieron asombro deleite ante la obra de Fëanor. Y Varda consagró los Silmarils, de modo que, en adelante, ninguna carne mortal, ni manos maculadas, ni nada maligno podría tocarlos sin quemarse y marchitarse; y Mandos predijo que ellos guardaban dentro los destinos de Arda, la tierra, el mar y el aire. El corazón de Fëanor estaba estrechamente apegado a esas cosas que él mismo había hecho.
       Entonces Melkor codició los Silmarils, y le bastaba recordar cómo brillaban para que un fuego le royese el corazón. De allí en adelante, inflamado por este deseo, buscó ansiosamente y aún más que antes la manera de destruir a Fëanor y de poner fin a la amistad entre los Valar y los Elfos; pero ocultó estos propósitos con astucia, y ninguna malicia podía verse en el semblante que mostraba. Mucho tiempo trabajó, y lentos al principio y baldíos fueron sus afanes. Pero al que siembra mentiras le llega a la larga el tiempo de la cosecha, y pronto puede echarse a descansar mientras otros recogen y siembran en vez de él. Aun Melkor encontró oídos que lo escucharan, y algunas lenguas que agrandaran lo que habían oído; y sus mentiras pasaron de amigo a amigo como secretos cuyo conocimiento prueba la inteligencia de quien los revela. Amargamente pagaron los Noldor la locura de haberle prestado oídos en los días que siguieron después.
       Cuando vio que muchos lo aceptaban, Melkor anduvo con frecuencia entre ellos, y junto con las palabras dulces entretejía otras, con tanta sutileza que muchos de los que las escuchaban creían al recordarlas que eran pensamientos propios. Conjuraba visiones en sus corazones de los poderosos reinos del este que podrían haber gobernado a voluntad; y cundió el rumor de que los Valar habían llevado a los Eldar a Aman por causa de los celos, temiendo que la belleza de los Quendi y la capacidad de creación con que Ilúvatar los había dotado se volvieran excesivas, y que los Valar no fueran capaces de gobernarlos, mientras los Elfos medraban y se extendían por las anchas tierras del mundo.
       En esos días, aunque los Valar tenían conocimiento de la próxima llegada de los Hombres, los Elfos nada sabían aún, pues Manwë no la había revelado. Pero Melkor les habló en secreto de los Hombres Mortales, viendo cómo el silencio de los Valar podría torcerse para mal. Poco sabía él de los Hombres, pues inmerso en sus propios pensamientos musicales, apenas había prestado atención al Tercer Tema de Ilúvatar; pero se decía ahora entre los Elfos que Manwë mantenía cautivos a los Hombres, para que al fin llegaran a suplantar a los Elfos en los reinos de la Tierra Media. Porque advertían los Valar que no les sería tan difícil someter a esta raza de corta vida y más débil, arrebatando así a los Elfos el legado que Ilúvatar les reservaba. Poca verdad había en esto y jamás lograron los Valar tener gran dominio de la voluntad de los Hombres; pero muchos de los Noldor creyeron, o creyeron a medias, estas palabras malignas.
       Así, pues, antes de que los Valar se dieran cuenta, la paz de Valinor fue envenenada. Los Noldor empezaron a murmurar contra ellos y el orgullo dominó a muchos, que olvidaron cuánto de lo que tenían y conocían era don de los Valar.
       Fiera ardía la nueva llama del deseo de libertad y de anchos reinos en el corazón ansioso de Fëanor; y Melkor se reía en secreto, porque ese blanco habían tenido sus mentiras por destino: era a Fëanor a quien odiaba, sobre todo, codiciando siempre los Silmarils. Pero a éstos no le estaba permitido acercarse, porque, aunque Fëanor los llevaba en las grandes fiestas, brillantes sobre la frente, en toda otra ocasión estaban celosamente guardados en las cámaras profundas del tesoro de Tirion. Porque Fëanor empezó a amar los Silmarils con amor codicioso, y los ocultaba a todos excepto a padre y a sus siete hijos; rara vez recordaba ahora é la luz que guardaban no era la luz de él.
       Ilustres príncipes fueron Fëanor y Fingolfin, los hijos mayores de Finwë, honrados por todos en Aman; pero ahora se habían vuelto orgullosos y celosos de los derechos y los bienes de cada uno. Entonces Melkor diseminó nuevas mentiras en Eldamar, y a Fëanor le llegó el rumor de que Fingolfin y sus hijos planeaban usurpar el trono de Finwë y el mayorazgo de Fëanor, y suplantarlos con anuencia de los Valar; porque disgustara a los Valar que los Silmarils estuvieran en Tirion y no hubieran sido confiados a ellos. Pero a Fingolfin y a Finarfin les dijo:

      —¡Cuidaos! Poco amor ha sentido hasta hoy el orgulloso hijo de Míriel por los hijos de Indis. Ahora se ha engrandecido y tiene al padre en un puño. ¡No pasará mucho tiempo antes de que os arroje de Tuna!

      Y cuando Melkor vio que estas mentiras ardían como brasas, y que habían despertado el orgullo y la cólera entre los Noldor, les habló de las armas; y en ese tiempo los Noldor empezaron a forjar espadas y hachas y lanzas. También hicieron escudos con los signos de muchas casas y clanes que rivalizaban entre sí; y a éstos sólo los llevaban fuera del reino, y de otras armas no hablaban porque cada cual creía que sólo él había recibido la advertencia. Y Fëanor hizo una fragua secreta de la que ni siquiera Melkor sabía; y allí templó feroces espadas para él y para sus hijos, e hizo altos yelmos con penachos rojos. Amargamente lamentó Mahtan el día en que le enseñó al marido de Nerdanel toda la ciencia de la metalurgia que él había aprendido de Aulë.
       Así, con mentiras y malignos rumores y falsos consejos, Melkor incitó a los Noldor a que lucharan; y de esas disputas llegó con el tiempo el fin de los días ilustres de Valinor y la declinación de su antigua gloria. Porque Fëanor empezó ahora a pronunciarse abiertamente contra los Valar, clamando a voces que abandonaría Valinor para volver al mundo de fuera, y que libraría a los Noldor del sojuzgamiento, si ellos estaban dispuestos a seguirlo.
      Entonces hubo gran inquietud en Tirion, y Finwë se sintió perturbado; y convocó a todos sus señores a celebrar consejo. Pero Fingolfin corrió al palacio de Finwë y se le puso delante diciendo:

       —Rey y padre, ¿no refrenarás el orgullo de nuestro hermano, Curufinwë, demasiado bien llamado Espíritu de Fuego? ¿Con qué derecho habla en nombre de todo nuestro pueblo como si fuera el rey? Tú fuiste quien ya hace mucho aconsejó a los Quendi que aceptaran el llamamiento de los Valar a Aman. Tú fuiste quien condujo a los Noldor por el largo camino a través de los peligros de la Tierra Media a la luz de Eldamar. Si no te arrepientes ahora, tienes cuando menos dos hijos que honran tus palabras.
       Pero mientras todavía hablaba Fingolfin, entró Fëanor en la cámara, armado de arriba abajo: un alto yelmo en la cabeza, y al costado una poderosa espada.
      —De modo que es como lo había adivinado —dijo—. Mi medio hermano se me adelanta al encuentro de mi padre en este como en todo otro asunto. Luego, volviéndose hacia Fingolfin, desenvainó la espada y gritó: —¡Fuera de aquí y ocupa el lugar que te cuadra!

      Fingolfin se inclinó ante Finwë y sin decir una palabra, y evitando mirar a Fëanor, abandonó el aposento. Pero Fëanor lo siguió, y lo detuvo a las puertas de la casa del rey; y apoyó la punta de la brillante espada contra el pecho de Fingolfin.

      —¡Mira, medio hermano! —dijo—. Esto es más afilado que tu lengua. Trata solo una vez más de usurpar mi sitio y el amor de mi padre y quizá libraré a los Noldor del que ambiciona convertirse en conductor de esclavos.

       Muchos escucharon estas palabras, porque la casa de Finwë estaba en la gran plaza bajo la Mindon; pero tampoco esta vez Fingolfin respondió, y avanzando en silencio entre la multitud fue en busca de Finarfin, su hermano.
       Ahora bien, a los Valar no se les había escapado por cierto la inquietud de los Noldor, pero la semilla de esta inquietud había sido sembrada en la oscuridad; y, como Fëanor fue quien primero habló en contra de los Valar, éstos creyeron que él era el promotor del descontento, pues tenía reputación de obstinado y arrogante, aunque todos los Noldor eran ahora orgullosos. Y Manwë estaba apenado, pero observó y no dijo palabra alguna. Los Valar habían traído a los Eldar a aquellas tierras sin quitarles la libertad, y eran dueños de morar en ella o de partir; y aunque juzgaran que la partida era una locura, no la impedirían. Pero añora la conducta de Fëanor no podía pasarse en silencio, y los Valar estaban enfadados y afligidos; y Fëanor fue llamado a comparecer ante ellos a las puertas de Valmar, para que respondiera de todas sus palabras y actos. También fueron convocados todos los otros que habían tenido parte en este asunto o algún conocimiento de él; y a Fëanor, de pie ante Mandos en el Anillo del Juicio, se le ordenó que respondiese a todo lo que se le preguntara. Entonces, por fin, la raíz quedó al desnudo, y revelada la malicia de Melkor; y sin demora Tulkas abandonó el consejo para echarle mano y llevarlo de nuevo a juicio. Pero no se consideró que Fëanor no tuviera culpa, porque él había sido el que quebrantara la paz en Valinor y desenvainara la espada contra su pariente; y Mandos le dijo:

       —Tú hablas de esclavitud. Si esclavitud es en verdad, no puedes escaparte; porque Manwë es Rey de Arda y no sólo de Aman. Y esa acción fue contra la ley, fuera en Aman o no. Por tanto, este juicio se dicta ahora: por doce años abandonarás Tirion, donde se habló de esta amenaza. En ese tiempo reflexiona y recuerda quién y qué eres. Pero al cabo de ese tiempo, este asunto quedará saldado y enderezado, si hay gente que esté dispuesta a liberarte.

       Entonces Fingolfin dijo:

      —Yo liberaré a mi hermano—. Pero Fëanor no dio respuesta alguna allí ante los Valar. En seguida se volvió y abandonó el consejo y partió de Valmar.
      Junto con él partieron al destierro sus siete hijos, y al norte de Valinor construyeron una plaza fuerte y cámaras de tesoros; y allí, en Fórmenos, se atesoró un gran número de gemas, y también armas, y los Silmarils fueron guardados en una cámara de hierro. Allí fue también Finwë, el rey, por causa del amor que profesaba a Fëanor; y Fingolfin gobernó a los Noldor en Tirion. Así, las mentiras de Melkor se hicieron verdad en apariencia, aunque Fëanor, con su propia conducta, había sido causa de que esto ocurriese; y la amargura que Melkor había sembrado subsistió, y sobrevivió todavía mucho tiempo entre los hijos de Fingolfin y Fëanor.
       Al saber Melkor que sus maquinaciones habían sido descubiertas, se escondió y se trasladó de sitio en sitio como una nube en las colinas, y Tulkas lo buscó en vano. Entonces le pareció al pueblo de Valinor que la luz de los Árboles había menguado, y que la sombra de todas las cosas erguidas se alargaba y se oscurecía.
Se dice que por un tiempo no volvió a verse a Melkor en Valinor ni tampoco se oían rumores acerca de él, hasta que un buen día apareció y habló con Fëanor ante las puertas de Fórmenos. Fingió amistad con argumentos astutos e insistió en que volviera a pensar en librarse del estorbo de los Valar; y dijo:

      —Considera la verdad de todo cuanto he dicho y cómo has sido desterrado injustamente. Pero si el corazón de Fëanor es todavía libre y audaz como lo fueron sus palabras en Tirion, lo ayudaré entonces y lo llevaré lejos de la estrechez de esta tierra. Pues ¿no soy yo también un Vala acaso? Sí, y más todavía que los que moran orgullosos en Valimar; y he sido siempre amigo de los Noldor, el más valiente y capaz de los pueblos de Arda.
      Todavía había amargura en el corazón de Fëanor por la humillación sufrida ante Mandos, y miró a Melkor en silencio, preguntándose si aún podía confiar en él y si lo ayudaría a huir. Y Melkor, viendo que Fëanor vacilaba y sabiendo que los Silmarils lo tenían dominado, dijo por último:

       —He aquí una plaza fuerte y bien guardada; pero no creas que los Silmarils estarán seguros en cualquier cámara que se encuentre en el reino de los Valar.

      Pero la astucia de Melkor sobrepasó el blanco; sus palabras llegaron demasiado hondo, y alentaron un ruego más fiero que el que se proponía; y Fëanor miró a Melkor con ojos que ardían a través de una dulce apariencia, y horadaron las nieblas de la mente de Melkor, advirtiendo en ella la feroz codicia que despertaban los Silmarils. Entonces el odio pudo más que el miedo en Fëanor, y maldijo a Melkor y lo arrojó de su lado diciéndole:

       —¡Vete de mis portales, carne del presidio de Mandos! Y cerró las puertas de su casa en la cara del más poderoso de los moradores de Eä.

       Melkor partió entonces avergonzado, porque él mismo estaba en peligro y no veía llegado aún el momento de la venganza; pero la cólera le había ennegrecido el corazón, y Finwë tuvo mucho miedo y envió de prisa mensajeros a Manwë, en Valmar.
       Ahora bien, cuando los mensajeros llegaron de Fórmenos, los Valar estaban reunidos en consejo a las puertas, asustados por la prolongación de las sombras.
      En seguida Oromë y Tulkas se pusieron en pie de un salto, pero cuando ya se disponían a lanzarse a la carrera, llegaron mensajeros de Eldamar con la nueva de que Melkor había huido a través del Calacirya y que desde la colina de Tuna los Elfos lo habían visto pasar, furioso como una nube de tormenta. Y dijeron que desde allí se había vuelto hacia el norte, porque los Teleri habían visto la sombra de Melkor sobre el puerto, hacia Araman.
       Así Melkor abandonó Valinor y por un tiempo los Dos Árboles volvieron a brillar sin sombra, y la tierra se colmó de luz. Pero los Valar quisieron en vano tener nuevas de su enemigo; y como una nube alejada y cada vez más alta, llevada por un lento viento helado, una duda empañaba ahora la alegría de los habitantes de Aman, pues tenían miedo de un daño desconocido que aún podía acaecerles.

        DEL OSCURECIMIENTO DE VALINOR

    Cuando Manwë oyó qué camino había seguido Melkor, le pareció evidente que se proponía escapar a sus viejas fortalezas al norte de la Tierra Media; y Oromë y Tulkas marcharon de prisa hacia el norte con intención de alcanzarlo si era posible, pero no encontraron de él ni rastros ni rumores más allá de las costas de los Teleri, en los baldíos despoblados que llegaban casi hasta el Hielo. En adelante se redobló la vigilancia a lo largo de los cercados septentrionales de Aman; pero en vano, porque aun antes de que se hubiera iniciado la persecución, Melkor había regresado y había pasado en secreto alejándose hacia el sur. Porque era aún como uno de los Valar, y podía cambiar de forma, o andar desnudo al igual que sus hermanos; aunque pronto habría de perder para siempre ese poder.
      Así, sin ser visto, llegó por fin a la región oscura de Avathar. Esa tierra angosta se encontraba al sur de la Bahía de Eldamar, al pie oriental de las Pelóri, y sus prolongadas y lúgubres costas se extendían hacia el sur, sombrías e inexploradas. Allí, bajo los muros despojados de las montañas y el frío y oscuro mar, las sombras eran más profundas y espesas que en ningún otro sitio del mundo; y allí, en Avathar, secreta y desconocida, Ungoliant había construido su morada. Los Eldar no sabían de dónde venía ella; pero han dicho algunos que hace ya muchas edades descendió desde la oscuridad que está más allá de Arda, cuando Melkor miró por primera vez con envidia el Reino de Manwë, y que en el principio ella fue uno de aquellos que él corrompió para que lo sirvieran. Pero ella había renegado de su Amo en el deseo de convertirse en dueña de su propia codicia, apoderándose de todas las cosas para así alimentar su propio vacío; y huyó hacia el sur, escapando de los ataques de los Valar y de los cazadores de Oromë, pues éstos siempre habían vigilado el norte, y por mucho tiempo el sur fue descuidado.
      Desde allí se había arrastrado hacia la luz del Reino Bendecido; porque tenía hambre de luz y a la vez la odiaba.
Vivía en una hondonada y había tomado la forma de una araña monstruosa, tejiendo sus negras telas en una hendidura de las montañas. Allí absorbía toda la luz y la devolvía como una red oscura de asfixiante lobreguez, hasta que ya no le llegaba ninguna luz; y estaba Hambrienta.
      Entonces vino Melkor a Avathar y la buscó hasta encontrarla; y adoptó nuevamente la forma que había tenido como tirano de Utumno: un oscuro Señor, alto y terrible. Esta forma la conservó para siempre. Allí, en las sombras negras, más allá aun de lo que Manwë alcanzaba a ver desde sus más elevadas estancias, Melkor y Ungoliant discutieron la venganza que él había planeado. Pero cuando Ungoliant comprendió los propósitos de Melkor, quedó desgarrada entre la codicia y el miedo; porque temía desafiar los peligros de Aman y el poder de los espantables Señores, y de ningún modo quería moverse de su escondite. Por tanto, Melkor le dijo:

      —Haz lo que pido; si aún estás hambrienta cuando todo esté consumado, te daré entonces lo que tu codicia exija. Sí, con ambas manos— Hizo esta promesa a la ligera, como siempre; y se reía en secreto. De esta manera el ladrón mayor le tendió una trampa al ladrón menor.

      Una capa de oscuridad tejió Ungoliant alrededor de los dos cuando se pusieron en marcha: una Noluz en la que las cosas ya no parecían ser y que los ojos no podían penetrar, porque estaba vacía. Entonces, lentamente, tendió Ungoliant las telas: hilado tras hilado, de grieta a grieta, de roca protuberante a pináculo rocoso, siempre en ascenso, trepando, arrastrándose y adhiriéndose, hasta que por último alcanzaron la cima misma de Hyarmentir, la más alta montaña de esa región del mundo, muy lejos al sur de la gran Taniquetil. Allí los Valar no montaban vigilancia; porque al oeste de las Pelóri había una tierra vacía y penumbrosa, y al este, salvo la olvidada Avathar, las montañas sólo miraban a las oscuras aguas del mar sin senderos.
      Pero ahora, la oscura Ungoliant se encontraba sobre la cima de la montaña; e hizo una escala de cuerdas tejidas y la dejó caer, y Melkor trepó y llegó a aquel elevado sitio, y se irguió junto a ella mirando alfa abajo el Reino Guardado. Por debajo se extendían los bosques de Oromë y hacia el oeste brillaban tenues los campos y los pastizales de Yavanna, dorados bajo el alto trigo de los dioses. Pero Melkor miraba hacia el norte y vio a lo lejos la llanura resplandeciente y las cúpulas plateadas de Valmar que refulgían a la luz mezclada de Telperion y Laurelin.
       Entonces Melkor rió muy alto y se echó a correr saltando por las largas pendientes occidentales; y Ungoliant iba con él y la oscuridad los cubría.
    Era entonces tiempo de festividad, como Melkor sabía bien. Aunque todas las mareas y las estaciones seguían la voluntad de los Valar, y no había en Valinor invierno de muerte, ellos moraban en el Reino de Arda, que no era más que un reino minúsculo en las estancias de Eä, cuya vida es el Tiempo, que fluye siempre desde la primera nota hasta el último acorde de Eru. Y aunque entonces el deleite de los Valar (como se cuenta en la Ainulindalë) era ponerse como una vestidura las formas de los Hijos de Ilúvatar, también comían y bebían, y recogían los frutos de Yavanna, sacados de la Tierra, que habían hecho por voluntad de Eru.
      Por tanto, Yavanna había ordenado las épocas de floración y madurez de todo lo que crecía en Valinor; y con cada primera cosecha Manwë convocaba una gran fiesta en alabanza de Eru, y todos los pueblos de Valinor vertían su alegría en música y canciones sobre el Taniquetil. Esta era la hora, y Manwë había decretado una fiesta más gloriosa que ninguna celebrada antes desde la llegada de los Eldar a Aman. Porque, aunque la huida de Melkor hacía presagiar afanes y dolores, y nadie podía conocer los daños que aún sobrevendrían, antes de que pudieran volver a someterlo, en esta ocasión Manwë decidió poner remedio al mal surgido entre los Noldor; y todos fueron invitados a ir a los palacios de Taniquetil, para dejar allí de lado las querellas que separaban a los príncipes y olvidar por completo las mentiras del Enemigo.
      Asistieron los Vanyar, y asistieron los Noldor de Tirion, y acudieron juntos los Maiar, y los Valar lucían toda su belleza y majestad; y cantaron ante Manwë y Varda en las altas estancias o danzaron en las verdes pendientes de la Montaña que miraba al oeste hacia los Árboles. Ese día las calles de Valmar quedaron desiertas y las escaleras de Tirion estuvieron en silencio; y toda la tierra dormía en paz. Sólo los Teleri, más allá de las montañas, cantaban todavía a orillas del océano; pues poco caso hacían del tiempo o las estaciones, o de los cuidados de los Regidores de Arda, o de la sombra que había caído sobre Valinor, pues no los había afectado hasta entonces.
      Sólo una cosa estropeaba el propósito de Manwë. Fëanor había venido, por cierto, porque sólo a él Manwë le había ordenado asistencia; pero Finwë no se presentó, ni ningún otro de los Noldor de Fórmenos. Porque, dijo Finwë:

       —En tanto dure el destierro impuesto a mi hijo, y no pueda presentarse en Tirion, me privo a mí mismo de la corona y no he de reunirme con mi pueblo. Y Fëanor llegó vestido de fiesta y no llevaba ornamento alguno, ni plata, ni oro, ni gemas; y se negó a que los Valar y los Eldar contemplaran los Silmarils, y los dejó guardados en Fórmenos en la cámara de hierro. No obstante, se encontró con Fingolfin ante el trono de Manwë y se reconcilió con el, de palabra; y Fingolfin no intentó desenvainar la espada. Tendió la mano a Fingolfin diciendo: —Tal como lo prometí, lo hago ahora.

       Saleo en tu descargo y no recuerdo ya ofensa alguna Entonces Fëanor le tomó la mano en silencio; pero Fingolfin dijo:

    —Medio hermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida.

       —Te oigo —dijo Fëanor—. Así sea. — Pero nadie sabía el posible significado de esas palabras.

      Se dice que cuando Fëanor y Fingolfin estaban ante Manwë, las luces de los Árboles se mezclaron, y en la silenciosa ciudad de Valmar hubo un fulgor de plata y oro. Y a esa misma hora precisa Melkor y Ungoliant llegaron precipitados a los campos de Valinor como la sombra de una nube oscura que pasa sobre la tierra iluminada por el sol; y llegaron ante el verde montículo de Ezellohar. Entonces la No—luz de Ungoliant subió hasta las raíces de los Árboles, y Melkor saltó sobre el montículo; y con su lanza negra hirió a cada Árbol hasta la médula, los hirió profundamente, y la savia manaba como si fuese sangre y se derramó por el suelo.
       Pero Ungoliant la absorbía y yendo de Árbol a Árbol aplicaba el pico negro a las heridas hasta que quedaron desecadas; y el veneno de Muerte que había en ella penetró en los tejidos y los marchitó: raíz, ramas y hojas; y murieron. Y ella aún tenía sed, y yendo a las Fuentes de Varda, bebió de ellas hasta dejarlas secas; pero eructaba vapores negros mientras bebía, y se hinchó hasta tener una forma tan grande y espantosa que Melkor sintió mucho miedo.
       Así la gran oscuridad descendió sobre Valinor. De los hechos de ese día se habla en el Aldudénië, que compuso Elemmírë He los Vanyar y es conocido de todos los Eldar. Pero no existe canto ni libro que pueda contener toda la aflicción y el terror que hubo entonces. La Luz menguó; pero la Oscuridad que sobrevino no fue tan sólo pérdida de luz. Fue una Oscuridad que no parecía una ausencia, sino una cosa con sustancia: pues en verdad había sido hecha maliciosamente con la materia de la Luz, y tenía poder de herir el ojo y de penetrar el corazón y la mente y de estrangular la voluntad misma.
      Varda miró hacia abajo desde Taniquetil y vio la Sombra que se elevaba en súbitas torres de lobreguez; Valmar había naufragado en un profundo mar nocturno. Pronto la Montaña Sagrada se erguía sola, una última isla en un mundo anegado. Todo canto cesó. Había silencio en Valinor y no se oía ningún sonido, sólo a lo lejos el lamento de los Teleri, como el grito frío de las grullas. Venía entre las montañas con el viento que a esa hora soplaba helado desde el este, y las vastas sombras del mar rompían contra los muros de la costa.
        Pero Manwë miraba desde el alto trono, y sólo él alcanzó a horadar la noche hasta que tropezó con una Oscuridad más allá de lo oscuro; y supo que Melkor había venido y había partido.
        Entonces empezó la persecución; y la tierra tembló bajo los caballos del ejército de Oromë, y el fuego que relumbró bajo los cascos de Nahar fue la primera luz que volvió a Valinor. Pero no bien llegaron los jinetes a la Nube de Ungoliant, quedaron enceguecidos y desanimados y no sabían por dónde iban; y el sonido del Valaróma vaciló y se perdió. Y Tulkas parecía atrapado en una red negra por la noche, y nada podía hacer y batía el aire en vano. Pero cuando la Oscuridad hubo pasado, ya era tarde: Melkor se había ido, y la venganza estaba consumada.

Actividades

Actividad 1 – Leer el texto breve “La actividad narrativa”. Es un texto que explica qué es la narración y en qué consiste narrar tanto cuando se lee como cuando se escribe. Plantea más de un nombre para el tema “El aspecto de la narración” así como “La voz en la narración”.

Actividad 2 – Responder el siguiente cuestionario. Las respuestas deben estar redactadas en tu propio vocabulario, pero este debe ser adecuado, es decir, debe reflejar la teoría que leíste.
Por ejemplo, si yo pregunto ¿Qué es narrar? La respuesta debe acercarse a la teoría de la siguiente manera:

“Digamos que Narrar es dirigir el tiempo de un relato, seleccionar el punto de vista, elegir un modo de escribir estas elecciones en diferentes tipos textuales como el diálogo o la pura descripción. Es decir, crear una copisicón artística o no sobre las cosas.”

a. ¿Cómo se relaciona “narrar” con el “decir”?
b. Cuando hablamos de focalización y perspectiva, ¿nos referimos al mismo concepto?
c. ¿Cuántas clases de narradores conocés en la literatura?
d. ¿Cuántas clases de narradores nuevos (para vos y según lo que ya conocés) nombra el texto?
e. ¿Qué modificaciones introduce G. Genette a los conceptos clásicos de narradores?
f. ¿Por qué se dice que “el narrador solo puede identificarse con la 1ra persona?
g. La información que el texto ofrece sobre los narradores es contradictoria o complementaria? ¿Por qué?
h. ¿Cuántas formas adquiere la diégesis según G. Genette? ¿Qué características presenta cada una?

Actividad 3 – Luego de responder las preguntas del punto h, transformá la información sobre “DIÉGESIS” en un cuadro sinóptico.

Actividad 4 – Leer atentamente la primera parte de “El principio de los días”.

Actividad 5 – Redactar un GLOSARIO sobre los nombres resaltados con negritas en el texto leído. Un glosario es como un diccionario, pero mucho más corto. Solo se presentan en él las aclaraciones de algunas palabras o expresiones de un texto en particular.
Para redactar el glosario, debés usar la información del texto. Tratá de no buscar en Internet, porque el texto tiene mucha información sobre los personajes.

Actividad 6 – Buscá en Internet una imagen de cada término definido en el glosario y creá con ella una tarjeta de personaje como la que sigue:

Verboides

      Los verbos del español tienen tres formas no personales, es decir, que no se conjugan ni flexionan con los pronombres. Estas formas no personales son el infinitivo, el participio y el gerundio. Como formas no personales, tienen la característica de no expresar número (singular ni plural), persona (primera, segunda o tercera) ni tiempo (pasado presente o futuro). Pero expresan alguno de los dos aspectos del verbo (perfectivo o imperfectivo).
       El infinitivo es un sustantivo verbal y da el nombre al verbo. Algunos de ellos han pasado a constituir verdaderos sustantivos con el tiempo y han adquirido algunas de sus características. Por ejemplo: debo > deber > deberes, es decir, pueden expresar género y número y por lo tanto pueden concordar con el adjetivo. En estos casos puede llevar artículo (el, los, la, las) y puede ser activo (amar) o pasivo (haber amado). Generalmente, son invariables, es decir, no cambian de género ni de número.
     Como infinitivos puros pueden llevar un pronombre al final, al que llamaremos “pronombre enclítico”, por ejemplo: amarte, decirles, verlo.
   Los infinitivos se reconocen por sus terminaciones características: -ar, -er, e -ir. Estas terminaciones los insertan en tres conjugaciones distintas. Los infinitivos terminados en -ar pertenecen a la primera conjugación, los infinitivos terminados en -er, pertenecen a la segunda conjugación y los infinitivos terminados en -ir perteneces a la 3ra conjugación.
   El participio es un adjetivo verbal. El participio, a diferencia del infinitivo o gerundio, puede concordar en femenino y masculino con el sujeto de la oración tanto en plural como en singular. Forma los tiempos compuestos o perfectivos de los verbos, por ejemplo: amar > había amado, he amado, haya amado, hubiere amado, etc. En la voz pasiva es donde está el origen de la concordancia, por ejemplo; ellas fueron amadas, él fue amado, etc.
   Los participios puros que forman los tiempos perfectivos de los verbos siempre terminan en -ado, si son de la 1ra conjugación; mientras que los participios en -ido reflejan a los verbos de las 2da y 3ra conjugaciones, sin embargo, como pueden comportarse como adjetivos, esas terminaciones pueden adaptarse al femenino, al singular y el plural. Muchos verbos han conservado más de un participio. Todos aquellos participios verbales que no terminan en -ado son considerados participios cultos, porque tienen escritura muy cercana a su origen en latín y generalmente presentan terminaciones en -to y so. Muchos de estos participios dejaron de ser adjetivos y se transformaron en adverbios, por ejemplo: incluir > incluido > incluso. La mayoría de los participios, cuando se usan como adjetivos, pueden, como los adjetivos puros, pueden sustantivarse, es decir, ocupar el lugar de un sustantivo siguiendo al artículo o a un pronombre.

    El gerundio, originalmente era un sustantivo verbal en latín, pero como estaba ligado siempre a otro verbo, al pasar al castellano, pasó como adverbio, por lo tanto, diremos que es un adverbio verbal.

Actividad 7 – Leer atentamente el fragmento “De Aulë y Yavanna”.

Actividad 8 – En este fragmento aparecen personajes y lugares nuevos. Describilos con la información que te provee el texto literario. 

Actividad 9 – Respondé: ¿Qué objeto crea cada personaje en este texto? Nombrá y caracteriza cada elemento con el mayor detalle posible, incluso su función, es decir, para qué sirven y son utilizados en el relato.

Actividad 10 – Leé con atención los capítulos “De la llegada de los Elfos y el cautiverio de Melkor”, “De Thingo y Melian, “De Eldamar y los príncipes de los Eldalië, “De Fëanor y el desencadenamiento de Melkor”, “De los silmarils y la inquietud de los Noldor” y “Del oscurecimiento de Valinor”.

Actividad 11 – A medida que avanzas en la lectura, te pido que realices un cuadro de acciones simultáneas de la narración, es decir, un cuadro de dos columnas en el que puedas resumir las acciones de los Valar y los Elfos por un lado y las de Melkor por el otro.
Por ejemplo:

     
     Los gerundios pueden ser simples o activos (amando), o compuestos o pasivos (habiendo amado). Reflejan el aspecto imperfectivo o durativo del verbo. Sus terminaciones características son -ando/-iando para la primera conjugación, -endo/-iendo para la segunda y tercera conjugaciones.
     La función más común del adverbio es modificar a un verbo como adverbio o circunstancial de modo, Indica una acción secundaria que se suma a la del verbo principal aportando un matiz sobre ella. Esta acción indicada por el gerundio debe ser simultánea o posterior a la del verbo, NUNCA, posterior. Este es el caso del enunciado “Cayó, levantándose inmediatamente después.”    Cuando el gerundio está expresando posterioridad como en “Olvidó el incidente, recordándolo días después” su uso es incorrecto. La parte de la oración encabezada por el gerundio debe reemplazarse por una estructura coordinada de [coordinante + verbo conjugado], por ejemplo: Olvidó el incidente y lo recordó días después.

    Al igual que el infinitivo, admite pronombres enclíticos. Con el tiempo, algunos gerundios han perdido su carácter de adverbio y se transformaron en adjetivos: hombres trabajando. Muy pocos gerundios tienen esta característica, trasladarla a toda la clase se considera incorrecto o agramatical. Generalmente, son invariables.
     Además de modificar al verbo, también pueden modificar a un adjetivo o a otro adverbio. Por ejemplo: Ese hombre permanece trabajando duro o Ese hombre se esfuerza trabajando duramente.

Caracterización semántica de los verbos

       Los verbos forman una clase de palabra que solo funcionan como núcleo de la predicación, es decir que son núcleos verbales dentro de un enunciado. Ahora bien, dependiendo de qué clase de estructura oracional forme el verbo, se los puede clasificar de diferentes maneras.
       La primera categoría y más abundante es la de verbos transitivos que se conjugan en voz activa y voz pasiva y requieren un objeto que reciba su acción (en la voz activa). Algunas veces, estos verbos pueden tener dos objetos, el que recibe la acción y otro que representa al destinatario del primer objeto.
      La segunda categoría comprende a los verbos intransitivos que solo pueden conjugarse en voz activa.
     La tercera categoría es la de los verbos reflexivos. Se subdivide en verbos cuasi-reflejo cuya singularidad es que siempre tienen un pronombre que acompaña al verbo (irse, caerse) que a diferencia de los dos anteriores, no desempeña funciones sintácticas de objeto, este pronombre es un signo de cuasi reflejo. El otro grupo lo forman los verbos reflejos. Este grupo de verbos que llevan pronombre SE, pero no son cuasi reflejos como mirarse, peinarse, etc.
     La cuarta categoría es la de los verbos impersonales. Estos verbos tienen la característica de formar oraciones sin sujeto. Dentro de esta categoría encontramos los verbos referidos a acciones del clima (nevar, llover) y momentos del día (amanecer, anochecer). El segundo grupo de verbos son los que excepcionalmente se usan en 3ra del singular para indicar tiempo y existencia (hacer > Hace mucho frío, ser > Era de noche, haber > hubo muchas guerras entre Palestina e Israel.)
      La quinta categoría corresponde a los verbos copulativos. Estos verbos sin de carácter descriptivo y forman oraciones ligadas en primera instancia a un adjetivo y en segundo plano a un sustantivo. La lista de verbos copulativos es breve y puede memorizarse con facilidad: ser, estar, parecer, yacer, permanecer, semejar, volverse, tornarse.
      La sexta categoría son los verbos defectivos. Estos son raros y escasos porque solo se pueden conjugar en era persona del singular. Algunos de ellos son acaecer, atañer, acontecer, ocurrir, suceder, concernir, urgir, obstar y holgar.