ROMA: comedia
Introducción
Todas las comedias romanas que han sobrevivido pueden clasificarse como fabula palliata (comedias basadas en temas griegos) y fueron escritas por dos dramaturgos: Plauto y Terencio. No ha sobrevivido ninguna fabula togata (comedia romana en un entorno romano).
Al adaptar las obras griegas para ser representadas ante un público romano, los dramaturgos cómicos romanos hicieron varios cambios en la estructura de las obras. Lo más notable es la eliminación del papel, anteriormente destacado, del coro como un medio de separar la acción en distintos episodios. Además, se agregó a las obras un acompañamiento musical como complemento simultáneo al diálogo. La acción de todas las escenas tiene lugar típicamente en las calles, fuera de las viviendas de los personajes principales, y las complicaciones de la trama eran frecuentemente el resultado de las escuchas secretas de un personaje menor.
Plauto escribió entre 205 y 184 a. C. y veinte de sus comedias han sobrevivido hasta nuestros días, de las cuales sus farsas son las más conocidas. Fue admirado por el ingenio de sus diálogos y por su variado uso de la métrica poética. Como resultado de la creciente popularidad de las obras de Plauto, así como de esta nueva forma de comedia escrita, las obras escénicas se convirtieron en un componente prominente en las fiestas romanas de la época, reclamando su lugar en eventos que anteriormente solo programaban carreras, competiciones atléticas o batallas de gladiadores.
Nos han sobrevivido las seis comedias que Terencio compuso entre el 166 y el 160 a. C. La complejidad de sus tramas, en donde habitualmente combinaba varios originales griegos en una sola producción, provocó fuertes críticas, incluyendo que, al hacerlo, estaba arruinando las obras originales griegas, así como ciertos rumores de que había recibido asistencia de personajes de alto rango para componer su material. De hecho, estos rumores llevaron a Terencio a usar los prólogos en varias de sus obras como oportunidad para suplicar al público que tuviesen en cuenta, de forma objetiva, su material y que no se dejasen influir por lo que hubieran podido escuchar sobre sus prácticas literarias. Esta fue una gran diferencia con los prólogos escritos por otros dramaturgos conocidos de la época, que utilizaron rutinariamente estos como una forma de prefacio de la trama de la obra que se iba a representar.
Los mellizos
(Plauto)
CEPILLO, parásito.
MENECMO I, joven.
MENECMO II (Sosicles), joven. EROTIO, cortesana.
CILINDRO, cocinero.
MESENIÓN, esclavo de Menecmo II.
UNA ESCLAVA.
LA MUJER DE MENECMO I.
UN VIEJO, padre de la mujer de Menecmo I.
UN MÉDICO.
La acción transcurre en Epidamno.
PRÓLOGO
¡Salud y prosperidad, distinguido público, por primera providencia, tanto para mí como para vosotros! Os traigo hoy un Plauto, pero no en la mano, sino en la lengua, con el ruego de que le prestéis oídos benignos. [5] Ahora prestad atención, que os voy a dar el argumento; lo expondré con la mayor brevedad posible. Una advertencia: los poetas cómicos tienen la costumbre de decir siempre que la acción transcurre en Atenas, para que el público tenga la impresión de que es más griega la cosa. [10] Yo no lo diré más que cuando ponga que realmente ha sido allí. Y si bien se va a mirar, la historia esta es greguizante, pero no atiquizante, sino sicilianizante.
[15] Bien, tras este preámbulo, pasemos al argumento mismo, que estoy dispuesto a dároslo bien medido, ni un celemín ni tres celemines, sino un granero entero y vero. Para que veáis qué esplendidez la mía en cuanto a la exposición del argumento. Pues era una vez un comerciante ya de edad, de Siracusa, que tenía dos hijos gemelos, y eran tan iguales el uno y el otro, [20] que no los podía distinguir ni la nodriza que los criaba, ni la madre que los parió —por lo menos, así me lo dijo
uno que había visto a los chiquillos, que yo, desde luego, no les he echado jamás la vista encima, no vayáis a creer—. [25] Cuando los chicos tenían ya siete años, carga el padre una gran nave con un montón de mercancías, embarca a uno de los gemelos y se lo lleva consigo a Tarento, donde iba a hacer sus mercaderías; al otro lo deja en casa con la madre. Dio la casualidad de que se celebraban precisamente unos festivales en Tarento cuando llegó allí el hombre. [30] Naturalmente, había, como suele pasar en tales ocasiones, una cantidad enorme de público; el chico se extravía del padre entre la multitud y se pierde. Un mercader de Epidamno, que se encontraba allí a la sazón, recoge al niño y lo lleva con él a su patria. [35] Desesperado el padre por la pérdida de su hijo, enferma de pena y muere a los pocos días en Tarento. Luego que el abuelo de las criaturas recibe en Siracusa la noticia del rapto del niño y la muerte del padre en Tarento, [40] le cambia el nombre al gemelo que había quedado en Siracusa. Tal era el cariño que había sentido por el otro, que le pone a él el nombre de Menecmo, lo mismo que el hermano. Y también el propio abuelo se llamaba así [45] (es que dio la casualidad que estaba yo presente una vez que le voceaban haciéndole una reclamación, y por eso se me ha quedado mejor su nombre). O sea que, para que no os arméis después un lío, lo aviso ya con antelación: los dos hermanos gemelos llevan el mismo nombre. [50] Ahora tengo que escoger la marcha otra vez a Epidamno para explicaros la historia con todo detalle. Si es que alguien tiene algún asunto que arreglar allí, que me lo encargue con toda tranquilidad, sólo, claro, con la condición de que me entregue antes el dinero necesario para solucionárselo; [55] desde luego, el que no entregue el dinero hará una tontería, y el que lo entregue… hará una tontería todavía mucho mayor. Ahora vuelvo al punto de donde salí y me quedo ya allí quieto. El comerciante aquel de Epidamno del que os acabo de hablar, que se llevó consigo a uno de los gemelos, no tenía, a falta de hijos, [60] más que riquezas; entonces adopta al chico que se había llevado, le da una mujer con dote y le nombra heredero a su muerte. Es que un día que iba por casualidad al campo después de una fuerte lluvia, al querer pasar un arroyo que iba crecido cerquita de la ciudad, [65] la rapidez de las aguas le hizo perder pie al raptor del chiquillo, llevándose al hombre al diablo. Su hijo adoptivo se encuentra de pronto en posesión de unas enormes riquezas. Éste, el gemelo raptado, vive allí en Epidamno. [70] El gemelo que vive en Siracusa ha llegado hoy con un esclavo a Epidamno con el fin de buscar a su hermano gemelo. Esta ciudad es Epidamno mientras dura la comedia; cuando se represente otra, pues será otra. Igual se cambian también los habitantes de las casas aquí en la escena: unas veces vive en ellas un rufián, otras un joven, otras un viejo, un pobre, un mendigo, un rey, un parásito, un charlatán.
ACTO I
ESCENA PRIMERA
CEPILLO
CE.— La gente joven me llama Cepillo, porque cuando como dejo limpia la mesa. [80] Quienes ponen cadenas a los cautivos y grillos a los esclavos fugitivos, hacen una necedad muy grande, al menos a mi modo de ver. Porque si a una persona que ya es desgraciada le sobreviene mal sobre mal, le entran aún más ganas de escaparse y de cometer fechorías. Desde luego de un modo o de otro encuentran forma de liberarse de las cadenas; [85] pues los que están puestos en grillos, o liman el anillo o hacen saltar la clavija con una piedra. ¡Pamplinas y nada más que pamplinas! Si quieres tener a una persona bien guardada que no se te escape, tienes que sujetarla a fuerza de comida y de bebida. [90] Átale el pico a una mesa bien abastada. Mientras que le pongas cada día de comer y de beber a sus anchas, hasta hartarse, seguro que no se te escapará; aunque sea un delito capital el que haya cometido, lo guardarás fácilmente, con tal de que lo ates con las susodichas cadenas. Las cadenas alimenticias tienen una elasticidad pero que extraordinaria: [95] cuanto más las alargas, tanto más fuerte sujetan. Así voy yo ahora aquí a casa de Menecmo, a disposición del cual ya llevo mucho tiempo; voy de mi propia voluntad para que me encadene. Porque es que este hombre no da de comer, es que te alimenta que ni a un crío suyo, te deja como nuevo; no hay médico mejor que él. [100] Es que es ésa su manera de ser; y él mismo es de mucho comer, da unas cenas que ni las de Ceres, menudas mesas que prepara, menudas montañas de platos; de pie tienes que ponerlos en el diván para alcanzar a lo de arriba. [105] Pero ya hace muchos días que no lo visito; he estado todo el tiempo metido en casa con los seres que me son caros. Porque es que yo ni como ni compro nada que no sea de lo más caro; pero lo triste es que me están comenzando a hacer deserción todos estos seres queridos alineados en mi mesa. Ahora voy a ver a Menecmo. Pero se abre la puerta; ahí está él en persona, que sale a la calle.
ESCENA SEGUNDA
MENECMO I, CEPILLO
[110] MEN.— (Hablando a su mujer dentro de la casa.) Si no fueras tan mala, tan necia, tan rebelde, tan incontrolada, te resultaría a ti misma insoportable lo que vieras que lo es para tu marido. A partir de hoy, si vuelves a hacerme una escena semejante, te pondré de patitas en casa de tu padre. Cada vez que quiero salir, me retienes, me quieres hacer volver, me preguntas que a dónde voy, qué es lo que hago, qué traigo entre manos [115], qué es lo que busco, qué llevo conmigo, qué es lo que he hecho fuera. Pues no, que parece que es un aduanero con quien me he casado; tales son la serie de explicaciones que tengo que dar sobre lo que he hecho y lo que estoy por hacer. Te he tratado con demasiadas contemplaciones; pero ahora te voy a decir cómo voy a proceder de aquí en adelante: [120] yo te he puesto a tu disposición esclavas, una buena despensa, lana, joyas, vestidos, púrpura, y no te falta de nada, de modo que si tienes dos dedos de frente, ándate con cuidado y deja de observar a tu marido. Ahora, además, para que no me andes espiando en vano y para recompensar tu celo, me voy a buscar una fulana y me marcho luego a cenar fuera.
[125] CE.— Éste aparenta que despotrica contra su mujer, pero en realidad de verdad despotrica contra un servidor, que si cena fuera, es de mí de quien se venga.
MEN.— ¡Viva!, por fin he conseguido echarla de la puerta con mi filípica. ¡A ver esos galanes casados! ¿Cómo no se apresuran a venir con presentes felicitándome por haber peleado con valentía? (Dejando ver un mantón que lleva debajo de la capa.) [130] Este mantón se lo acabo de birlar ahora a mi mujer y se lo llevo a mi amiga. Así, hombre, muy bien hecho, arreglártelas para pegársela, y con salero, a tu taimada guardiana. ¡Esto se llama una bonita jugada, una jugada bien hecha, fantástica, maestra! Por mi mal le he birlado a la condenada de mi mujer esta prenda, para regalársela a quien es mi ruina. Para bien de nuestros aliados he arrebatado el botín al enemigo.
[135] CE.— ¡Eh, joven! ¿Hay en ese botín parte para un servidor?
MEN.— (Sin verle.) ¡Muerto soy, he caído en una emboscada!
CE.— Al contrario, son tropas de refuerzo, no temas.
MEN.— ¿Quién vive?
CE.— Yo soy.
MEN.— ¡Oh, tú, mi bien y mi ventura! ¡Hola! (Le da la mano.)
CE.— Hola.
MEN.— ¿Qué tal te va?
CE.— Bien, con la diestra de mi genio protector en mi mano.
MEN.— No has podido venir más a tiempo.
[140] CE.— Como siempre; me las pinto solo para escoger los momentos oportunos.
MEN.— ¿Quieres contemplar un espléndido ejemplar?
CE.— ¿Quién ha sido el cocinero? En cuanto que vea los restos, ya sé yo si es que ha habido algún traspiés.
MEN.— Vamos a ver, ¿no has visto tú nunca un fresco así en la pared, donde figura que el águila rapta a Ganímedes o Venus a Adonis?
[145] CE.— Muchas veces. Pero ¿qué me va ni me viene a mí en esas pinturas?
MEN.— Venga, mírame (dejando ver el mantón); ¿no me parezco mucho a ellos?
CE.— Pero ¿qué atuendo es ése?
MEN.— Confiesa que estoy así pero que elegantísimo.
CE.— ¿Dónde vamos a comer?
MEN.— Dime primero lo que te he dicho que digas.
CE.— Sí, estás elegantísimo.
MEN.— Y ¿no quieres añadir nada de tu cosecha?
CE.— Y además, de un humor fantástico.
[150] MEN.— Sigue, sigue.
CE.— No sigo, caray, si no sé a cuento de qué. Tú estás peleado con tu mujer y por eso me ando con algo más de precaución contigo.
MEN.— A escondidas de mi mujer, en un sitio donde podamos quemar el día y darle sepultura …
[154-155] CE.— Hale, venga, pues, tienes mucha razón en lo que dices. ¿cuándo enciendo la hoguera? Que el día está ya muerto hasta la mitad, hasta la altura del ombligo.
MEN.— Tú mismo te produces dilaciones al interrumpirme.
CE.— Menecmo, puedes saltarme un ojo de la cara si vuelvo a decir una sola palabra sin que tú me lo ordenes.
MEN.— Quítate de ahí de la puerta y ven para acá.
CE.— De acuerdo.
MEN.— Un poco más todavía.
CE.— Vale.
MEN.— Más, no dudes en alejarte más de la cueva del león.
[160] CE.— Caray, que no hubieras sido tú un buen auriga en el circo.
MEN.— ¿Por qué, pues?
CE.— Porque no haces más que volverte a mirar para atrás por miedo a que te siga tu mujer.
MEN.— Pero a ver, qué me dices.
CE.— ¿Yo? Yo digo que sí o que no según tú quieras.
MEN.— ¿Eres tú capaz, si hueles algo, de adivinar por el olor ***
[165] CE.— *** Exactamente igual que si consultaras al colegio de los augures.
MEN.— Venga, entonces huele el mantón este. ¿A qué te huele?, ¿te echas para atrás?
CE.— Los vestidos de las mujeres hay que olerlos por la parte de arriba, porque por esa otra parte se te empuerca la nariz con una peste imposible.
MEN.— Huele entonces por aquí, Cepillo. ¡Bonitos gestos de asco haces!
CE.— Naturalmente.
[170] MEN.— Pero ¿por qué? ¿A qué huele? Contesta.
CE.— A robo, a fulana, a comida. Ojalá
MEN.— Tú lo has dicho, porque. Ahora se lo llevo a mi amiga la cortesana Erotio y le diré que se nos prepare un almuerzo para mí, para ti y para ella.
CE.— ¡Muy bien!
[175] MEN.— Y después estaremos bebiendo hasta que salga el lucero de la mañana.
CE.— ¡Bravo! ¡Eso es hablar pronto y bien! ¿Llamo a la puerta?
MEN.— Llama, o espera mejor un poco.
CE.— Has retrasado en una distancia de mil pasos la llegada de las copas.
MEN.— Llama flojito.
CE.— Tú es que tienes miedo, creo, de que la puerta sea de barro de Samos.
[179-180] MEN.— Espera, espera, por favor. ¡Mira, ahí sale ella! ¡Ay! ¿No ves cómo queda el sol oscurecido ante los resplandores de su persona?
ESCENA TERCERA
EROTIO, CEPILLO, MENECMO 1
ER.— Hola, Menecmo, mi vida.
CE.— Y yo ¿qué?
ER.— Tú no entras en cuenta.
CE.— Eso mismo les pasa en el ejército a los supernumerarios
[184-185] MEN.— Yo he decidido organizar hoy en tu casa un combate.
ER.— ¡Eso!
MEN.— Un combate en el que beberemos éste y yo; el que de los dos resulte vencedor en el copeo, tú eres la que mandas: decide con cuál de los dos quieres estar esta noche. ¡Qué aversión siento por mi mujer cuando te veo a ti, encanto mío!
[190] FR.— Pero no por eso te privas de ponerte alguna prenda suya. ¿Qué es esto? (Cogiendo del mantón que lleva Menecmo debajo.)
MEN.— Despojos de mi mujer para vestirte a ti, rosa mía.
ER.— Fácilmente consigues estar para mí muy por encima de ningún otro de los que me cortejan.
CE.— Las cortesanas se ponen zalameras mientras ven algo a lo que puedan echarle la uña; si le quisieras tanto, ya [194-195] hace una rato que debías haberle arrancado la nariz de un mordisco.
MEN.— Tenme esto (su capa), Cepillo, que quiero hacer ofrenda de los despojos que prometí.
CE.— Trae; pero oye, tú, por favor, baila así con el mantón ese un poquillo.
MEN.— ¿Que baile? Caray, Cepillo, tú no estás en tu juicio.
CE.— ¿Quién es el que no está en su juicio, yo o tú? Si no quieres bailar, quítate entonces el mantón.
[200] MEN.— ¡No, que no ha sido chico el peligro que he corrido hoy al hacerme con él! Yo creo que no fue tan grande el que pasó Hércules al quitarle el cinturón a Hipólita. Toma, para ti, que eres la única que sabes darme gusto.
ER.— Ésa debía ser la conducta de todos los buenos amadores…
CE.— … al menos de los que estén dispuestos a lanzarse a la ruina.
[205] MEN.— Por cuatro minas se lo compré hace un año a mi mujer.
CE.— Cuatro minas que se han ido al diablo, a fin de cuentas.
MEN.— ¿Sabes lo que quiero que hagas?
ER.— Sí, me ocuparé de todo.
MEN.— Haz entonces preparar en tu casa un almuerzo para los tres [210] y comprar en el mercado cosas apetitosas, molleja porcina, tocino jamonero, cabezas de cerdo o algo por el estilo, que, puestas a la mesa bien en su punto, me den un hambre canina: pero en seguida.
ER.— Vale.
MEN,— Nosotros nos vamos al foro y en seguida volvemos; mientras se hace la comida, podemos tomar unas copas.
[215] ER.— Ven cuando quieras, todo estará a punto.
MEN.— Date prisa. Ven tú conmigo (a Cepillo).
CE.— Te juro que no te quitaré el ojo de encima y que iré pegado a tus talones, que no querría perderte hoy ni a cambio de todos los tesoros de los dioses. (Se van.)
ER.— (A los esclavos.) Decidle a Cilindro el cocinero que venga.
ESCENA CUARTA
EROTIO, CILINDRO
ER.Coge el cesto y el dinero. Aquí tienes tres monedas.
[220] CI.— Vale.
ER.— Ve y trae la compra; ten en cuenta que baste para tres; que no falte ni sobre.
CI.— ¿Quiénes son los comensales?
ER.— Yo, Menecmo y el gorrón.
Entonces son diez, que el gorrón vale él solo por ocho.
ER.— Ya te he dicho los que somos, tú ocúpate de lo demás.
[225] CI.— De acuerdo; la comida está preparada, di que se pongan a la mesa.
ER.— No te tardes.
CI.— Ahora mismo estoy de vuelta. (Salen.)
ACTO II
ESCENA PRIMERA
MENECMO II, MESENIÓN
MEN.— Yo creo, Mesenión, que no hay mayor placer para los navegantes que el divisar la tierra a lo lejos desde alta mar.
MES.— Mayor sería, para decir verdad, si, al llegar, fuera tu propia tierra la que vieras. [230] A ver, dime, por favor, ¿qué es lo que hacemos aquí ahora en Epidamno?, ¿es que vamos como el mar dándoles la vuelta a todas las islas?
MEN.— Venimos a buscar a mi hermano gemelo.
MES.— ¿Y cuándo vamos a acabar de buscarlo? Son ya seis años los que vamos tras ello. [235] Hemos recorrido las tierras de los histrios, los hispanos, marselleses, ilirios, el mar Adriático todo, la Magna Grecia y todas las regiones de Italia que baña el mar. Si fuera una aguja lo que buscaras, creo que la hubieras encontrado ya hace tiempo, si es que estaba por alguna parte; [240] estamos buscando entre los vivos a un muerto, que si viviera, ya hace mucho que hubiéramos dado con él.
MEN.— Pues entonces busco a alguien que me lo confirme, que me diga que sabe que ha muerto; [245] entonces dejaré de buscarlo, pero en otro caso, jamás, mientras que me quede vida, abandonaré mi empresa. Yo soy quien sabe el afecto que le profesa mi corazón.
MES.— Eso es buscar una aguja en un pajar. ¿Por qué no nos volvemos ya de aquí a nuestra tierra? Como no sea que quieras escribir un libro de viajes.
[250] MEN.— A comer y a callar, no sea que te la ganes; no me importunes, que las cosas no se van a hacer a tu aire.
MES.— ¡Ahí tienes! Más clarito y con más brevedad no has podido darme a entender que soy un esclavo. Pero, de todas formas, no soy capaz de coserme la boca; [255] ¿sabes, Menecmo?, si inspecciono la bolsa, te juro que vamos equipados bastante a la ligera. Caray, según yo creo, como no te vuelvas a casa, cuando te encuentres sin nada, entonces vas a tener que gemir mientras que buscas al gemelo. Porque esta gente de aquí, los de Epidamno, [260] son muy dados a la disipación y muy bebedores, y luego que viven aquí muchísimos pícaros y estafadores; y también las cortesanas, que se dice que no las hay en el mundo más seductoras que éstas. Por eso se le ha puesto a esta ciudad Epidamno, porque se puede decir que no hay nadie que pare en ella sin daño propio.
[265] MEN.— Ya tendré cuidado; venga la bolsa.
MES.— ¿Qué quieres hacer con ella?
MEN.— Es que ya me has puesto en guardia contigo por eso que has dicho.
MES.— ¿De qué te he puesto en guardia?
MEN.— De que no sea que me vayas a ocasionar un daño en Epidamno. Tú, Mesenión, eres muy mujeriego, y yo, una persona irascible, [270] y no sé contenerme; si soy yo el que tengo el dinero, habré evitado dos males al mismo tiempo: que tú cometas una falta y que yo me enfade contigo.
MES.— Toma y guárdala. Por mí, con mucho gusto.
ESCENA SEGUNDA
CILINDRO, MENECMO II, MESENIÓN
CI.— Buena compra he hecho y bien a mi gusto, bueno va a ser el almuerzo que voy a ofrecer a los comensales. [275] Pero veo ahí a Menecmo, ¡ay de mis costillas! Los convidados andan merodeando delante de la casa antes de que yo haya vuelto de la compra. Voy a acercarme a hablarles. ¡Salud, Menecmo!
MEN.— Los dioses te guarden, quienquiera que seas.
CI.— ¿Quienquiera que sea? ¿Es que no sabes quién soy?
MEN.— No, te juro que no.
[280] CI.— ¿Dónde están los otros invitados?
MEN.— ¿Qué otros invitados?
CI.— Tu gorrón.
MEN.— ¿Mi gorrón?
CI.— Este hombre, desde luego, está loco.
MEN.— (A Menecmo.) ¿No te dije yo que había aquí muchos embaucadores?
[285] MEN.— ¿Quién es ese gorrón mío que buscas, joven?
CI.— Cepillo.
MEN.— Un cepillo llevo yo aquí a buen recaudo en la maleta. Menecmo, vienes demasiado pronto a almorzar, ahora mismo vuelvo de hacer la compra.
[290] MEN.— Contéstame una pregunta, joven: ¿a cuánto van aquí los cerdos sin tacha para los sacrificios?
CI.— A dos dracmas.
MEN.— Toma, ve y que te hagan un exorcismo a mi cuenta, que desde luego veo que has perdido el juicio: importunar de esa forma a un desconocido, seas quien seas.
CI.— Yo soy Cilindro, ¿es que no sabes mi nombre?
[295] MEN.— Ya seas Cilindro, ya Coriandro, vete al cuerno; yo no te conozco ni tengo interés ninguno en conocerte.
CI.— Tú te llamas Menecmo.
MEN.— Que yo sepa; tu hablas como una persona normal al llamarme por mi nombre. Pero ¿de qué me conoces?
[300] CI.— ¿Que de qué te conozco, si mi ama, Erotio, es tu amiga?
MEN.— Diablos, ni ella es mi amiga ni yo sé quién eres tú.
CI.— ¿Que no sabes quién soy yo, que te sirvo el vino tantísimas veces aquí en casa cuando bebes?
MES.— ¡Ay de mí, que no tengo con qué romperle la cabeza a ese tipo!
[305] MEN.— ¿Que tú me sirves a mí el vino, si yo no le he puesto la vista encima jamás a Epidamno ni he venido nunca aquí?
CI.— ¿Que no?
MEN.— ¡Y tanto que no!
CI.— ¿No vives tú en esa casa? (la de Menecmo I).
MEN.— ¡Mal rayo parta a sus habitantes!
CI.— Éste ha perdido el juicio, ¡echarse a sí mismo esas maldiciones! [310] ¿Sabes, Menecmo?
MEN.— ¿El qué?
CI.— Si me haces caso, las dracmas esas que habías prometido darme —porque, caray, tú no estás del todo en tu juicio, Menecmo, echarte maldiciones a ti mismo— harías mejor [314-315] en comprarte el cerdo para ti.
MEN.— ¡Maldición, qué hombre más charlatán y más pesado!
CI.— (Al público.) Es que suele él andar así de bromas conmigo. Si no está la mujer delante, no he visto otro más chistoso que él. (A Menecmo.) ¿Qué dices? qué dices, digo ¿te parece esto que ves (enseñándole la compra) bastante para los tres, [320] o compro más, para ti, para el gorrón y para tu amiga?
MEN.— ¿Pero qué amigas ni qué gorrones?
MES.— ¿Qué mal te atormenta para importunar a éste de esa forma?
CI.— (A Mesenión.) ¿A qué te metes tú donde no te llaman? Yo a ti no te conozco, yo hablo a éste, y a éste le conozco.
[325] MES.— Tú no estás en tu juicio, demonio, de eso estoy bien seguro.
CI.— Yo me ocuparé de que esté todo en seguida, no habrá demora. O sea que no te alejes mucho de por aquí. ¿Algo más?
MEN.— Que te largues a la horca.
CI.— Caray, más vale que te vayas tú… entre tanto, digo, y tomes asiento, [330] mientras que yo pongo esto al ímpetu de Vulcano. Voy dentro y le digo a Erotio que estás aquí, para que te haga pasar, mejor que no que estés aquí de plantón fuera. (Entra en casa.)
MEN.— ¿Se fue al fin? Se fue. Caray, ahora veo que tenías razón con lo que decías.
[335] MES— Tú solamente ten cuidado, que me parece que aquí vive una golfa, al menos según dijo el loco ese que acaba de marcharse.
MEN.— Pero lo que me extraña es cómo sabe mi nombre.
MES.— Eso no tiene nada de extraño, porque las golfas tienen la costumbre de mandar al puerto a su gentecilla, a sus esclavos y sus esclavas; [340] si llega algún barco forastero al puerto, se informan de dónde viene, cómo se llama el patrón, después en seguida se le arriman, se le pegan; si consiguen hacerse con él, no le dejan ir antes de haberle desplumado. Ahora tenemos que habérnoslas aquí en este puerto con una nave pirata, [345] ante la que, en mi opinión, debemos de tomar precauciones.
MEN.— Caray, tienes razón con tus avisos.
MES.— No sabré si tengo razón hasta que no vea si tú la tienes para precaverte.
MEN.— Calla un momento, que ha sonado la puerta; a ver quién sale.
MES.— Esto lo dejo mientras aquí (suelta la maleta y la da a los marineros que les siguen).
[350] Ea, tened cuidado con esto, remeros.
ESCENA TERCERA
EROTIO, MENECMO II, MESENIÓN
ER.— (Saliendo de su casa y hablando con Cilindro, que está dentro.) Deja la puerta así, quita, no quiero que se cierre; tú dentro prepara, atiende y mira que se haga todo lo necesario; (a otros esclavos) preparad los divanes, encended los perfumes; [354-355] el buen aderezo es un halago para los enamorados. Un ambiente agradable les trae a ellos la perdición, pero a nosotras provecho. Pero ¿dónde está ese que decía el cocinero que estaba aquí a la puerta? Ah, ya lo veo, Menecmo,
una persona que es para mí de tanta utilidad y provecho. Y, la verdad, yo por mi parte procedo también con él como se merece, él es el primero en nuestra casa; voy a acercarme y a hablarle. [360] Tú, mi vida, se me hace muy raro verte ahí fuera, estando mis puertas abiertas para ti y siendo así que esta casa es más tuya que la tuya propia. Todo está preparado tal como dijiste y según [365] tus deseos, no se te hará esperar ahí dentro; [367-368] el almuerzo está listo, tal como dijiste: cuando gustes, podemos ponernos a la mesa.
MEN.— ¿Con quién habla esta mujer?
ER.— Pues contigo.
[370] MEN.— ¿Y qué he tenido yo que ver contigo ni ahora ni nunca’?
ER.— Venus es quien me impulsa a tenerte a ti en más estima que a ningún otro y de verdad que no sin motivo por tu parte, que te juro que es por tu generosidad que me encuentro en tan floreciente situación.
MEN.— Desde luego, Mesenión, esta mujer está o loca o bebida. ¡Mira que hablar así con esa familiaridad a un hombre desconocido!
[375] MES.— ¿No te dije yo que aquí solían ocurrir cosas de esa calaña? Ahora son hojas las que caen. Deja que estemos aquí un par de días, entonces serán árboles los que caigan encima de ti; porque así son aquí las golfas, nada más que sacadineros. Pero espera, que hable con ella. Eh, tú, joven.
ER.— ¿Qué es lo que quieres?
MES.— ¿Dónde has conocido tú a éste?
[380] ER.— En el mismo lugar en que él a mí, hace ya tiempo: en Epidamno.
MES.— ¿En Epidamno? Si él no ha puesto nunca jamás un pie en esta ciudad antes de hoy.
ER.— ¡Ay, tú estás de bromas! Querido Menecmo, por favor, ¿por qué no entras? Allí estarás mejor.
MEN.— Esta mujer me llama por mi nombre. No salgo de mi asombro de qué es lo que pasa.
[385] MES.— Ésa se ha olido la bolsa esa que llevas.
MEN.— Desde luego, caray, que tienes razón en avisarme; tómala pues; así podré saber si es que me quiere más a mí o a la bolsa.
ER.— Vamos a entrar, para que comamos.
MEN.— Muy amable de tu parte, pero muchas gracias.
ER.— Entonces, ¿por qué me has hecho antes preparar un almuerzo?
MEN.— ¿Que yo te he hecho preparar un almuerzo?
ER.— Naturalmente, para ti y para tu parásito.
[390] MEN.— Pero qué parásito, ¡maldición! Esta mujer no está, desde luego, en sus cabales.
ER.— Para Cepillo.
MEN.— Pero ¿quién es ese Cepillo?, ¿el cepillo para limpiar los zapatos?
ER.— Pues el Cepillo que vino antes contigo, cuando me trajiste el mantón que habías quitado a tu mujer.
MEN.— ¿Qué dices?, ¿que yo te he dado un mantón que he quitado a mi mujer? [395] ¿Estás en tu juicio? Desde luego, esta mujer sueña de pie, como los jamelgos.
ER.— ¿Qué gusto puedes encontrar en burlarte de mí y en negarme que las cosas son como son?
MEN.— Dime qué es lo que te niego que haya hecho yo.
ER.— Que me has dado hoy un mantón de tu mujer.
MEN.— Y lo sigo negando ahora. Yo ni he tenido nunca mujer, ni la tengo, [400] ni he puesto los pies aquí a este lado de la puerta de la ciudad en todos los días de mi vida. Yo he almorzado en el barco, de allí he venido aquí y ahora me he encontrado contigo.
ER.— ¡Mira que estoy perdida, desgraciada de mí! ¿Qué barco es ese que me cuentas?
MEN.— Un barco de madera, cien veces recompuesto, cien veces claveteado, cien veces martilleado; como en un taller de peletero, igual allí, una estaca junto a la otra.
[405] ER.— Por favor, déjate ya de bromas y entra en casa conmigo.
MEN.— Yo creo, mujer, que es a quien sea a quien buscas, pero no a mí.
ER.— ¿Pues no te conozco yo a ti, Menecmo, hijo de Mosco, nacido, según se dice, en Sicilia, en Siracusa, [409-410] donde reinó en tiempos el rey Agatocles y después Fintias, al que sucedió.
MEN.— No es falso, mujer, lo que dices.
MES.— ¡Diablos!, ¿es quizá esta mujer de allí? Porque es que te conoce a la perfección.
[414-415] MEN.— Yo creo que no es posible rehusar su invitación.
MES.— No lo hagas, estás perdido si traspasas el umbral.
MEN.— Venga, tú a callar; la cosa se presenta bien; le diré a todo que si, a ver si así puedo conseguir albergue. (A Erotio.) [419-420] Mujer, te estaba llevando la contraria no sin motivo: tenía miedo de éste, no fuera a irle contando a mi mujer lo del mantón y lo del almuerzo. Ahora, puesto que así lo quieres, vamos dentro.
ER.— ¿No esperas a tu gorrón?
MEN.— Ni le espero ni me importa él un pelo, ni, si viene, quiero que se le haga pasar.
[425] ER.— Te juro que, por mí, con mucho gusto. Pero ¿sabes lo que quería pedirte que me hicieras?
MEN.— No tienes más que mandar.
ER.— Que el mantón que me diste antes, que lo lleves al bordador para que lo repase y le ponga algunos adornos más que quiero.
MEN.— Caray, muy bien pensado: así no podrá ser reconocido, que no se dé cuenta mi mujer que lo tienes tú si te lo ve por la calle.
[430] ER.— Entonces, te lo llevas luego cuando te vayas.
MEN.— Estupendo.
ER.— Vamos dentro.
MEN.— Ahora mismo; un momento, que quiero decirle todavía una cosa a éste. [432-433] ¡Eh, Mesenión, ven aquí!
MES.— ¿Qué hay?
MES.— ¿Por qué?
MEN.— Porque sí. Yo sé lo que vas a decir de mí.
MES.— Tanto peor.
[435] MEN.— El botín está en mi mano; en menuda empresa me he metido. Vete lo más deprisa que puedas, lleva a éstos en seguida a una posada. Antes de la puesta del sol vienes a buscarme aquí.
MES.— Amo, tú no conoces a esa clase de golfas.
MEN.— Calla, digo ***; yo sufriré las consecuencias, no tú, si hago alguna tontería. [440] Esta mujer es una necia y una insensata; por lo que me he podido dar cuenta hasta ahora, vamos a sacar buen botín de aquí. (Entra en casa de Erotio.)
MES.— ¡Ay de mí!, ¿te vas? Éste está perdido pero que a base de bien; un barco pirata arrastra al nuestro a la ruina. Pero, necio de mí, pretender sujetar a quien es mi amo; él me compró para que obedeciera sus órdenes y no para que se las diera yo a él. (A los marineros.) [445] ¡Venir conmigo ahora, que pueda volver luego a tiempo como me ha ordenado! (Se marchan.)
ACTO III
ESCENA PRIMERA
CEPILLO
CE.— Con más de treinta años que tengo, jamás en todo ese tiempo he cometido una fechoría peor ni más funesta que hoy, por meterme, desgraciado de mí, en medio de la asamblea. Mientras que estoy allí bostezando, va y se escabulle Menecmo y se larga a casa de su amiga, [450] digo yo, sin quererme llevar con él. Los dioses todos confundan al que inventó las asambleas, que no son más que una ocupación para gente que está ya ocupada. ¿No hubiera sido mejor escoger para una cosa así a personas que no tienen maldita la cosa que hacer y que, en el caso de que no se presentaran a la convocatoria, que se les confiscaran los bienes? [455] Hay de sobra gente que no toma más que una comida al día, que no tiene absolutamente nada que hacer, que ni son invitados ni invitan ellos a nadie a comer: ésos son los que deben de ocuparse con las asambleas y los comicios. [460] Si así fuera, no hubiera perdido yo hoy un almuerzo, que estoy tan seguro que se me quería dar como que estoy aún en este mundo. Vamos allá; todavía me consuela la esperanza de las sobras. Pero ¿qué ven mis ojos? Menecmo que sale con una corona de flores a la cabeza; se ha levantado la mesa, o sea que vengo a buscarle a tiempo. [465] Voy a observar qué es lo que hace, después me acerco y le hablo.
ESCENA SEGUNDA
MENECMO II, CEPILLO
MEN.— (A Erotio dentro de la casa.) Tú tranquila, que yo te traeré hoy el mantón a su debido tiempo después de que lo dejen arreglado a pedir de boca. Ya verás cómo no te va a parecer el mismo, no va a haber quién lo conozca.
CE.— Lleva el mantón al bordador después de haberse tragado el almuerzo, [470] haberse bebido el vino y haber dejado al parásito de patitas en la calle. Te juro que o no me llamo Cepillo o no voy a dejar sin una buena venganza a mi persona y la afrenta que se me ha hecho. Verás la que se va a ganar.
[473-474] MEN.— (Sin ver a Cepillo.) ¡Dioses inmortales! [475] ¿A quién habéis concedido jamás en un solo día tantos bienes sin haberlos esperado? ¡He comido, he bebido puesto a la mesa con la fulana, me llevo el mantón, que no volverán a ver sus ojos de hoy en adelante en todos los días de su vida!
CE.— No puedo así a escondidas enterarme de lo que dice; ¿habla quizá, después de harto, de mí y de la parte que me corresponde?
[480] MEN.— Dice que yo le he dado el mantón y que se lo he quitado a mi mujer. Cuando me apercibí de que estaba confundida, en seguida, como si tuviera yo algo que ver con ella, me pongo a decirle a todo que sí; todo lo que me decía ella, yo a decir lo mismo. [485] Resumiendo: nunca jamás me lo he pasado mejor con menos gastos.
CE.— Voy a abordarle, porque no puedo contenerme de armarle una escena.
MEN.— ¿Quién es ese que viene a mi encuentro?
CE,— ¿Qué te parece, veleta, malvado, sinvergüenza, canalla, traidor, escoria de la humanidad? [490] ¿Qué es lo que te he hecho para que me perdieras? ¡Qué bien has sabido escabullirte en el foro! Has dado fin al almuerzo en mi ausencia: ¿cómo te has atrevido, teniendo yo los mismos derechos que tú a disfrutarlo?
MEN.— Un momento, joven, por favor, ¿qué hay entre nosotros [495] para insultarme en esa forma sin conocerme ni tener motivo para ello?, ¿es que quieres cobrar a cambio de tus insultos?
CE.— ¿Yo cobrar otra vez después de lo que me has hecho ya tener cobrado?
MEN.— Contéstame, joven, por favor, ¿cómo te llamas?
CE.— ¿Te burlas encima, como si no supieras mi nombre?
[500] MEN.— Que yo sepa, te juro que no te he visto jamás hasta ahora, ni te conozco; pero lo que es seguro es que, seas quien seas, harías bien en no importunarme.
CE.— ¡Menecmo, despierta!
MEN.— Despierto estoy, demonio, que yo sepa.
CE.— ¿No me conoces?
MEN.— Si te conociera, no diría que no te conozco.
[505] CE.— ¿No conoces a tu gorrón?
MEN.— Joven, según veo, no estás bien de la cabeza.
CE.— Contéstame, ¿no le has quitado hoy ese mantón a tu mujer y se lo has dado a Erotio?
[510] MEN.— Diablos, yo ni tengo mujer, ni le he dado el mantón a Erotio, ni se lo he quitado a nadie.
CE.— ¿Estás en tu juicio? No hay nada que hacer. ¿No te he visto yo salir de tu casa con el mantón puesto?
MEN.— ¡Ay de ti!, ¿porque tú seas un marica, piensas que lo son todos?, [514-515] ¿dices que yo llevaba puesto el mantón?
CE.— Sí lo digo, demonio.
MEN.— Anda, lárgate adonde te mereces o ve a que te hagan un exorcismo, que estás loco de atar.
CE.— Te juro que no podrá nadie conseguir de mí que no le cuente a tu mujer punto por punto todo tal como ha sido; todas esas ignominias tuyas van a caer ahora sobre ti; [520] ya verás cómo no te has comido el almuerzo solo impunemente. (Entra en casa de Menecmo 1.)
MEN.— Yo no sé qué es lo que aquí ocurre: ¿pues no ha de tomarme el pelo todo aquel con el que topo? Pero suena la puerta.
ESCENA III
UNA ESCLAVA, MENECMO II
ES.— Menecmo, Erotio dice que te quedaría muy agradecida [525] si llevas esta ajorca también al mismo tiempo al joyero y que le añadan una onza de oro y que la arreglen toda.
MEN.— Dile que yo me encargaré de ello, y si quiere que le haga algún otro recado, lo mismo, todo lo que ella quiera.
[530] ES.— ¿Es que no sabes qué ajorca es ésta?
MEN.— No sé más que que es de oro.
ES.— Es aquella que dijiste que se la habías quitado de un armario a tu mujer a escondidas.
MEN.— ¿Yo? Nunca jamás.
ES.— Bueno, ¿es que no te acuerdas? Dámela entonces, si es que no te acuerdas.
[535] MEN.— Un momento, sí que me acuerdo, sí, claro, ésta es la ajorca que le di. Pero ¿dónde están los brazaletes aquellos que le di al mismo tiempo?
ES.— Brazaletes no le has dado ninguno.
MEN.— Pues te juro que se los di al mismo tiempo que esto.
ES.— ¿Le digo que le haces su encargo?
[540] MEN.— Dile que sí; yo me encargaré de que se le traigan juntos el mantón y la ajorca.
ES.— Ay, Menecmo mío de mi alma, anda, encárgame unos pendientes de cuatro dracmas de peso, unos colgantes de bolitas, que me alegre yo de verte cuando vengas a nuestra casa.
MEN.— De acuerdo: venga el oro, yo pagaré la hechura.
ES.— Pon tú el oro, ¿quieres? Yo te lo devuelvo después.
[545] MEN.— No, dámelo tú, yo te devuelvo después el doble.
ES.— Pero si no lo tengo.
MEN.— Entonces, cuando lo tengas, me lo das.
ES.— ¿Algo más?
MEN.— Dile que yo me encargaré… de vender todo esto lo más pronto posible y al precio que se pueda. ¿Entró ya? Ya entró [550], se fue, cerró la puerta. Los dioses todos me protegen, me favorecen, me aman. Pero ¿por qué me tardo, mientras tengo tiempo y ocasión, de huir de estos rufianescos lugares? Aprisa, Menecmo, muévete, adelante. [555] Me quitaré la corona y la tiraré aquí por la izquierda, para que, en el caso de que me sigan, crean que me he ido por esta parte. Voy a ver si puedo encontrar a mi esclavo, que se entere de los bienes con que me regalan los dioses. (Se va por la derecha.)
ACTO IV
ESCENA PRIMERA
LA MUJER DE MENECMO I, CEPILLO
[560] MU.— (Saliendo de casa con Cepillo.) ¿Que voy yo a aguantar aquí de casada más engaños, mientras que mi marido desvalija a escondidas la casa y se lo lleva todo a su amiga?
CE.— Calla, ya verás cómo lo coges con las manos en la masa; ven conmigo por aquí. Él iba bebido con una corona de flores a la cabeza y con el mantón que te quitó en la mano, camino del bordador. [565] Pero mira, ahí está la corona que llevaba: ¿es mentira lo que te dije? ¿Ves? por ahí se ha ido, si es que quieres seguirle los pasos. Pero hele aquí, caray, qué a propósito aparece de vuelta; pero el mantón no lo trae.
MU.— ¿Y qué hago yo con él ahora?
CE.— Lo mismo que siempre: fastidiarle, ésa es mi opinión. [570] Ven, retírate un poco hacia aquí; obsérvale sin que él se dé cuenta.
ESCENA SEGUNDA
MENECMO I, CEPILLO, MUJER DE MENECMO
MEN.— ¡Qué manía tan necia y tan antipática tenemos, sobre todo la gente de la clase alta! Todos se empeñan en tener muchos clientes; si son buenos o malos, eso les trae sin cuidado; el dinero de los clientes es lo que les interesa más, que no el crédito de que gozan. [575] Si el cliente es pobre pero honrado, no cuenta para nada; si es rico pero un sinvergüenza, ése es un cliente aceptable. [580] Y la verdad es que las personas para las que no significan nada las leyes ni la justicia y el bien, ocasionan muchos quebraderos de cabeza a sus patronos. Afirman que no se les ha dado lo que se les ha dado, no piensan más que en pendencias, son rapaces, impostores, gente que ha hecho su fortuna por la usura o el perjurio; [584ª] no tienen en la cabeza más que reyertas; [585] cuando se les cita ante los tribunales, se cita en realidad al mismo tiempo a sus patronos, puesto que tenemos que hablar en defensa de sus barrabasadas: en la asamblea del pueblo, o ante el pretor, o ante un árbitro. Es lo que me ha pasado hoy a mí, que no me ha dejado en paz un cliente, de modo que no me ha sido posible hacer lo que quería ni con quien quería, de tal forma me ha detenido y retenido. [590] He tenido que defenderle ante los ediles por sus muchas y malas faenas, he propuesto condiciones complicadas y difíciles: yo había dicho en mi discurso más y menos de lo que era preciso decir, para que se llegara a un compromiso bajo garantía, pero no se le dejó ir antes de darla. Yo no he visto en mi vida una persona cuyos delitos estuvieran más a las claras: había tres [595] testigos implacables, que daban fe de todas sus maldades. Los dioses todos le confundan, [596] a él por haberme echado a perder el día, y a mí también, [597] por habérseme ocurrido poner hoy los pies en el foro. Me he fastidiado un día fantástico: [598] había hecho preparar un almuerzo, mi amiga me está esperando, seguro. En cuanto que me fue posible, [599] me faltó tiempo para marcharme del foro. [600] Ahora seguro que está enfadada conmigo; bueno, el mantón que le di la calmará, que se lo quité a mi mujer [601] y se lo llevé aquí a Erotio.
CE.— (A la mujer de Menecmo.) ¿Qué dices tú?
MU.— Que estoy mal casada con un mal hombre.
CE.— ¿Te estás dando cuenta de las cosas que dice?
MU.— Y tanto.
MEN.— Creo que lo más prudente sería irme a casa de Erotio, que allí me lo pasaré bien.
CE.— (A Menecmo.) ¡Un momento! Creo más bien que te lo vas a pasar mal.
MU.— Te aseguro que te va a costar caro el haberme quitado el mantón.
CE.— ¡Muy bien está eso!
[605] MU.— ¿Te creías tú que ibas a poder hacer a escondidas esas vilezas?
MEN.— Pero ¿de qué se trata, querida?
MU.— ¿A mí me lo preguntas?
MEN.— ¿Quieres que se lo pregunte a éste?
MU.— ¡Quita, déjate de carantoñas! (Rechazándole.)
CE.— (A la mujer.) ¡Sigue, sigue!
MEN.— ¿Por qué me pones tan mala cara?
MU.— Bien lo sabes tú.
CE.— Lo sabe, pero hace como que no lo sabe, el muy fresco.
MEN.— ¿De qué se trata, pues?
MU.— Un mantón.
MEN.— ¿Un mantón?
MU.— Sí, mi mantón, que quien sea…
CE.— ¿Por qué tiemblas?
[610] MEN.— Yo no tiemblo.
CE.— No, es sólo que los colores del mantón te ponen descolorido. Hale, no haberte comido el almuerzo a espaldas mías; (a la mujer) venga, sigue.
MEN.— ¡Calla tú!
CE.— No me callo, maldición. ¡Me está haciendo señas de que me calle!
MEN.— ¡Maldición, yo no te hago señas ni guiños de ninguna clase!
MU.— ¡Ay, qué desgraciada soy!
MEN.— ¿Por qué eres desgraciada? Anda, explícamelo.
[615] CE.— No he visto jamás un descaro tal: se empeña en negar lo que estás viendo con los ojos de la cara.
MEN.— Querida, por Júpiter y los dioses todos te juro (a ver si esto te basta) que yo no le he hecho seña ninguna a éste.
CE.— Eso ya te lo creo; vuelve a lo otro.
MEN.— ¿A dónde voy a volver?
CE.— Pues digo yo que al bordador; y te traes el mantón.
MEN.— Pero ¿qué mantón es ése?
CE.— Yo ya me callo, si ésta no se acuerda de sus propias cosas.
[620] MEN.— ¿Es que se ha portado mal alguno de los esclavos?,¿se han puesto las esclavas o los esclavos respondones? Dímelo, no quedarán sin castigo.
MU.— No estás diciendo más que tonterías.
MEN.— Estás muy mal encarada. No me gusta eso…
MU.— ¡Tonterías!
MEN.— Seguro que es que estás disgustada con alguien en casa.
MU.— ¡Tonterías!
MEN.— No será conmigo con quien estás disgustada.
MU.— Ahora no son tonterías.
[625] MEN.— Te juro que yo no he hecho nada que no debiera.
MU.— Mira, otra vez tonterías.
MEN.— Dime, querida, ¿qué es lo que te apena?
CE.— ¡Mira qué majo, qué carantoñas te hace!
MEN.— ¿Quieres hacer el favor de dejarme en paz?, ¿estoy yo acaso hablando contigo?
MU,— (A Menecmo, dándole un mandoble.) ¡Quita!
CE.— ¡Así se hace! Anda, apresúrate a comerte el almuerzo sin mí, y después, borracho y con una corona de flores a la cabeza, venga, búrlate de mí.
[630] MEN.— Demonio, ni yo he almorzado hoy ni he puesto un pie en esa casa.
CE.— ¿Te atreves a decir que no?
MEN.— Sí, digo que no, maldición.
CE.— ¡Qué desvergüenza de hombre! ¿No te acabo yo de ver con una corona de flores ahí delante de la casa, y decías que yo no estoy bien de la cabeza y que no me conocías y que eras forastero?
[635] MEN.— ¡Pero si después que nos separamos es ahora cuando acabo de volver a casa!
CE.— Yo te conozco bien. Tú no creías que yo tuviera medios para vengarme de ti. Ja, se lo he contado todo a tu mujer.
MEN.— ¿Qué es lo que le has contado?
CE.— No lo sé, pregúntaselo a ella.
MEN.— ¿Qué es esto, esposa mía?, ¿qué es lo que te ha contado éste?, ¿qué es?, ¿por qué te
callas?, ¿por qué no dices qué es?
[639ª] MU.— Como si no lo supieras tú; me ha desaparecido de casa un mantón.
MEN.— ¿Que te ha desaparecido un mantón?
[640] MU.— ¿Me lo preguntas encima?
MEN.— Diablos, no te lo preguntaría si lo supiera.
CE.— ¡Cómo disimula el muy sinvergüenza! No puedes ocultarlo; lo sabe todo de pe a pa; yo se lo he contado punto por punto.
MEN.— ¿El qué?
MU.— Como no tienes vergüenza ni quieres confesar tú mismo por tu voluntad, oye y atiende, verás si no vas a saber ahora por qué estoy enfadada y lo que éste me ha dicho: [645] me ha sido robado en casa un mantón.
MEN.— ¿Que me han robado un mantón a mí?
CE.— (A la mujer.) ¿Ves cómo quiere cogerte? A ella se lo han quitado, no a ti, porque, desde luego, si hubiera sido a ti a quien se lo hubieran quitado, no estaría ahora a buen recaudo donde yo me sé.
MEN.— Yo no estoy hablando contigo. A ver, tú, qué es lo que dices.
MU.— Un mantón, digo, me ha desaparecido de casa.
MEN.— ¿Quién te lo ha quitado?
MU.— Pues eso lo debe saber el que se lo llevó.
[650] MEN.— ¿Y quién es ése?
MU.— Un cierto Menecmo.
MEN.— ¡Pero bueno, qué canallada! Y ¿quién es ese Menecmo?
MU.— Tú, digo.
MEN.— ¿Yo?
MU.— Tú.
MEN.— ¿Quién me acusa?
MU.— Yo.
Tito Macio Plauto L o s d o s M e n e c m o s 18
CE.— Y yo también. Además se lo has llevado a tu amiga Erotio.
MEN.— ¿Que yo se lo he dado?
MU.— Tú, tu en persona, digo.
CE.— ¿Quieres acaso que te traigamos aquí una lechuza para que te diga sin parar «tú tú tú»? Porque nosotros ya estamos hartos de repetirlo.
[655] MEN.— Por Júpiter y los dioses todos te juro que no se lo he dado…, a ver si eso te basta.
CE.— Y nosotros juramos que no decimos más que la verdad.
MEN.— Pero es que no se lo he regalado, sino que se lo di para que lo usara.
MU.— Oye, yo no le doy a nadie tu clámide o tu capa para que se la ponga. [660] Los vestidos de las mujeres debe prestarlos la mujer y los de los hombres, el hombre. ¿Por qué no me devuelves el mantón?
MEN.— Yo veré de que se te devuelva.
MU.— Será en interés tuyo el hacerlo; porque no pondrás los pies en casa a no ser que vengas mantón en mano. Me voy a casa.
CE.— ¿Qué recompensa voy a recibir por los servicios prestados?
MU.— Cuando te desaparezca algo de tu casa, se te devolverá el favor. (Entra en casa.)
[665] CE.— ¡Bien está!, eso es lo mismo que nunca, porque yo no tengo en casa nada que perder. Los dioses os confundan al marido y a la mujer. Me voy a toda prisa al foro, que aquí en esta casa no hay ya desde luego sitio para mí. (Se va.)
MEN.— Ja, mi mujer se cree que me hace daño dejándome en la calle; como si no tuviera otro sitio mejor donde acogerme. [670] Si tú no estás contenta conmigo, habrá que resignarse; pero aquí Erotio lo estará, y ella no me dará con la puerta en las narices, sino que la cerrará detrás de mí una vez dentro. Ahora voy y le diré que me devuelva el mantón que le di antes; yo le compraré otro mejor. ¡Eh! ¿No hay nadie a la puerta? ¡Abrid y decirle a Erotio que salga!
ESCENA TERCERA
EROTIO, MENECMO I
[675] ER.— ¿Quién me busca?
MEN.— Quien te quiere mejor a ti que a sí mismo.
ER.— Ah, mi querido Menecmo, ¿por qué te quedas ahí a la puerta? ¡Pasa!
MEN.— Espera. ¿Sabes a lo que vengo?
ER.— Sí, a disfrutar de mi compañía.
MEN.— No, verás, mi mantón ese, perdona, pero ese que te di antes, quiero que me lo devuelvas. [680] Mi mujer se ha enterado de todo punto por punto. Yo te compraré a cambio otro el doble de caro, el que tú quieras.
ER.— Pero si te lo acabo de dar ahora para que lo llevaras al bordador, y la ajorca, para que la llevaras al joyero que la reformara.
MEN.— ¿Que tú me has dado el mantón y una ajorca? Imposible. Porque yo, después que te di el mantón, me fui al foro y vuelvo ahora, [685] y no te he visto más hasta ahora después de marcharme.
ER.— Te estoy viendo las intenciones: estás buscando el medio de birlarme lo que te entregué.
MEN.— Te aseguro que no te lo pido para quitarte nada, sino te digo que es que mi mujer se ha enterado.
ER.— No he sido yo la que te ha pedido que me lo dieras, tú mismo eres quien me lo trajiste y me lo regalaste. [690] Ahora vienes y me lo reclamas; me aguantaré. Llévatelo, póntelo tú o tu mujer, o guárdalo, si quieres, en un armario; tú a partir de hoy no volverás a poner los pies en mi casa, para que no te llames a engaño. Puesto que, portándome lo bien que me porto contigo, no hago más que recibir desdenes de tu parte, ya sabes, a no ser que traigas dinero contante y sonante, te equivocas, a mí no me tendrás. [695] Anda, ve y encuentra otra de la que puedas burlarte. (Entra y cierra la puerta.)
MEN.— ¡Pero bueno, qué exageración, ponerse tan furiosa! ¡Tú, espera te digo, vuelve para ahí! ¿No quieres volver a salir en atención a mí? Se metió, ha cerrado la puerta; ahora estoy más fuera que fuera: ni en la casa propia ni en la de mi amiga se me hace caso alguno. Voy a buscar a mis amigos a consultarles [700] cuál es el partido que en su opinión debo tomar.
ACTO IV
ESCENA PRIMERA
MENECMO II, LA MUJER DE MENECMO 1
MEN.— (Con el mantón en la mano.) Buena necedad hice con darle a Mesenión la bolsa con el dinero; ése se ha metido, seguro, en algún tabernucho.
MU.— Voy a mirar a ver cuándo vuelve mi marido a casa. [705] ¡Ah, ahí está! Estoy salvada, trae el mantón.
MEN.— No me explico por dónde puede andar Mesenión.
MU.— Voy a acercarme a hacerle el recibimiento que se merece. ¿No te da vergüenza presentarte ante mí en esa forma, canalla?
[710] MEN.— ¿Qué pasa, qué clase de locura te ha entrado, mujer?
MU.— Sinvergüenza, ¿te atreves siquiera a decir una palabra ni a hablar conmigo?
MEN.— Pero ¿qué crimen he cometido para no atreverme a hablar?
MU.— ¿Todavía me lo preguntas? ¡Qué desvergüenza y qué atrevimiento!
[715] MEN.— ¿No sabes tú, mujer, por qué los griegos decían que Hécuba era un perro?
MU.— No lo sé, no.
MEN.— Pues porque hacía lo que tú haces ahora: se ponía a decir toda clase de insultos a cualquier persona que veía; por eso la comenzaron a llamar «perra» y con razón.
[720] MU.— Yo no puedo soportar unas injurias tales. Prefiero pasarme la vida en soledad que no tener que aguantar esas injurias que me haces.
MEN.— ¿Y qué tengo yo que ver con eso de si puedes aguantar el estar casada o si vas a abandonar a tu marido? ¿Es que es costumbre aquí el venir con esas historias a un forastero?
[725] MU.— ¿Cómo historias? Yo no aguanto más, digo; prefiero vivir sola que tener que soportar tus modales.
MEN.— Lo que es por mí, te juro que puedes vivir sola hasta el fin del reinado de Júpiter.
[730] MU.— Antes me decías que no me lo habías quitado, y ahora tienes ahí el mantón delante de mi vista: ¿no te da vergüenza?
MEN.— ¡Está bien, caramba! Mujer, eres muy descarada y muy mala. ¿Te atreves a decir que yo te he quitado este mantón, que me ha entregado a mí otra mujer para que lo llevara a arreglar?
MU.— Desde luego, te aseguro que… ahora voy y llamo a mi padre y le cuento las maldades que haces. [735] Deción, ve a buscar a mi padre, dile que venga contigo aquí; dile que la situación lo exige. Ya le contaré yo todas esas maldades tuyas.
MEN.— ¿Estás en tu juicio?, ¿qué maldades?
[740] MU.— Un mantón y joyas mías, se las quitas de casa a tu mujer y se las llevas a tu amiga: ¿es que no es acaso verdad lo que digo?
MEN.— Diablos, mujer, si lo sabes, indícame qué bebedizo puedo tomarme para que pueda aguantar tu frescura. Yo no sé por quién me tomas; [745] lo que es yo, a ti te conozco tanto como a Portaón, por un decir.
MU.— De mí te puedes burlar, pero de él te juro que no, mi ladre, que viene ahí; vuélvete a verlo: ¿no lo conoces?
MEN.— Lo conozco lo mismo que al adivino Calcante: le he visto a él antes de ahora el mismísimo día que a ti.
[750] MU.— Pero ¿afirmas que no me conoces, que no conoces a mi padre?
MEN.— Te juro que lo mismo diría si es que traes aquí a tu abuelo.
MU.— Anda, que eres siempre el mismo.
ESCENA SEGUNDA
EL PADRE, LA MUJER DE MENECMO 1, MENECMO II
PA.— Según me lo permite mi edad y tal como lo exigen las circunstancias, iré avanzando y me daré prisa por seguir adelante. [755] Pero no se me oculta que esto no es para mí cosa fácil; cargado de años, el cuerpo me pesa, las fuerzas me han abandonado: ¡qué cosa tan mala es la vejez! Es igual que una mala mercancía; es una secuela interminable de calamidades las que trae consigo al venir, [760] no acabaría nunca si las quisiera numerar todas. Pero una cosa me produce una honda preocupación: cuál es el motivo por el que me hace venir mi hija así tan de repente, sin darme razón de qué se trata, qué es lo que quiere. [764ª] ¿Por qué me hace venir? Aunque en sí me puedo figurar más o menos qué es lo que pasa. [765] Seguro que es que tiene algún disgusto con el marido, porque eso suele ocurrir muchas veces a esas mujeres que se empeñan en tenerlos esclavizados, se envalentonan con la dote, se ponen insoportables. Lo que ocurre es que ellos, los maridos, no están tampoco muchas veces libres de culpa. Y es que hay ciertos límites en lo que debe aguantar una mujer; [770] por otra parte, bien es verdad que una hija no hace venir a su padre si no es por motivo de algún delito o de una pelea. Bueno, ya me enteraré de todo, sea lo que sea. [773-774] Pero ahí está ella a la puerta, y veo también a su marido, que está muy enfurruñado. [775] Es, seguro, lo que sospechaba; voy a hablarle.
MU.— Voy al encuentro de mi padre. Muy buenos días, padre.
PA.— Buenos días, ¿va todo bien? No es que me llames porque pase algo, ¿no?, ¿por qué estás tan cariacontecida?, ¿qué hace ahí el otro aparte con esa cara de pocos amigos? Alguna pelea habéis tenido entre los dos. Dime quién es el que tiene la culpa, brevemente, nada de largos discursos.
[780] MU.— Yo no he hecho absolutamente nada, padre, te lo aviso con antelación, pero no puedo vivir ni aguantar más aquí de ninguna manera, o sea que, por favor, sácame de esta casa.
PA.— ¿Pero qué es lo que ocurre?
MU.— Se burlan de mí, padre.
PA.— ¿Pero quién?
MU.— La persona a quien tú me entregaste, mi marido.
PA.— ¡Ya tenemos pelea! ¿Cuántas veces te avisé que anduvierais con ojo de no venirme con lamentaciones?
[785] MU.— ¿Y cómo puedo yo evitarlo, padre?
PA.— ¿A mí me vienes con esas preguntas?
[787-788] MU.— Si me lo permites.
PA.— ¿Cuántas veces te avisé que fueras sumisa a tu marido, que no anduvieras observando lo que hace, a dónde va, lo que trae entre manos?
[790] MU.— Pero si es que tiene trato con una fulana que vive aquí al lado.
PA.— Muy bien hecho, y con esos métodos que te traes, verás como seguirá aún más en ello.
MU.— Pero es que se va allí de copeo.
PA.— te crees tú que por tu cara bonita va a dejar de beber, sea allí, sea donde le dé la gana? ¡Maldición! ¿Qué descaro es ese, querer impedirle al mismo tiempo que acepte invitaciones a cenar y que reciba visitas en casa? [795] ¿Es que quieres tener a los hombres por esclavos? Pues no, que ya de paso, puestos a exigir, nada, le pones su tarea y le sientas entre tus esclavas a cardar la lana.
MU.— Según veo, padre, no te he traído de abogado para mí, sino para mi marido; estás a mi lado, pero es su causa la que defiendes.
[800] PA.— Si es que él ha cometido una falta, le acusaré a él mucho más que lo hago a ti ahora. Pero reflexiona, hija: puesto que no te faltan ni joyas ni vestidos, puesto que pone a tu disposición esclavas y una despensa bien abastada, es mejor, te digo, ponerse en razón.
MU.— Pero me quita las joyas y los mantones de mis arcas, me deja a mí limpia y les lleva mis cosas a escondidas a las fulanas.
[805] PA.— Él obra mal si hace lo que dices; si no lo hace, tú eres la que obra mal al acusar a quien no tiene culpa.
MU.— Pero, padre, si tiene ahí ahora mismo consigo un mantón y una ajorca, que se lo había llevado a la vecina, y ahora, porque sabe que me he enterado, lo vuelve a traer.
PA.— Ya me enteraré yo por él cómo son las cosas; voy a acercarme y a hablarle. Dime, Menecmo, qué es lo que hay entre vosotros, que yo lo sepa. [810] ¿Por qué estás tan mal encarado?, ¿por qué está enfadada ella y te ha dado la espalda?
MEN.— Quien quiera que seas y como quiera que te llames, anciano, pongo por testigos a Júpiter y a todos los dioses de que…
PA.— Pero ¿por qué motivos o de qué diablos?
MEN.— … de que yo ni he hecho mal alguno a esa mujer que me acusa de que yo le he quitado de su casa y me he llevado este mantón…
PA.— ¿Estás jurando?
[815-816] MEN.— … si yo he puesto jamás un pie en la casa donde vive esa mujer, consiento en ser el más desgraciado entre los desgraciados.
PA.— ¿Estás en tu juicio con echarte una maldición así o afirmando que no has puesto jamás un pie en la casa donde vives, loco, más que loco?
[820] MEN.— Pero entonces, tú, anciano, ¿dices que yo vivo en esa casa?
PA.— ¿Y tú lo niegas?
MEN.— Y tanto que lo niego, a fe mía.
PA.— Pues a fe mía que lo niegas en falso —a no ser que quieras decir que te has mudado esta noche de casa—; ven aquí, hija, a ver, dime: ¿es que os habéis mudado?
MU.— ¿Pero a dónde o por qué motivo?
PA.— No lo sé, te lo juro.
MU.— Ése se está burlando de ti, ¿no te das cuenta?
[825] PA.— En serio, Menecmo, basta ya de bromas. Ahora, a lo que estamos.
MEN.— ¿Quieres decirme, por favor, qué tengo yo que ver contigo?, ¿de dónde has salido o quién eres?, *** ¿qué es lo que te he hecho a ti o a esa mujer que no cesa de importunarme?
MU.— (A su padre.) ¿No ves cómo le verdean los ojos? Se le están poniendo lívidas las sienes y la frente, [829-830] mira cómo le centellean los ojos.
MEN.— (Aparte.) Creo que lo mejor que puedo hacer, ya que están diciendo que estoy loco, es figurar que lo estoy de verdad, para quitármelos de encima (se pone a gesticular).
MU.— ¡Cómo se despereza y se le abre la boca! ¿Qué hago ahora, padre?
PA.— Ven aquí, hija mía, aléjate de él lo más posible.
[835] MEN.— ¡Evohé, evohé, Baco! Me llamas al bosque a cazar ¿dónde? Yo escucho tu voz, pero no puedo salir de estos lugares, que por la izquierda me aguarda esta perra rabiosa, por detrás este cabrón, que ya tantas veces en su vida ha sido causa con sus falsos testimonios de la perdición de ciudadanos inocentes.
[840] PA.— ¡Ay de ti!
MEN.— He aquí que Apolo me ordena por medio de un oráculo que le queme los ojos a esa mujer con antorchas encendidas.
MU.— ¡Muerta soy, padre, me amenaza con quemarme los ojos.
MEN.— (Aparte.) ¡Ay de mí! Dicen que estoy loco, cuando son ellos los que lo están.
PA.— ¡Hija!
MU.— ¿Qué quieres?
PA.— ¿Qué hacemos? ¿Qué te parece si llamo a unos esclavos? [845] Voy a buscarlos, que lo cojan y lo aten en casa antes de que haga más disparates.
MEN.— (Aparte.) Ahora sí que estoy en un aprieto; si no me adelanto a encontrar una salida, éstos me cogen y me meten en su casa. (En voz alta.) Apolo, tú me prohíbes titubear en partirle la cara a puñetazos si no desaparece de mi vista en dirección a la horca; [850] estoy dispuesto a cumplir tus órdenes, Apolo.
PA.— Sal huyendo a casa a toda prisa, que no te mate a golpes.
MU.— Me voy; por favor, padre, estáte a la mira de que no se escape. ¡Ay de mí, qué mujer más desgraciada soy, tener que oír tales cosas! (Entra en casa.)
MEN.— (Aparte.) A ésta ya me la quité de encima; ahora voy a ver cómo me sacudo al viejo asqueroso este, con esas barbas, [855] ese Titono temblón, más canoso que un cisne. (En alto.) Apolo, tú me ordenas que con ese bastón que lleva le haga pedazos todos sus miembros y todos sus huesos.
PA.— Tendrás tu merecido si me tocas o te acercas a mí ni un paso más.
MEN.— Estoy dispuesto a ejecutar tus órdenes: cogeré un hacha de doble filo y le arrancaré las carnes a pedazos hasta los huesos.
[860] PA.— De verdad que debo ponerme en guardia y tener cuidado; me temo que me haga algún daño, a juzgar por sus amenazas.
MEN.— ¡No cesas en tus órdenes, Apolo! Ahora me mandas coger un tiro de indómitos y fogosos corceles y que suba al carro para atropellar a este león viejo, apestoso y desdentado. [865] Ya estoy en pie en el carro, ya tengo las riendas y el látigo en mis manos: ¡arre, caballos, que se oiga el repique de vuestras pezuñas, haced doblar en rápida carrera vuestras veloces patas!
PA.— ¿A mí me amenazas con un tiro de caballos?
MEN.— He aquí, Apolo, que de nuevo me das orden de atacar a ése y darle muerte (se adelanta y se para luego), pero [870] ¿quién es el que me coge por los cabellos y me arrebata el carro? Él revoca tu orden y tu mandato, Apolo.
PA.— ¡Santo cielo, qué enfermedad más dura y terrible! ¡Oh dioses, misericordia! ¡Qué horror de locura, con lo bien [873], que estaba hace nada! ¡Mira que haberle entrado tan de repente una enfermedad tan espantosa! Voy a buscar al médico y le [875] haré venir lo más rápido posible.
ESCENA TERCERA
MENECMO II, EL PADRE DE LA MUJER DE MENECMO 1
MÉD.— ¿Qué? ¡Mil suspiros voy a dar al día a fuerza de los cuidados con los que te lo voy a curar!
PA.— (Viendo venir a Menecmo 1.) Ah, mira, ahí está el enfermo; vamos a observar qué es lo que hace.
MEN.— Por favor, ¿han desaparecido al fin de mi vista quienes me obligan a la fuerza a que me haga el loco estando en mis cabales? Rápido, al barco mientras que aún me es posible sin mayor perjuicio. (Al público.) [879-880] Os ruego que si vuelve el viejo, no le digáis por dónde he cogido para largarme (se va).
PA.— Traigo los riñones molidos de tanto estar sentado, los ojos me duelen a fuerza de tanto mirar esperando al médico a que vuelva de su visita. Al fin ha venido el muy cargante a trancas y barrancas de su visita a los enfermos. [885] Pues no que dice que le ha entablillado una pierna a Esculapio, que se le había partido, y a Apolo un brazo; o sea que me pregunto yo si puedo decir que he llamado a un médico o a un restaurador. Pero mira, ahí viene. ¡A ver si aligeramos un poco esos pasitos de hormiga!
ESCENA CUARTA
MÉDICO, EL PADRE DE LA MUJER DE MENECMO I
MÉD.— ¿Qué es lo que decías que tenía? A ver, cuéntame, [890] ¿está poseso o embrujado?; infórmame, ¿padece de letargos o de hidropesía?
PA.— Pues precisamente para eso te he llamado, para que me lo digas tú y le cures.
MÉD.— Nada más fácil, quedará curado, te doy palabra de ello.
[895] PA.— Quiero que se le cure con toda clase de cuidados.
ESCENA QUINTA
MENECMO I, PADRE, MÉDICO
MEN.— (Sin ver a los otros.) Caramba, qué día hoy más atravesado y más a contrapelo. [900] Todo lo que pensaba hacer a escondidas, lo puso al descubierto el dichoso gorrón; me ha dejado corrido y aterrorizado; ni que fuera un Ulises, para ocasionar esa serie de males a su rey. Si tengo vida, le dejo yo a ése sin la suya. Pero necio de mí, que digo que es suya una vida que en realidad me pertenece a mí: [905] a mi cargo ha corrido su manutención; le voy a sacar el alma. Pues anda que la fulana esta de al lado no se ha quedado atrás, pero así son ellas, las golfas: le pido el mantón para devolvérselo a mi mujer y va y sale con que me lo ha entregado ya. ¡No está mal, caramba! Verdaderamente que soy un tipo malasuerte.
PA.— ¿No oyes lo que dice?
MÉD.— Sí, dice que es un malasuerte.
PA.— Anda, ve y háblale.
[910] MÉD.— Se te saluda, Menecmo. Oye ¿por qué llevas el brazo ahí al aire?, ¿es que no sabes que eso es muy malo para tu enfermedad?
MEN.— ¿Por qué no vas y te cuelgas?
PA.— (Al médico.) ¿Te das cuenta?
MÉD.— ¿Cómo no voy a darme cuenta? Esta enfermedad no se hice uno con ella ni con una tonelada de eléboro. ¡A ver, Menecmo!
MEN.— ¿Qué hay?
[915] MÉD.— Contéstame a lo que te pregunto, ¿bebes vino blanco o tinto?
MEN.— Vete al cuerno.
MÉD.— Huy, ya le va viniendo el ataque.
MEN.— ¿Por qué no me preguntas si como pan colorado o morado o amarillo, o si como aves con escamas o pescados con plumas?
[919-920] PA.— ¡Cielos! ¿No oyes los desvaríos que habla? ¿A qué esperas para darle alguna pócima antes de que se apodere de él la locura?
MÉD.— Espera un momento, que le voy a hacer todavía otras preguntas.
MEN.— Me matas con tu parlanchinería.
MÉD.— Contéstame a lo siguiente: ¿no tienes a veces la impresión como si se te endurecieran los ojos?
MEN.— ¿Cómo, imbécil, más que imbécil, es que te crees que soy una langosta?
[925] MÉD.— Dime, ¿no notas así a veces que te suenan los intestinos?
MEN.— Cuando estoy harto, no me suenan; si tengo hambre, sí que lo hacen.
MÉD.— Caray, esta contestación no es, desde luego, la de una persona loca. ¿Duermes de un tirón toda la noche hasta la mañana? ¿Coges pronto el sueño cuando te acuestas?
[929-930] MEN.— Duermo de un tirón si he pagado mis deudas. [931-933] ¡Júpiter y los dioses todos te confundan, preguntón!
MÉD.— (Al padre.) Ahora le viene la locura, mira lo que dice, ten cuidado.
[935] PA.— Pues sí, que en comparación de lo que ha dicho antes, habla ahora como un
Néstor… que es que antes dijo que su mujer era un perro rabioso.
MEN.— ¿Que yo he dicho eso?
PA.— Lo dijiste cuando te vino el ataque, digo.
MEN.— ¿Yo?
PA.— Sí, tú en persona, que me has amenazado también a mí con atropellarme con un tiro de cuatro caballos: [940] yo mismo soy testigo de todo lo que digo, yo mismo te acuso de ello.
MEN.— Pues yo sé que le has sustraído a Júpiter su sagrada corona y sé que por ese motivo te han metido en la cárcel y que, luego que te han sacado, te han dado de latigazos con el virote puesto al cuello; además sé que has matado a tu padre y vendido a tu madre. [945] ¿Estoy ahora en mis cabales y he correspondido como se merece a tus injurias?
PA.— (Al médico.) Por favor, yo te lo ruego, haz deprisa lo que vayas a hacer, ¿no estás viendo que está completamente loco?
MÉD.— ¿Sabes lo mejor que puedes hacer? Di que lo lleven a mi casa.
PA.— ¿Crees tú?
MÉD.— ¿Por qué no? Allí podré curarle a mis anchas.
PA.— Como quieras.
MÉD.— (A Menecmo I.) Tendrás que tomar eléboro unos [950] veinte días.
MEN.— Y yo te haré colgar y te acribillaré a aguijonazos durante treinta.
MÉD.— Ve y trae unos hombres que me lo lleven a casa.
PA.— ¿Cuántos hacen falta?
MÉD.— A juzgar por el grado de locura que veo que tiene, por lo menos cuatro.
PA.— Ahora mismo estarán aquí. Vigílale tú entre tanto.
[955] MÉD.— Mejor me marcho a casa para preparar las cosas necesarias. Tú da orden a los esclavos de que me lo traigan.
PA.— Ahora mismo lo tendrás allí.
MÉD.— Yo me marcho.
PA.— Hasta luego.
MEN.— Se fue mi suegro, se fue el médico, por fin estoy solo, ¡santo cielo!, ¿cuál puede ser el motivo por el que se empeña esta gente en que estoy loco? La verdad es que yo en mi vida he estado un solo día enfermo, [960] ni estoy loco ni me meto en disputas ni en querellas, cuerdo estoy y cuerdos veo a los demás, reconozco a las otras personas y hablo con ellas. ¿No será quizá que, mientras dicen que yo estoy loco, sean ellos quienes lo están? ¿Qué hacer ahora? Tengo ganas de irme a mi casa: mi mujer no me lo permite, ahí (la casa de Erotio) no me deja nadie pasar. [965] ¡Qué mal se me han puesto las cosas! Me quedaré aquí por lo pronto, a la noche espero que se me dejará al fin entrar en casa.
ESCENA SEXTA
MESENIÓN
MES.— La piedra de toque para un buen esclavo, es el ver si se ocupa de los intereses de su amo, mira y vela por ellos y se esfuerza en su ausencia por atenderlos con tanto celo como si el amo estuviera presente o aún mayor. [970] Para un sujeto de cordura deben ser las propias costillas más importantes que las tragaderas, y las piernas más que el estómago. Debe tener presente el pago que reciben de sus amos los malos siervos, los que son haraganes y desleales: [975] látigos, grillos, piedras de molino, fatiga, hambre, duro frío; eso es la recompensa de su mal comportamiento. Yo tengo un miedo muy grande de esos castigos, por eso he resuelto portarme bien y no mal, porque es que yo aguanto bien las órdenes, pero los látigos, los odio y prefiero cien veces comer el trigo molido que no tener yo que molerlo para los demás. [980] Por eso yo obedezco las órdenes de mi amo y las pongo por obra con exactitud y sumisión. Y me va bien así; los demás pueden ser como ellos tengan por conveniente, pero lo que es yo, no me saldré de lo que es mi deber; yo quiero vivir en ese temor y evitar toda culpa, de modo que esté siempre y en todo lugar a la disposición de mi amo; [983ª] los esclavos que, aun estando libres de culpa, son temerosos, ésos son provechosos a sus dueños. [983b] Porque los que no conocen ninguna clase de temor, tienen al fin que temer, si es que se han portado mal. Además, yo no tendré que sentir temor mucho tiempo: no está lejos el momento en el que mi amo me recompense mis servicios. [985] Yo sirvo de la forma que creo que es en interés de mis espaldas. Pues luego que instalé en la posada a los otros esclavos y el equipaje, tal como me había ordenado el amo, aquí estoy para recogerlo. Llamaré a la puerta, para que sepa que estoy aquí; a ver si le saco sano y salvo de este apostadero de salteadores. Pero me temo que llegue demasiado tarde, después de que haya terminado el combate.
ESCENA SÉPTIMA
EL PADRE DE LA MUJER DE MENECMO I, MENECMO I, MESENIÓN, ESCLAVOS
[990] PA.— (A los esclavos.) Por todos lo dioses y los hombres os aviso que miréis muy bien cómo ejecutáis la orden que os he dado y que os vuelvo a repetir ahora: coged a ese hombre en volandas y llevadlo a la consulta del médico, si es que os importan algo vuestras piernas o vuestras costillas; que ninguno haga el menor caso de sus amenazas. [995] ¿A qué esperáis?, ¿por qué vaciláis? Ya debíais de habéroslo cargado. Yo me voy a casa del médico; allí estaré cuando lleguéis.
MEN.— ¡Muerto soy!, ¿qué significa esto?, ¿por qué se abalanzan esos hombres sobre mí?, ¿qué es lo que queréis, qué es lo que buscáis?, ¿por qué me rodeáis?, ¿a dónde me arras [1000] ¿a dónde tiráis conmigo? ¡Estoy perdido, socorro, habitantes de Epidamno, ayudadme! ¿Por qué no me soltáis?
MES.— ¡Dioses inmortales! ¿Qué es lo que ven mis ojos? ¡Unos desconocidos se llevan ignominiosamente a mi amo en volandas!
MEN.— ¿No hay nadie que quiera ayudarme?
[1005] MES.— Yo, mi amo, con toda mi alma, qué villanía, epidamneses, llevarse así a mi amo en tiempos de paz, en pleno día, en medio de la calle, a un hombre forastero libre. ¡Soltadle!
MEN.— Yo te suplico, quienquiera que seas, que me prestes ayuda y no permitas que se corneta conmigo una violencia tan inaudita.
MES.— Yo te ayudaré y te defenderé y te socorreré sin ahorrar esfuerzos; [1010] jamás consentiré tu muerte, prefiero la mía. Sácale el ojo a ese que te sujeta por el hombro, amo, venga; a estos otros les voy a dejar yo la cara bien sembrada de puñetazos. Os juro que os va a costar biencaro llevároslo. ¡Soltadlo!
MEN.— A éste le tengo cogido un ojo.
[1015] MES.— Sácaselo. ¡Malvados, ladrones, bandidos! (golpeándolos).
ESCLAVOS.— ¡Muertos somos, misericordia!
MES.— ¡Soltadlo, pues!
MEN.— ¿Con qué derecho me ponéis la mano encima? ¡Péinalos bien a puñetazos!
MES.— ¡Hala, largo de aquí, a la horca con vosotros! ¡Toma tú!: por ser el último en irte, ahí tienes la recompensa. Bien les he tomado la medida de la cara y a placer. [1020] Caray, amo, qué a punto he venido para socorrerte.
MEN.— Los dioses te bendigan por siempre, joven, quienquiera que seas, que, si no es por ti, hubiera dejado de existir antes de la puesta del sol.
MES.— O sea, amo, que lo que debías de hacer es darme la libertad.
MEN.— ¿Que yo te dé la libertad?
MES.— Así es, amo, puesto que te he salvado la vida.
[1025] MEN.— Cómo, joven, tú estás en un error.
MES.— ¿Que estoy en un error?
MEN.— Yo te juro por el soberano Júpiter que no soy tu amo.
MES.— ¡Calla!
MEN.— Es la verdad lo que digo; nunca jamás ha hecho un esclavo conmigo lo que tú ahora.
MES.— Déjame, pues, ir libre, si dices que no soy tu esclavo.
MEN.— Por mí, sé libre y márchate a donde te plazca.
[1030] MES.— ¿Me das la libertad, entonces?
MEN.— Y tanto que te la doy, si es que yo tengo alguna jurisdicción sobre ti.
MES.— ¡Salud, patrón!; «me alegro de verte libre, Mesenión» (imitando las felicitaciones que espera recibir); os lo creo, qué caray. Pero, patrón mío, por favor, sigue dándome órdenes, lo mismo que en el tiempo que fui tu esclavo. Yo viviré en tu casa y, cuando te marches a la patria, me iré en tu compañía.
[1035] MEN.— Eso de ninguna manera.
MES.— Ahora voy a la posada y te traeré el equipaje y el dinero. La bolsa con los dineros para el viaje está bien precintada dentro de la maleta; yo te la traigo ahora.
MEN.— Date prisa.
MES.— Yo te la devolveré tal como me la diste. Espérame aquí. (Se va.)
MEN.— ¡Qué cosas tan extrañas me han ocurrido hoy!: [1040] unos dicen que no soy el que soy y me echan fuera; luego éste decía que era mi esclavo, que acabo ahora de darle la libertad; dice que me va a traer una bolsa con dinero; si es que me la trae, [1045] le diré que se marche libre a donde quiera, no sea que cuando recobre la razón, vaya y me la reclame. Mi suegro y el médico decían que estoy loco. No salgo de mi asombro de qué puede ser todo esto. No me parece sino que fuera todo un sueño. Voy ahora aquí a mi amiga, aunque está enfadada conmigo, a ver si puedo conseguir que
me dé el mantón para que lo lleve a casa.
ESCENA OCTAVA
MENECMO II, MESENIÓN
[1050] MEN.— (Viniendo del lado del puerto.) ¿Te atreves, sinvergüenza, a decir que yo te he vuelto a ver después de que te dije que vinieras a buscarme aquí?
MES.— Pero si hasta te he salvado de cuatro hombres que te llevaban en volandas aquí delante de esta casa. Tú estabas pidiendo ayuda a gritos a los dioses y a los hombres cuando yo vengo en tu socorro y te libro por la fuerza, después de una dura lucha, bien a su pesar. [1055] En recompensa de haberte salvado la vida, me diste la libertad y, cuando digo que voy a buscar el dinero y el equipaje, me sales al encuentro lo más deprisa posible para volverte atrás de lo que habías hecho.
MEN.— ¿Que yo te he dado la libertad?
MES.— Ciertamente.
MEN.— Muchísimo más cierto es que yo mismo me convierta en un esclavo que no que te dé a ti jamás la libertad.
ESCENA NOVENA
MENECMO I, MESENIÓN, MENECMO II
[1060] MEN. I.— (Saliendo de casa de Erotio.) Por más que juréis por las niñas de vuestros ojos, no os saldréis así y todo con la vuestra, maldición, de que yo me haya llevado de aquí el mantón y una ajorca, ¡malvadas!
MES.— ¡Oh, dioses inmortales!, ¿qué ven mis ojos?
MEN. II.— ¿El qué?
MES.— Un espejo de ti.
MEN. II.— ¿Qué es lo que quieres decir?
MES.— Es tu retrato; más parecido a ti, imposible.
[1065] MEN. II.— Si recapacito sobre mis propios rasgos, es verdad que no deja de parecérseme.
MEN. I.— Joven, salud, tú, quienquiera que seas, que me has salvado la vida.
MES.— Joven, yo te lo ruego, dime tu nombre, si no te incomoda.
MEN. I.— Realmente no te has portado conmigo en forma que me vaya a incomodar cumplirte tus deseos; mi nombre es Menecmo.
MEN. II.— ¡El tuyo no, el mío!
MEN. I.— Yo soy de Sicilia, siracusano.
MEN. II.— Ésa es mi casa y mi patria.
[1070] MEN. I.— ¿Qué es lo que dices?
MEN. II.— La pura verdad.
MES.— Yo conozco a éste (Menecmo I), que es mi amo; yo soy esclavo de éste, pero me había creído que lo era de ése (Menecmo II). Yo le había tomado por ti (Menecmo I), y por eso le he estado importunando: te ruego que me disculpes; si te he dicho alguna inconveniencia, ha sido sin darme cuenta.
[1075] MEN. II.— Me parece que deliras: ¿no te acuerdas de haber desembarcado hoy junto conmigo?
MES.— Es verdad, tienes razón; tú eres mi amo. (A Menecmo I.) Búscate otro esclavo; (a Menecmo II) salud, amo; (a Menecmo I) tú, adiós. Yo digo que éste es Menecmo (Menecmo II).
MEN. I.— Pero yo digo que lo soy yo.
MEN. II.— ¿Qué cuento es ése?, ¿que tú eres Menecmo?
MEN. I.— Yo digo que lo soy, hijo de Mosco.
MEN. II.— ¿Que tú eres hijo de mi padre?
[1080] MEN. I.— Del mío más bien, joven; el tuyo no te lo disputo ni tengo interés en quitártelo.
MES.— ¡Dioses inmortales, haced verdadera la esperanza inesperada que barrunto!, que, si no me equivoco, éstos son los dos hermanos gemelos; llamaré a mi amo aparte. ¡Menecmo!
MEN. I Y MEN. II.— ¿Qué quieres?
[1085] MES.— No es a los dos a quienes quiero hablar, sino al que ha venido conmigo en el barco.
MEN. I.— Entonces no soy yo.
MEN. II.— Pero sí yo.
MES.— A ti quiero hablarte entonces, ven para acá.
MEN. II.— Ese hombre o es un timador o es tu hermano. Porque yo no he visto nunca a nadie más parecido a ti; dos gotas de agua o dos gotas de leche no son más iguales entre sí que tú y ése, créeme; [1090] después, es que dice que su patria y su padre son los mismos que los tuyos. Más vale que vayamos y le interroguemos.
MEN. II.— Tienes razón con lo que me dices y te quedo agradecido por ello. Sigue tus investigaciones, por favor; si descubres que ése es mi hermano, te concedo la libertad.
MES.— Así lo espero.
MEN. II.— Yo también tengo esa confianza.
[1095] MES.— (A Menecmo I.) Vamos a ver, según creo, has dicho que te llamas Menecmo.
MEN. I.— Así es.
MES. Éste también se llama así. Tú afirmas que has nacido en Siracusa, mi amo ha nacido también allí. Tú has dicho que tu padre fue Mosco, también lo fue de éste. Ahora podéis ayudarme los dos a mí y al mismo tiempo también a vosotros.
[1100] MEN. I.— Tú te tienes bien merecido el conseguir de mí cualquier cosa que me pidas; aunque soy un hombre libre, estoy dispuesto a servirte como si me hubieras comprado por dinero.
MES.— Yo tengo la esperanza de que se va a descubrir que sois hermanos gemelos, nacidos de la misma madre y del mismo padre en uno y el mismo día.
MEN. I.— ¡Qué cosas tan raras dices! ¡Ojalá puedas probar como cierto lo que prometes!
[1105] MES.— Ya verás cómo puedo. Pero a ver, contestadme los dos a las preguntas que os haga.
MEN. I.— Pregunta lo que quieras, yo te contestaré sin callar nada que sepa.
MES.— ¿Tú te llamas Menecmo?
MEN. I.— Sí.
MES.— ¿Y tú también?
MEN. II.— Así es.
MES.— ¿Dices que tu padre fue Mosco?
MEN. I.— Sí.
MEN. II.— Y el mío también.
MES.— ¿Eres tú siracusano?
MEN. I.— Ciertamente.
MES.— ¿Y tú?
MEN. II.— ¿Cómo no?
[1110] MES.— Hasta ahora, todos los indicios concuerdan de maravilla. Pasemos adelante, atended. Dime, cuáles son los más antiguos recuerdos que tienes de tu patria.
MEN. I.— Que luego que marché con mi padre a Tarento a una feria, después que me perdí de mi padre entre la gente y me trajeron aquí…
MEN. II.— ¡Júpiter todopoderoso, socórreme!
[1115] MES.— ¿Por qué gritas? Calla. ¿Cuántos años tenías cuando tu padre te llevó consigo?
MEN. I.— Siete, porque entonces se me cayó el primer diente. Y a mi padre no le volví a ver más.
MES.— Dime también ¿cuántos hermanos erais?
MEN. I.— Según lo que recuerdo, dos.
MES.— ¿Cuál era el mayor, tú o tu hermano?
MEN. I.— Éramos los dos de la misma edad.
[1120] MES.— ¿Cómo es posible eso?
MEN. I.— Porque éramos gemelos.
MEN. II.— ¡Los dioses me protegen!
MES.— Si me interrumpes, me callo.
MEN. II.— No, no, me callo yo.
MES.— Dime: ¿os llamabais los dos igual?
MEN. I.— De ninguna manera; yo me llamaba como ahora, Menecmo; mi hermano se llamaba Sosicles.
MEN. II.— Todo está claro, no puedo contenerme de abrazarte, hermano mío, [1125] mi querido
hermano gemelo, yo te saludo, yo soy Sosicles.
MEN. I.— ¿Y cómo fuiste después llamado Menecmo?
MEN. II.— Luego que nos llegó la noticia de tu pérdida y de la muerte de nuestro padre, el abuelo me cambió el nombre, dándome el tuyo.
[1129] MEN. I.— Yo te lo creo, pero dime todavía…
MEN. II.— Pregunta lo que quieras.
MEN. I.— ¿Cómo se llamaba nuestra madre?
MEN. II.— Teuximarca.
MEN. I.— Así es. Salud, querido hermano, a quien de manera tan inesperada vuelvo a ver después de tantos años.
MEN. II.— Salud, también, hermano, a quien me alegro de encontrar después de haberte buscado con tantas penas y fatigas.
[1135] MES.— Por eso aquí la cortesana te llamaba con el nombre de éste, pensaba que eras tu hermano cuando te invitaba a comer.
MEN. I.— Claro, caramba, como que yo me había hecho preparar un almuerzo a escondidas de mi mujer, a la que le había quitado un mantón para dárselo a la otra.
MEN. II.— ¿Tú te refieres quizá a este mantón que tengo aquí?
[1140] MEN. I.— Sí, ése es; pero ¿cómo ha llegado a tus manos?
MEN. II.— La cortesana me trajo aquí a su casa a almorzar, decía que yo se lo había dado; comí estupendamente y bebí con ella a mi lado y me llevé el mantón y esta ajorca de oro.
MEN. I.— Caramba, me alegro si por causa mía te ha caído algo agradable en suerte, [1144-1145] porque ella creía que eras yo al invitarte.
MES.— ¿Hay ahora algo que impida que sea libre como dijiste?
MEN.—Su petición no puede ser más justa, hermano, hazlo por mí.
MEN. II.— Sé libre.
MEN. I.— Me congratulo de tu libertad, Mesenión.
[1149-1150] MES.— Pero son necesarios mejores auspicios para que pueda mantenerme libre para siempre.
MEN. II.— Ya que todos estos sucesos nos han resultado tan según nuestros deseos, volvámonos ambos a nuestra patria.
MEN. I.— Como tú quieras, hermano. Haré aquí una subasta y venderé todo lo que tengo. Pero ahora, entre tanto, pasemos a casa, hermano.
MEN. II.— Como quieras.
MES.— ¿Sabéis lo que os pido?
[1155] MEN. I.— ¿El qué?
MES.— Que me deis a mí el cargo de pregonero de la subasta.
MEN. II.— De acuerdo.
MES.— ¿Quieres entonces que anuncie en seguida la subasta?
MEN. I.— Dentro de una semana tendrá lugar.
MES.— (Al público.) Menecmo subastará sus bienes dentro de siete días, sus fincas, su casa, todos sus bienes. Sea cual sea el precio, todo al contado. [1160] También será vendida su mujer… si es que sale comprador. No creo que alcance la ganancia total a cinco millones de sestercios.
Ahora, distinguido público, que os vaya bien. ¡Un aplauso!
Nota: Los números ente paréntesis se escriben cada 5 versos en las versiones modernas. En esta versión en prosa, el número entre corchetes indica la división de 5 versos.