ROMA: Sátiras
Introducción
Las sátiras romanas suelen caracterizarse por un lenguaje pintoresco y a veces una violencia o invectiva bastante agresivas. Se pueden encontrar en ellas frases virulentas y expresivas dedicadas a denunciar los vicios que corromían a la sociedad de la época. En contraposición, también pueden hallarse algunas frases más suaves en favor de las personas que no tienen la suerte de vivir con opulencia y por lo tanto, ser afectados por los vicios que esta conlleva. Muchos de los escritores satíricos son poetas, por lo cual, la mayor producción satírica está en forma de poesía compuesta en versos clásicos, algunas de ellas están compuestas en formas de diálogo y muy pocas en prosa. Los vicios que suelen tratar las sátiras romanas son la corrupción de los ricos, el abuso de la injusticia, la hipocresía, los excesos sexuales, entre muchos otros. Ya con la producción de Quinto Ennio, la sátira comienza a parecerse a lo que más tarde se conocería como farsa. La sátira de Horacio que presentamos a continuación toma ese nombre por su contenido, pues, en cuanto a su estructura es más bien, una conversación. Las sátiras de Horacio, en general, tratan de cuestiones de índole diversa, entre las que aparece muchas veces el tema de la rectitud moral. Aquí no encontraremos una crudea mordaz, pero sí una gracia miu ingeniosa, basada en la ironía extrema y hasta el sarcasmo. La última referencia a este género apunta a Cayo Petronio Arbitro a quien se considera el autor de “Satiricón”, una novela de caracter realista escrita en prosa, de la cual se conservan fragmentos.
Sátira V
(de Horacio)
Ulises y Tiresias
Ulises ha regresado a su patria, Ítaca, a salvo, pero se encuentra con que los pretendientes de su esposa Penélope han consumido toda su riqueza. Descontento con esta situación convoca al sabio Tiresias por consejo sobre cómo recuperar su riqueza.
(En el inframundo)
Ulises: Una palabra más, Tiresias respóndeme a esta pregunta: ¿con qué artes y manías podría recuperar mi caudal perdido?, ¿Por qué te ríes?
Tiresias: ¿No te basta, hombre, haber vuelto a tu querida Ítaca y ver una vez más a los patrios Penates?
Ulises: Adivino infalible, ya ves como al tenor de tus predicciones vuelvo a mí palacio pobre y desnudo. Los amantes de mi mujer no han respetado mi despensa ni mis rebaños, y sin el oro, la nobleza y el valor no valen un comino.
Tiresias: Ya que sin ambages odias la pobreza, te enseñaré los medios con que podrás enriquecerte. Si te regalan un tordo o cualquier otro presente, hazlo volar sin demora a la mansión de un viejo opulento. Las dulces manzanas y los frutos regalados de tu huerto ofréceselos primero a este rico, más venerable que tus Lares; y aunque sea un ente pérfido y de oscuro linaje, y esté manchado con la sangre de su hermano, o haya escapado de las cadenas, si te lo pide, no dudes acompañarle, cediéndole la derecha.
Ulises: ¿Yo, acompañar al bellaco de Dama?, ¿Yo, que en la guerra de Troya competí con héroes renombrados?
Tiresias: Entonces, resignate a la pobreza.
Ulises: Eso nunca. Me animo a soportar este trabajo como soporto a otros mayores, con tal que me digas el modo de adquirir haciendas y talegos de oro.
Tiresias: Ya te lo he dicho y te lo vuelvo a repetir. Haz méritos con tu sagacidad para que los viejos te instituyan como su heredero; y si alguno más avisado, después de morder el cebo, se burla del anzuelo, no te desalientes ni renuncies a tan lucrativo oficio. ¿Oyes que se ventila en el foro algún litigio de mayor o menor cuantía? Pues indaga cuál de los litigantes es un ricachón sin prole, cuya audacia y perversidad arrastran ante el tribunal a un contrario más honrado, y declárate sin dudarlo su defensor; pero, si tiene hijos o esposa fecunda, abandónalo, aunque su reputación te parezca intachable y su justicia manifiesta. Háblale así: “Quinto o Publio (las orejas delicadas se deleitan al oír estos nombres), con tus prendas has conquistado mi amistad. Conozco los enredos de las leyes y el pleito. preferiría que me sacaran los ojos antes que ver que nadie te quite lo que monta una cáscara de nuez. De mi cuenta corre que ninguno se burle de ti, ni te haga perder un solo sestercio” Luego, invítale a descansar en casa y a cuidar de su persona; conviértete en su procurador y sirvele a costa de cien fatigas, lo mismo cuando la abrasadora Canícula hiende las mudas estatuas, que cuando Furio, el de la enorme barriga, escupe copos de nieve sobre la cima de los Alpes. “¿No ves, dirá alguno, dando de codo a su vecino, qué es sufrido, qué buen amigo, qué dispuesto a servirle?” Así lloverán a tu casa los atunes y se poblaran tus estanques. Si algún hacendado cría en casa un hijo de poca salud, para que no te hagan traición tus obsequios y agasajos asiduos a los célibes, procura ganarte su voluntad y abrir la puerta a la esperanza de ser instituido el segundo heredero; que si la desgracia arrebata la vida del niño, tu ocuparás inmediatamente su lugar. Esta treta casi nunca deja de obtener éxito. Si te dan a leer el testamento, recházalo como si lo apartas es de tu vista; pero de modo que pesques con el rabillo del ojo lo que dice la segunda línea de la primera tablilla, y con rápida mirada averigua si eres sólo o tienes otros coherederos; pues muchas veces, el sutil y taimado escribano deja al Cuervo con tanta boca abierta, y el captador de Nasica viene hacer la irrisión de Corano.
Ulises: ¿Te arrebata el furor profético, o te burlas de mí tranquilamente, anunciando mis cosas que no acierto a comprender?
Tiresias: ¡Oh, hijo de Laertes! Profetizo lo que será y lo que no ha de ser; porque el gran Apollo me ha concedido el don de adivinar lo futuro.
Ulises: Pues explícame, si puedes, el sentido de esta fábula.
Tiresias: Cuando un joven descendiente del piadoso Eneas llegue a ser terror de los parthos, y engrandezca su nombre por mar y tierra, Nasica dará en matrimonio a su hija mayor al valiente Corano con el propósito de no pagarle cuánto le debe. Más tarde el yerno se vengará, entregando su testamento al suegro y rogándole que se digne leerlo. Este lo rehusará repetidas veces, pero al fin lo tomará en sus manos, lo leerá en voz baja, y encontrará que sólo deja a él y a los suyos los ojos para llorar. No olvides tampoco otra saludable advertencia ¿vive en compañía del viejo chocho una mujer sagaz o un liberto bellaco? Pues trabaja por hacerte su amigo Y prodígales más lisonjas, para que ellos te alaben en tu ausencia. Esto facilita mucho la empresa; bien que lo esencial es apoderarse del ánimo del viejo. ¿Tiene la manía de escribir infames versos? Alábaselos con descaro ¿Es mujeriego? Pues, sin necesidad de ruegos entregale tu cara Penélope.
Ulises: ¿Y crees que había de consentirlo una mujer tan púdica y honesta a quien tantos amadores no pudieron apartar del camino de la honradez?
Tiresias: ¡Bah!, porque aquellos mozalbetes eran muy poco pródigos, y más que de sus amores se preocupaban de la cocina; por eso no lograron vencer la virtud de Penélope; pero que se entregue tu esposa una vez en los brazos de un viejo, y parta contigo la ganancia, verás como ya no lo abandona, como el perro no suelta la piel manchada de sangre. Te contaré un hecho acaecido en mi edad provecta. Una maldita vieja de Tebas dispuso en su testamento que el heredero cargase sobre las espaldas desnudas su cadáver, bien frotado con aceite, por si podía muerta librarse de su asedio, ya que en vida le fue imposible. Obra con cautela: ni te quedes nunca corto, ni menos te pases de largo. El charlatán siempre es molesto al viejo melancólico y perezoso. No por eso vas a enmudecer. Imita al cómico Davo, presentándote con la cabeza baja, como el que teme un duro castigo. No escatimen en agasajos. Si sopla el viento, aconsejale que se tapé bien la cabeza; sácale de entre la turba a fuerza de empujones, presta atención a sus garrulerías, y si le gustan los elogios inmerecidos, hincha su hueca vanidad con el humo de tus lisonjas, hasta que, él, levantando las manos al cielo, exclame: “No más.” Y, cuando por su muerte te veas libre de tan penoso cautiverio, y oigas con el oído alerta que te deja la cuarta parte de su herencia, entonces gritas: “con que ya no veré en mis días a Dama?, ¿dónde hallar un amigo tan fiel y generoso?” Y si te es posible, acompaña tus lamentos con lágrimas. La prudencia te aconseja disimular la satisfacción. Levanta con grandeza el sepulcro que encomendó a tu solícito celo, y que los vecinos admiren la pompa de los funerales. Si alguno de tus viejos coherederos padece del asma y quiere comprar la parte del campo o la casa que te ha tocado, véndesela gustoso por el precio que estime conveniente. Ahora, la imperiosa Proserpina me llama. Que vivas muchos años y con mucha salud.
FIN